Han pasado los años y seguimos celebrando el natalicio de don Benito Juárez. Cada 15 de Septiembre nos reunimos para gritar nuestro orgullo de ser mexicanos. Es una tradición también cantarle “Las Mañanitas” a la Virgen de Guadalupe cada 12 de diciembre. Sin embargo, últimamente ya se quiere hacer una tradición de cualquier cosa. Un ejemplo de ello es la Cabalgata “Unidos en sus Tradiciones”.
Una venturosa noticia me despertó ayer: “Acaba Cabalgata sin pena ni gloria”. Respeto a quienes gustan de montar su caballo y recorrer cientos de kilómetros emulando a los antiguos pobladores del noreste de México. Por ellos no siento otra cosa más que admiración, pues además de pasar horas y horas al lomo de sus equinos, son fieles a su estilo de vida. Sin embargo, me alegra el desaire que hicieron a la cabalgata miles de jinetes, así como importantes autoridades federales y estatales.
Jamás entendí ese evento de la cabalgata. Por un lado, la llamaban “Unidos en sus tradiciones”. ¿A qué tradiciones se refieren? En realidad desconozco este dato, pero me imagino que los gobernantes que en ella participaban se unían en la tradición del despilfarro, en la tradición de gastar indebidamente el dinero del pueblo, en la tradición de la desvergüenza al usar para su diversión los recursos que bien pudieran contribuir a mejorar la vida en algunas poblaciones. Da coraje recordar que para la realización de este evento anual, se construyó una brecha especial para no entorpecer el tráfico en las carreteras. Además, en cada ocasión se tenía un fuerte operativo de seguridad, pues aparte de los elementos policiacos de los tres estados organizadores, había helicópteros y demás tecnología para cuidar a los jinetes. Cada cabalgata, más que ser un motivo para recordar una forma de vida ancestral, era un motivo para armar festines que muy poco tenían de austeros. Recuerdo que en una ocasión, por ejemplo, contrataron a la cantante Alicia Villarreal, comediantes, mariachis, y todo para el deleite de los gobernadores participantes, y otras autoridades federales.
Recuerdo que el ex gobernador Enrique Martínez aseguraba que ese evento significaba un excelente foro para tratar temas en beneficio de los coahuilenses. ¿Qué beneficios tuvimos por esas reunioncitas en donde abundaban la cerveza y las rozaduras?
El nacimiento de la cabalgata, más que pretender continuar una falsa tradición, respondía al interés de acaparar los reflectores nacionales por parte de los entonces gobernantes de Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León. Era indignante saber cuánto nos costaba la vanidad de los antiguos soberanos del noreste.
Los únicos beneficiados por la celebración de la cabalgata, eran las compañías productoras de cerveza y de ungüentos para las rozaduras, y, claro está, los gobernantes que no reparaban en recursos para hinchar su vanidad, a costa de una cruel realidad para los ciudadanos.
Por fortuna, no tenemos ya un gobernante urgido de reflectores nacionales para sus proyectos futuros. Lejos de unirse a esta falsa tradición, Humberto Moreira no participó. Aunque supuestamente decidió mantenerse al margen del evento debido al luto por las muertes en Pasta de Conchos, me parece que cualquier motivo es suficiente para ausentarse de un evento tan criticable.
Si Humberto Moreira tuviera ganas de ir a la cabalgata, bien pudo haber dejado a un lado el luto por los mineros. Aplaudo su desinterés por un acto que da a conocer la peor faceta de los políticos: la del cinismo.
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