Es bien sabido que existen diversas formas de violencia. Desde la física que es notabilísima, hasta la sicológica, que resulta casi imperceptible pero que igualmente causa daño a quien la recibe.
Todos los candidatos a la Presidencia de la República hablan de valores. De respeto, tolerancia, prudencia y ética política.
Sin embargo, como en muchos otros asuntos, todo indica que no existe congruencia entre lo que se piensa y afirma con lo que se hace, porque la violencia verbal se está tornando altamente ofensiva y agresiva entre los candidatos.
El insulto personal parece estar tomando carta de naturalización entre los actores políticos más destacados del momento y lamentablemente todo indica que la reacción de los electores poco les importa a aquéllos.
De hecho los grupos se dividen entre los que se divierten con ese espectáculo circense, sin reparar en sus costos y los que lo repudian a tal extremo que sostienen no acudirán a las urnas el próximo dos de julio, porque ninguno de los candidatos los convence.
Para todos los efectos, las consecuencias son nefastas. Porque tan malo es que un grupo de mamarones aplauda esa conducta propia de mamarrachos, como que otro grupo manifieste su desaprobación a esas conductas absteniéndose de ejercer un derecho tan importante y trascendente como es el de votar.
El grito de: “Cállate, chachalaca”. El de: “Es un marihuano, que propone puras marihuanadas” y otras expresiones más, dichas con ánimo de denostar al adversario son muestras censurables del grado de descomposición y violencia verbal al que hemos llegado.
No sólo no hay propuestas serias y razonadas, sino que la constante es insultar al adversario, mofarse de él y de sus planteamientos insubstanciales, recurriendo invariablemente a un lenguaje que sin remedio denigra a quienes lo utilizan.
Poco o nada hemos aprendido de nuestros ancestros.
El segundo de los Cuatro Acuerdos de la filosofía Tolteca. Nos dice:
“Lo que sale de tu boca es lo que tú eres.
Si no honras tus palabras no te estás honrando a ti mismo; si no te honras a ti mismo no te amas.
Honrar tus palabras es honrarte a ti mismo, es ser coherente con lo que piensas y con lo que haces.
Eres auténtico. Y ello te hace respetable ante los demás y ante ti mismo”.
Si estuviéramos conscientes que cuanto sale de nuestra boca es una muestra de lo que nosotros somos, lo pensaríamos más detenidamente antes de decir algo.
Pero lo que está sucediendo es síntoma de lo contrario. Parece que no piensan lo que dicen. Tan esto es así, que acabo de escuchar de nueva cuenta endilgarle -en un acto público- al presidente, el mote de “Chachalaca mayor”.
Es verdad que un comportamiento semejante desarrolló el ahora presidente en sus tiempos de candidato. Pero ello no puede ser la justificación para que ahora otros repitan esa forma indebida de hacer política.
Un error o una conducta inadecuada no puede ser la base de apoyo para hacer lo mismo que antes se criticó. Lo hemos dicho en otros momentos: las cosas son buenas o malas en sí. No son malas cuando otro las hace y buenas cuando yo las hago.
Quien denuesta a su adversario se está denostando a sí mismo. Quien no honra sus palabras, se deshonra y demuestra que no se ama.
Como consecuencia lógica, quien no se ama a sí mismo es incapaz de amar a otros o de amar algo.
En ese orden de ideas, ¿cómo puede decir alguien que ama a México?
Seguramente habrá quienes sostengan que lo que estamos viendo y escuchando es parte del proceso de transición en el que estamos inmersos.
Pero cabría preguntarse: ¿Transición? ¿Hacia dónde vamos?
¿Nos conduce hacia alguna parte esta forma de hacer política?
¿Son, los principales actores políticos, conscientes del daño que se están haciendo y del que le profieren a muchos sectores sociales y de manera especial al de los jóvenes que apenas si han comenzado a asomarse a ese mundo que es la política nacional?
La violencia verbal abre heridas en el consciente de aquellos que la sufren. En este caso de la ciudadanía.
Y debemos admitir que son heridas que no cicatrizan pronto, ni fácilmente.