La partida de un ser querido siempre nos plantea un motivo de reflexión.
De una forma u otra, duele, lastima, nos entristece. Aún cuando hayamos correspondido a su generosidad siempre nos queda una sensación de que pudimos haber hecho más.
Eso es frecuente. Pero tenemos que admitir que hay ocasiones en que en verdad nuestra conciencia nos indica que fallamos. Que no hicimos por ellos todo lo que podíamos haber hecho.
Hay quienes no sólo son incapaces de reciprocar a los padres, por ejemplo, todo su cariño, amor, dedicación y empeño, sino que llegan al extremo de abandonarlos o confinarlos a un lugar inapropiado para que ya no les den molestias.
Es el extremo de la ingratitud. El egoísmo más grande que puede existir, pues si no son capaces de respetar y honrar a sus padres, ¿qué puede otros esperar de ellos?
Sé que hay veces que la vorágine de esta vida nos gana y para cuando queremos visitarlos o demostrarles nuestro cariño, ellos ya no están aquí.
Por eso debemos tomar conciencia de la importancia que tiene para nuestros seres queridos una sencilla muestra de cariño; el reconocimiento a todo cuanto nos han dado y de una u otra forma hacerles sentir lo que significan para nosotros.
Dos personas excepcionales emprendieron esta semana el camino hacia las estrellas. Se fundieron con ellas convertidas en luz y perennemente estarán desde ahí iluminando el camino de los que aún permanecemos aquí y tuvimos el privilegio de conocerlos.
Doña Magdalena Ugarte de Fernández y don Emigdio Hernández Villanueva no estarán más físicamente con nosotros. Pero su recuerdo permanecerá imborrable en nuestra memoria y ello permitirá que continúen vivos. Porque nadie se muere del todo mientras lo recordemos.
Cada cual, a su manera, nos dieron ejemplo de generosidad, rectitud, congruencia y amor por la familia.
Su partida, me llevó a recordar la reflexión que a continuación transcribo.
“Hoy, y no mañana. Prefiero que compartas conmigo unos pocos minutos ahora que estoy vivo y no una noche entera cuando yo muera.
Prefiero que estreches suavemente mi mano ahora que estoy vivo, y no que apoyes tu cuerpo sobre el mío cuando yo muera.
Prefiero que hagas una sola llamada, ahora que estoy vivo, y no que emprendas un inesperado viaje cuando yo muera.
Prefiero que me regales una sola flor, ahora que estoy vivo, y no que me envíes un hermoso ramo cuando yo muera.
Prefiero que eleves al cielo una oración por mí, ahora que estoy vivo, y no que ordenes para mí una misa cantada y concelebrada cuando yo muera.
Prefiero que me digas unas palabras de aliento, ahora que estoy vivo, y no que pronuncies un encendido discurso en mi memoria cuando yo muera.
Prefiero escuchar junto contigo un solo acorde de guitarra, ahora que estoy vivo, y no un concierto cuando yo muera.
Prefiero que me dediques una hermosa y alentadora frase, ahora que estoy vivo, y no que pongas un memorable epitafio sobre mi tumba cuando yo muera.
Prefiero, en fin, escucharte un poco nerviosa(o) diciendo lo que sientes por mí, ahora que estoy vivo, y no un gran lamento, porque no lo dijiste a tiempo... y ahora estoy muerto”.
En esta vida, hay un momento para todo. Pero siempre será propicio manifestarles a nuestros seres queridos cuánto los amamos.
Lo importantes que han sido y son para nosotros.
A pesar del tiempo y la edad, la falta que nos hace su compañía, sus consejos, sus muestras de aliento, su apoyo incondicional.
No esperemos a que ya no estén con nosotros para decirles a otros lo que debimos de haberles dicho a ellos.
Pero, en contrapartida, no nos neguemos a recibir las muestras de afecto de aquellos que nos quieren.
Tan malo es reprimir nuestros sentimientos, como cerrarnos a la posibilidad de que otros nos demuestren los suyos.
Pero sobre todo, no esperemos a que aquellos a quienes amamos, ya no estén con nosotros para, entonces sí, decir cuánto los amamos.
Doña Magda y don Emigdio fueron pródigos en su afecto. Y por ventura ellos recibieron también en esta vida innumerables muestras de cariño, sobre todo de su familia, a la que amaron profundamente.
“Hasta que los volvamos a encontrar, que Dios los guarde en la palma de Su mano”.