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Addenda/Tolerancia

Germán Froto y Madariaga

Si algún calificativo podemos ponerle a la mayoría de los miembros del Gabinete presidencial es el de intolerantes. Pero en buena parte todos lo somos.

Aquéllos, tienen la sensibilidad a flor de piel y como los buenos toros de lidia embisten todo lo que a su juicio signifique un reto, comúnmente verbal.

Durante años, por ejemplo, respondieron a todos los ataques que les lanzaban sus oponentes, de manera especial a los de Andrés Manuel López Obrador.

De hecho, cuando lanzaron la artillería pesada para desaforar al entonces jefe de Gobierno, éste se estuvo haciendo propaganda a costa de sus oponentes sin que le costara un solo cinco.

Y aunque no con la misma intensidad, hasta la fecha lo sigue haciendo.

Aunque no forma parte del Gabinete, la señora Marta Sahagún llegó al extremo de demandar civilmente a la escritora Olga Wornat, por los libros que escribió sobre su vida “pública y privada”; como también lo hizo contra la revista Proceso, por haber publicado anticipadamente algunos capítulos de los textos de la argentina.

Cierto es que se puede considerar que la escritora abusó en su afán de ganar notoriedad y vender sus libros. Pero también lo es en que en la medida en que la esposa del presidente lleva el caso a tribunales lo hace aún más notorio y le da mayor publicidad a la Wornat.

Pero además, lo que hizo Proceso no constituye delito ni es causa de responsabilidad civil, no obstante lo cual, quizá desoyendo los consejos de sus asesores, la señora Marta se lanzó con todo en una aventura que casi con seguridad le producirá resultados negativos.

El último episodio de esta tragicomedia política, lo protagonizó el secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, al enfrentarse al escritor Carlos Monsiváis cuando éste, al recibir el premio nacional de Ciencias y Artes, lanzó duras críticas contra el secretario, a quien acusó de instalar su “púlpito virtual” cada vez que toma la palabra.

A esas críticas Abascal respondió que él “respeta a los fundamentalistas que me acusan de fundamentalista”.

Confrontarse con Monsiváis, para cualquier ciudadano, es sumamente riesgoso. Porque si de algo ha hecho siempre gala es de la ironía y la mordacidad. Para Abascal, la confrontación con el escritor resulta suicida.

Al responder a las declaraciones del secretario, Monsiváis dijo: “no sabría contestar con certeza, porque ignoro la definición de fundamentalista que maneja el licenciado Abascal. Si me guío por sus declaraciones y su comportamiento político, creo que el fundamentalismo le parece algo muy loable, y que el verdadero insulto para él sería que no le dijeran fundamentalista”.

Qué fácil hubiera sido para Abascal simplemente decir que las críticas de Monsiváis no le merecen respuesta alguna. Pero qué difícil es quedarse callado o no entrar a la confrontación y mostrar, como autoridad, simplemente respeto y tolerancia.

Nada gana Abascal al responder y en cambio pierde mucho haciéndolo.

De por sí que con aquello de “Aura”, el libro de Carlos Fuentes, y las críticas a las mujeres que trabajan ya se había ganado la fama de fundamentalista. Con esto acabó de rematar.

Sin embargo, tenemos que admitir que en cierta forma el comportamiento de Abascal responde a las ideas que nos han inculcado desde la niñez; porque es la nuestra una sociedad en que la tolerancia se practica muy poco y por ende no se nos enseña como parte de nuestra formación.

Antes al contrario. Se nos educa en ella, porque aprendemos a confrontarnos con todos, sea para saber quién es el más fuerte, el más listo, el más rápido, el más habilidoso, el más mujeriego, el que profesa la única y santa religión y, por supuesto, el que está en el partido político dominante.

En nuestro caso, de tolerancia sólo conocemos la historia de la zona y por esa razón, jamás la practicamos.

¿Qué otra cosa podríamos hacer como hijos que somos de una democracia que sigue dando tumbos sin encontrar el camino correcto? Inmersos en confrontaciones permanentes de todos contra todos.

La tolerancia implica respeto y apertura de mente. Y nosotros somos unos irrespetuosos consumados, tozudos y cerrados, que no sabemos hacer otra cosa que deambular erráticamente en este laberinto que es la “moderna” sociedad del siglo XXI.

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