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Agua y precios/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Tomada en moderación, el agua no le hace daño a nadie”. Mark Twain

¿Qué es el agua: derecho o mercancía? Presentada así la pregunta, como tantos han hecho en estos últimos días en vísperas del IV Foro Mundial del Agua que se celebrará en la Ciudad de México a partir del 16 de marzo, parecería no tener más que una respuesta posible: por supuesto que el agua es un derecho.

Pero quizá lo que no han entendido los populistas del agua es que, precisamente para que pueda ser un derecho, para que pueda haber una suficiente disponibilidad del líquido a un precio razonable, es indispensable tratarla como la mercancía más valiosa. Sólo así tendremos políticas que fomenten la conservación y que permitan una capitalización suficiente para realizar las inversiones que lleven el agua a todos a un costo accesible.

Cuando los populistas aseveran que el agua no debe ser una “mercancía”, lo que están diciendo, en términos prácticos, es que no se debe cobrar un precio realista por ella. Pero con esto simplemente denotan su desconocimiento del papel que tienen los precios como reguladores del comportamiento económico.

De nada sirve, por ejemplo, tener costosísimas campañas de propaganda que pretendan convencer a la gente de no tirar el agua, si el líquido finalmente se regala. Un precio razonable para el uso del líquido, en cambio, generará de inmediato el cambio de conducta que no pueden producir todas las campañas de adoctrinamiento. La gente está claramente dispuesta a pagar por el agua. A pesar que puede uno obtenerla casi gratuitamente de una llave, México es uno de los mayores consumidores de agua embotellada en el mundo. De hecho, debido a la política de no cobrarla, nuestros gobiernos han descapitalizado a los organismos distribuidores y han impedido que se hagan las inversiones que permitirían llevarla entubada junto a servicios de drenaje a quienes no los tienen.

Han hecho también imposible dar tratamiento a las aguas residuales que les permitirían ser utilizadas en el riego y otros propósitos. El resultado más paradójico y más triste de esas políticas ha sido obligar a los más pobres a pagar más por el agua que los ricos, ya que los primeros tienen que adquirirla en pipas o en botellas.

No es el agua el único caso en que el Gobierno, con el trasnochado afán de ayudar a quienes menos tienen, ha aplicado políticas que generan el resultado opuesto al pretendido. Recordemos cómo durante años, bajo la idea de que el pueblo tenía el derecho al entretenimiento, se mantuvieron congelados los precios de las entradas de los cines.

Quizá en un principio los consumidores se mostraron contentos con esta situación, pero con el paso del tiempo las salas de exhibición dejaron de ser rentables. Ya nadie estaba dispuesto a construir nuevas y los dueños de las que ya existían se negaron a invertir en ellas. El deterioro físico de los cines se hizo tan marcado que ya ni las cucarachas se sentían a gusto en ellos.

La liberación de los precios trajo consigo una verdadera revolución. Cadenas como Cinemark, Cinemex y Cinépolis empezaron a invertir en nuevas salas de exhibición que ofrecían ambientes mucho más agradables.

Gradualmente los mexicanos renovamos nuestro tradicional romance con el cine en la pantalla grande a pesar de la competencia de videos y DVDs. Poco importaba que los precios hubiesen aumentado. La gente no es tonta: está dispuesta a pagar cuando obtiene un buen valor por su dinero. El agua, hay que entender, no es distinta de cualquier otro producto o servicio. Podemos pretender por razones políticas que no debe ser considerada una mercancía.

Pero si queremos que se conserve y que genere las inversiones que permitirían entregarla a todo el que la necesite, es importante fijarle precios razonables y dotarla de un buen sistema de administración que incluya una cobranza eficaz. Uno puede entender que la sociedad entregue una cantidad básica de agua a aquellos que realmente no tienen posibilidad de pagarla.

Pero de eso a regalarla, o entregarla a todos a una fracción del costo de obtenerla, hay una enorme distancia. Quizá suene paradójico pero es cierto. Si realmente queremos que el consumo de agua sea un derecho, y si queremos evitar la situación actual en que los pobres pagan mucho más que los ricos por el líquido, tenemos que empezar a tratarla como una mercancía. Pero no como una mercancía cualquiera, sino como lo que es: la más valiosa de todas.

Ésta será la única manera en que obtendremos el cuidado del agua y la inversión en infraestructura que son necesarias para llevar este bien indispensable a un precio bajo a toda la población.

GLOBALIFÓBICOS

Yo no sé si se logrará alguna conclusión positiva en el IV Foro Mundial del Agua que empieza mañana jueves en la capital del país. Pero de lo que no hay duda es que la reunión se está convirtiendo en un imán que atrae a globalifóbicos nacionales y extranjeros. Una vez más éstos demuestran su falta de inteligencia: quieren un mundo mejor, pero rechazan toda medida práctica que permita construirlo. Se oponen a la “privatización” del agua, pero no se dan cuenta que sin inversiones pronto nos quedaremos sin ella. Ni siquiera el agua de lluvia se puede aprovechar sin inversiones.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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