?No puedes andar y quieres correr??
Proverbio mexicano
Me hice a mí mismo la promesa de no volver a abordar -por lo menos en un período razonable- todo aquello referente a las pasadas elecciones. Juré ir en pos de nuevos horizontes, abundar en otros temas menos sensibles, tirar por la borda cualquier intento de recapitular. Fracasé, ¿y cómo no habría de hacerlo? Desde el dos de julio parece ser como si México entero se encontrara en el limbo de la indefinición, ante un futuro incierto; sí, todos buscan la luz, muchos opinan, pero nadie tiene la verdad en las manos. Bien nos haría una linterna de Diógenes en momentos como éste, tiempos aciagos donde se precisan liderazgos ciertos, alguien o algo capaz de dar respuesta a la incógnita que nació un domingo por la noche: ¿quién ganó y de aquí en adelante a qué me atengo?
Todos en el fondo queremos darle la vuelta a la hoja y continuar con nuestras vidas, malas o buenas, pero finalmente formadas a partir del libre albedrío que cada uno, querido lector, poseemos por derecho propio. Debemos creer en nuestro sentido común, en ésa concepción de lo que es justo y conveniente: conveniente nunca será la violencia promovida por un grupo de facciosos - no encuentro otro adjetivo- que en su inmenso afán por alcanzar a toda costa un poder que dicen les corresponde, buscan desestabilizar lo que con grandes esfuerzos hemos construido. Justo tampoco es violentar el Estado de Derecho y peor aún, construir toda una forma de ser basándose en ello.
Es un pecado mayúsculo ignorar la voluntad del pueblo. No es 1988: no somos tan ignorantes como para permitir otro escenario igual, pues la circunstancia histórica es diferente. Hemos ido lejos buscando un entorno democrático, consolidando a instituciones como el IFE, pues durante meses se capacitaron miles de ciudadanos para que fungieran como representantes de casilla, gente buena que hoy se siente defraudada en su fuero interno y en el externo también, pues no dejan de preguntarse: ¿entonces para qué sirvió todo este circo?
Confiamos en la legalidad, en el uso de la razón, en el que nuestras diferencias se pueden solucionar dentro del marco de la Ley.
Si lo que desean algunos es que se cuente voto por voto, si a ello tenemos que llegar para tenerlos tranquilos y disipar cualquier atisbo de fraude, entonces hagámoslo: la Ley deberá prevalecer. No me atrevo ni a pensar en escenarios donde la única solución fuese el enfrentamiento; mejor apelemos a aquellas conciencias que todavía hacen del raciocinio su verdadera arma de lucha.
Alguien preguntó por Cuauhtémoc Cárdenas; en verdad, lo necesitamos. El ingeniero hace mucho que se apartó de una seudoizquierda inventada a partir del berrinche, los impulsos viscerales y la toma de pozos petroleros. El prestigio de Cárdenas está cimentado en principios sólidos como la congruencia entre dicho y hecho, es incompatible con mesianismos tropicales; impensable verlo sentado a la mesa con líderes de poca monta acostumbrados a expiar sus culpas cubriéndose con las banderas de la honestidad y la valentía.
Seré anticuado, pero para mí honestidad no es el desdecirse a diario; valentía nunca significará agredir al otro por el simple hecho de que pensamos distinto. Honestidad y valentía son virtudes demasiado grandes, así que a otro con ese cuento. Grandeza por su parte, es cualidad propia de muy pocos y dentro de ese cerrado círculo no caben los individuos con el hígado desbordado y el odio a flor de piel. Hay momentos en la vida cuando tenemos la oportunidad de probar de qué materia estamos hechos y si por algunos fuera, se llevarían de calle a quien se les pusiera enfrente con tal de lograr sus anheladas ambiciones.
No hace falta releer a Maquiavelo: el río Grijalva trajo consigo su muy particular versión de tan interesante obra literaria.
