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Agenda alternativa/Filas largas

Javier Lozano

En la disyuntiva electoral, lo que en realidad se juega es el destino económico y social del país. Muy fácil es ofrecer sin dar garantías de cumplimiento. Y más que al voto útil se llama al voto

responsable.

Llegó la hora. No hay plazo que no se cumpla. Es el momento. Largos han sido los meses de campaña política. Es la hora del elector. Lo que está en juego en los comicios que concluirán con la elección del próximo domingo dos de julio es mucho más que el triunfo de un candidato. Lo que en realidad se tiene enfrente es el destino de este país para los próximos 30 años. Y no es exageración. México está inserto en un mundo global. Ello significa que las distancias son más cortas, que las fronteras son menos visibles, que los flujos migratorios son constantes y que la información, el comercio, la cultura y el dinero corren de un lugar a otro en búsqueda de sitios seguros. Las buenas intenciones no bastan. Los dichos y las promesas se quedan cortos.

Lo que ahora cuenta son las condiciones reales para que la gente estudie, trabaje, invierta, crezca a sus hijos, sea libre, se entretenga y aporte lo suyo para un México más próspero. De ahí que, con todo y sus insuficiencias, lo hasta ahora logrado a través de los últimos diez años no es despreciable. La estabilidad económica, el respeto a las libertades que nos caracteriza, el acceso a la información pública y la democracia que se respeta y hace valer a través de organismos ajenos al Gobierno son logros que los mexicanos hemos venido construyendo con tesón.

Ciertamente existen asignaturas pendientes en materia de empleo, seguridad pública, infraestructura, relaciones exteriores, comunicaciones y transportes, turismo y otras más en las que se puede y debe profundizar. Pero ello no es óbice para pensar ni decir que el país no funciona y que debemos cambiar de modelo económico, político y social. Más aún. Esa es una propuesta irresponsable. En efecto. Irresponsable es ofrecer cosas que no se pueden cumplir. Irresponsable es cortejar a los adultos mayores con pensiones insostenibles. Irresponsable es soñar con proyectos de infraestructura que el presupuesto no puede respaldar.

Irresponsable es, en fin, endeudar y comprometer a las próximas generaciones en aras de un efecto de corto plazo y relumbrón político. Por eso es que lo que se decide el próximo domingo es más que una mera preferencia. Lo que está en juego es el destino de las próximas generaciones. Es la plataforma desde la cual despegarán nuestros niños y jóvenes hacia el mundo en el que competirán por nuevas plazas de trabajo y educación para sus propios hijos.

Felipe Calderón representa un cambio generacional. Y ello no es cosa menor. Es un personaje que, desde muy joven y desde la oposición luchó por un México libre y sin complejos. Quienes lo conocemos en sus tiempos de estudiante del Derecho sabemos de su obsesión por la libertad y la legalidad, por su extraordinaria oratoria y por su convicción fértil de tener un México más próspero y moderno, entre otras virtudes. Es un hombre que, a sus 43 años, sabe bien qué quiere para México.

Ese cambio generacional implica, entre otras cosas, su clara visión de un México en el que la legalidad sea la verdadera divisa que sirva para el intercambio personal, social, económico y político. Implica su diáfana visión de necesarias reformas en materias críticas como la fiscal, la política, la energética, la laboral y la del Estado. Es un hombre que conoce el derecho, que cree en él y que sabe hacerlo respetar. Su paso por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, por la dirigencia nacional del PAN, por la coordinación de su fracción parlamentaria en la Cámara de Diputados, por la Dirección General de un banco de desarrollo como lo fue Banobras y, como secretario de Energía, hace de Felipe Calderón un tipo con credenciales más que suficientes para asumir el reto de la Presidencia de la República.

Por si fuera poco, Felipe no era, ni cercanamente, el candidato favorito de la casa presidencial ni de la dirigencia de su propio partido. Supo imponerse ante tal adversidad. Y su lucha la emprendió, siempre, desde la generosidad, el aplomo y la seriedad. No es casual que, de ser un precandidato hasta hace no mucho inexistente, haya alcanzado los niveles de aceptación y liderazgo que hoy muestra. Todo ha sido a contracorriente. A puro pulmón.

Hoy Felipe Calderón está en la antesala de la Presidencia de la República porque la gente reclama políticos serios, responsables, honestos, capaces, preparados y con proyecto. Y en él lo encuentran. Sus 100 propuestas para sus primeros 100 días de Gobierno son concretas y viables. El llamado a un Gobierno de unidad nacional y de coalición es parte de su amplia visión de Estado. Sabe que requiere de la participación de los otros poderes federales, de los órganos autónomos, de los estados y de los municipios y, desde luego, de los factores reales de poder.

El elector tiene la última palabra. La contienda está muy cerrada entre dos proyectos de país. Hoy, más que nunca, el voto no sólo vale sino que cuenta. Lo llevo al límite: un solo voto puede hacer la diferencia. Y frente a la opción del PAN respecto de la del PRD, el ciudadano debe decidir. El PRI, con Roberto Madrazo, ha quedado marginado. Más vale un voto útil que un voto desperdiciado. Y son dos los proyectos de país en disputa: el de Felipe Calderón que significa estabilidad, transparencia, legalidad y unidad entre los mexicanos; o el de López Obrador, que representa deuda, crisis económica, corrupción, y división entre la gente. Así, pues, el próximo dos de julio hay que salir a votar. Y hay que hacerlo con conciencia y con responsabilidad. Por largas que sean las filas.

javierlozano@jlamx.com

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