Hay cosas para hacer avanzar a nuestra sociedad que no sólo competen al Gobierno o a éste y las asociaciones de beneficencia. Son cosas que nos competen a todos por ser parte de una determinada comunidad.
El reconocer que en el país y en Coahuila existe pobreza extrema, marginación y hambre no puede ser tenido como un motivo de desdoro y por ello que nos lleve a ignorar su existencia. Al contrario. Implica el reconocimiento de una realidad frente a la cual no podemos cerrar los ojos.
Esta semana el presidente electo, Felipe Calderón, declaró que la superación de la pobreza no debe verse “como el éxito o fracaso de un Gobierno, sino como el logro o ruina de una sociedad o de una generación”.
A su vez, el gobernador Humberto Moreira, puso esta semana en marcha un programa contra la marginación, sobre la base evidente (lo digo yo) de que los miembros de una sociedad como la nuestra no tenemos derecho a gozar de cosas que son superfluas, mientras haya personas que carecen de lo indispensable para vivir, lo cual es cierto.
En efecto, ya sea en el país o en el estado el combate a la pobreza extrema no es asunto meramente del Gobierno, sino que nos compete a todos por igual.
Porque la pobreza en Chiapas es tan lamentable como la de los candelilleros del desierto coahuilense. La miseria de los tarahumaras nos debe de doler tanto como la de los zapotecas oaxaqueños.
Es en esencia un asunto de hambre de justicia distributiva en una nación en donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres.
Pero además, no sólo es un problema social. También es un asunto de creencia religiosa que un país mayoritariamente creyente no se puede permitir.
No podemos ir a los templos buscando a Dios cuando sabemos (aunque no lo aceptemos) que Él está encarnado en nuestros hermanos que sufren. Y su sufrimiento no es sólo por falta de alimento.
La simple atención hacia aquellos que menos tienen debe ser tenida como una obligación social.
Teresa de Calcuta dice en su ideario que “cuando las personas que están acostumbradas a ser rechazadas y marginadas ven que son aceptadas y amadas por otros, cuando se dan cuenta que otras personas les están dedicando su tiempo y su energía, eso les transmite el mensaje que, en realidad, no son escoria”.
¿Cómo podemos hablarle a otros hombres de democracia, civismo o política sin haber prestado antes atención a sus carencias?
¿Cómo se le puede comunicar a esos otros el mensaje de un Gobierno preocupado por los que menos tienen, si antes no se es capaz de escuchar sus planteamientos, sus ideas, sus requerimientos y conocer sus anhelos?
Buscar la forma de que sociedad y Gobierno presten atención a este asunto implica también abrir la conciencia social para entender, aceptar y atender ese tipo de problemas. No es una cuestión meramente de recursos económicos.
Por eso, en cierta forma, causa asombro que una congregación como la denominada “Mariana Trinitaria”, que es una asociación civil, destine cien millones de pesos para apoyar el programa emprendido por el gobernador Moreira. Para erradicar la pobreza se requiere dinero. Pero no sólo eso; ni toda la responsabilidad es del Gobierno.
Vale puntualizar que esta Congregación no sólo presta ayuda a los más necesitados de México, sino también a los de Centroamérica; y desde luego, que lo hace sin intenciones políticas o religiosas.
Ayudar a que los más necesitados abandonen su estado de marginación debe ser norma de vida para todos los que vivimos en esta sociedad. No se requiere destinar lo que no se posee para cumplir ese propósito. Basta con que compartamos lo que está a nuestro alcance. Si más no tenemos, nuestro tiempo.
Tiempo, para hacerles sentir nuestra solidaridad. Para tratarlos como lo que son: seres humanos. Para demostrarles que no están solos. Para que sepan que estamos conscientes que, en sociedad, no se avanza en solitario.
Algo podemos compartir con ellos, con los que menos tienen. Pero debemos hacerlo con amor.
Partiendo de la premisa ya establecida de que el nuestro es un pueblo mayoritariamente creyente, volvamos a la madre Teresa: “Los que están desnudos y los que no son amados, necesitan no solamente de ropa, sino también de dignidad humana”.
El combate a la pobreza y la marginación extrema debe darse desde diversos frentes. No nada más desde las instancias gubernamentales. Porque es responsabilidad de todos, en la medida de nuestras posibilidades, enfrentarla y tratar de superarla.
La pregunta obligada será entonces esta: ¿Qué hago yo desde mi posición por ayudar a erradicar la pobreza extrema que enfrentamos?
Cuando seamos capaces de responderla satisfactoriamente, podremos, no exigir, pero sí invitar a otros a que hagan lo mismo y desde luego, considerarnos parte de una mejor sociedad.