No hay día que los medios de comunicación no nos “informen” de acontecimientos trágicos.
De manera especial los televisivos suelen escoger la noticia más aterradora para abrir sus emisiones.
Parecería que todo es tragedia, devastación y muerte.
Parecería que en el mundo no hay más que catástrofes y calamidades.
Siguiendo a Jaime Sabines, quizá podríamos decir: “he mirado a estas horas muchas cosas sobre la tierra y sólo me ha dolido el corazón del hombre”.
Contra lo que pudiera pensarse, el dolor es mayor que el morbo de la gente. Como también la bondad es mayor que la maldad que aparentemente se ha enseñoreado de nuestras ciudades.
Dentro de esa bondad en la que creemos, anidan dos sentimientos especialmente importantes: la amistad y el amor.
Si bien la primera suele ser parte de la segunda, aquélla tiene una especial connotación entre nosotros.
Preciarse de tener un amigo, es algo vital para el hombre, pues así como se afirma que nadie se salva solo, también podríamos decir que nadie pasa solo por este mundo.
La amistad es la culminación de un largo proceso de relación interpersonal. Nace de la forma más simple. Pero cultivarla requiere una gran disposición de ánimo, respeto, tolerancia y tiempo.
Quien se pueda preciar de tener algunos amigos desde la infancia es un privilegiado.
A su vez, quien pueda preciarse de tener amigos de mayor edad que la suya, no sólo puede ser considerado un hombre privilegiado, sino también un bendito que cuenta con la sabiduría de quienes van recorriendo el camino de la vida en forma adelantada y le muestran los peligros de la ruta y el verdadero sentido de ella.
La amistad, bien se sabe, es una vía de ida y vuelta. Para poder recibir, hay que dar. Sólo entregando es como se logra la consolidación de una amistad.
Además, ese sentimiento hermana y fortalece a quienes somos parte de una determinada sociedad. Sin duda, quien tiene un buen amigo, se presume un hombre de bien.
En una sociedad cuyos componentes entablan lazos de hermandad por su sola pertenencia a ella, la amistad es un elemento indispensable de la misma. Y en la medida en que todos nos consideráramos hermanos y por tanto amigos, en esa misma medida nuestra sociedad tiene que ser mejor.
Pero al lado de la amistad está ese otro sentimiento aún más sublime que es el del amor.
El amor supone la entrega total y desinteresada.
Para mí, pensar en el amor es pensar en la poesía. Esa forma de expresión escrita está invariablemente ligada a este noble sentimiento.
Por citar alguna de ellas, transcribiré aquí un par de párrafos de la poesía: “Te quiero”, de Mario Benedetti. Tal vez una de las más bellas que haya escrito el poeta uruguayo.
“Si te quiero es porque sos / mi amor, mi cómplice, y todo. Y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos”.
“Tus ojos son mi conjuro / contra la mala jornada; te quiero por tu mirada / que mira y siembra futuro”.
La mujer para quien se escribió este poema, no sólo es el amor del poeta, sino que además es su cómplice “y todo”. Su universo personal y razón de existir, lo que lo lleva a decir que, junto a ella, andando por el mundo, codo a codo, ambos son muchos más que dos, porque son el complemento perfecto, para crear un universo perfecto.
¿Quién no se alegra ante la mirada de la mujer amada? Al verla, poco importa lo dura que haya sido una jornada, un día de trabajo intenso y desgastante.
Ante su mirada todo se torna ligero y de ella brota la esperanza de un futuro mejor.
¿Qué más puede pedir un hombre cuando ama intensamente?