Aunque por lo común me resisto a utilizar el calificativo de maestro, porque en realidad quienes nos dedicamos de alguna forma a la docencia no somos más que simples profesores, en esta ocasión me olvidaré de ese tipo de disquisiciones y utilizaré ese término a lo largo de estas líneas.
El próximo lunes se celebrará el Día del Maestro, y por eso me propongo cavilar un poco sobre esta noble pero al mismo tiempo complicada, intrincada y delicada actividad.
Tratar de enseñar a otros lo poco que uno sabe requiere de esfuerzo, dedicación y vocación.
En cualquier circunstancia nada fácil resulta educar.
Para comenzar es necesario que el maestro tenga el deseo y la capacidad de seguir aprendiendo.
Porque desde las primeras letras hasta la universidad, el maestro debe estar preparado para transmitir los conocimientos que correspondan al grado y materia que se le ha asignado.
Tiene, además, que capacitarse constantemente; pues los métodos cambian, las teorías evolucionan y las exigencias de los educandos cada día son mayores, aunque sólo se concreten a exigir.
No se diga en el nivel profesional; y menos en tratándose de la carrera de Derecho. Porque en la mayoría de estas materias (salvo algunas como el Derecho Romano, por ejemplo) las reformas son constantes y hay que estudiar y volver a estudiar esas novedades.
El Derecho Constitucional ha variado mucho desde que yo lo estudié por primera vez hace treinta años.
El mundo era uno cuando me enseñaron Derecho Internacional Público y otro ahora. Aún no sé cuál de esos dos mundos era mejor, si el de la bipolaridad o el de la hegemonía norteamericana.
En las disciplinas científicas las cosas no son diferentes. En los últimos cincuenta años su evolución es notabilísima y los cambios se producen vertiginosamente.
Todo ello requiere entonces una mayor preparación del maestro, si es que en verdad quiere cumplir con su responsabilidad.
Pero, eso solo no basta. Hay que tener la capacidad de motivar a los alumnos a que estudien e investiguen.
Esa tarea, en los tiempos actuales, es poco menos que imposible.
Entre más facilidades tiene el alumno para aprender, menos aprende. Entre más a su alcance están los conocimientos, menos los procuran.
En la Internet está todo lo que se quiera y más. Pero a ellos, o cuando menos a la gran mayoría, les resulta más cómodo y atractivo destinar largas horas a chatear.
“¿Leer el libro de texto? ¡Qué aburrido! Mejor platíqueme qué dice el autor”.
De una forma u otra, a veces con dificultades, pero antes se preocupaba uno por buscar cuando menos otro autor aparte del que el maestro tomaba como base para dar sus clases.
Ahora, quieren que éste les dé sus apuntes (que son sólo una base mínima) para sacar de ellos una apretada síntesis de ese resumen.
Si les pregunta uno de otros temas se nos quedan viendo fijamente con cara de: ¿De qué me está usted hablando?
Y si tiene uno la osadía de preguntarles si han leído a Octavio Paz, Sabines, Benedetti, Neruda o cualquier otro semejante, podrían con facilidad responder: “¿En qué banda tocan esos?
Les podemos pedir que hagan una pequeña explicación de lo que se vio en la clase anterior y si acaso se animan a hacerlo, balbucearán una cuantas frases plagadas de: “O sea. Tipo que. Un x.”.
Y para colmo hay maestros que en vez de corregirlos y pedirles que se expresen apropiada y correctamente, se tratan de asimilar a ellos so pretexto de que los entiendan mejor.
¡Craso error! Porque así nunca van a aprender a expresarse medianamente bien.
Aunque el ser profesor o maestro para muchos es una profesión, nadie debería plantarse en las aulas frente a un grupo de alumnos si no tiene vocación para ello y verdadero interés de enseñarles lo que sabe.
Es lo mismo que en cualquier otra disciplina, pues sin vocación no se puede ser ingeniero, arquitecto, médico, abogado, enfermera, albañil o zapatero.
Ser maestro no es nada fácil. Por eso yo tengo un profundo respeto por aquellos que con verdadera vocación, en mi momento, me enseñaron tantas y tan importantes cosas.
Pero sobre todo, por los que además de sus conocimientos, fueron para mí un ejemplo de vida, que con empeño me esfuerzo en seguir.