En víspera de las próximas elecciones federales, los candidatos a la Presidencia de la República han mostrado frente a los electores sus perfiles y trayectorias, tanto los verdaderos como los virtuales creados por la propaganda; han hecho sus propuestas y las han debatido en forma al menos suficiente para ilustrar el criterio de los votantes.
No se trata de analizar los resultados estrictos del debate del día de ayer, porque la presente colaboración fue enviada a edición antes de la hora fijada para dicho evento, sino del fenómeno general de unas campañas -por cierto muy prolongadas-, en las que abundan críticas respecto a que el planteamiento y discusión de las propuestas hayan sido opacados por la publicidad en los medios de comunicación.
La propuesta de Acción Nacional y su candidato Felipe Calderón, es la que ofrece puntos de referencia más concretos, porque deriva del partido que está en el poder y además de explotar la estabilidad y el rumbo que constituyen logros del régimen actual. Calderón insiste en la inserción a la economía global, en la reforma fiscal que amplíe la base de contribuyentes y disminuya el Impuesto Sobre la Renta, la energética que permita la inversión privada en generación de electricidad y derivados del petróleo, la laboral que haga más flexibles las relaciones de trabajo, etcétera.
Las ofertas de los candidatos de los partidos Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática, están basadas en una crítica del actual modelo, porque así quisieron orientar su condición de partidos de oposición durante los últimos cinco años, cifrando sus posibilidades de acceso a la Presidencia en la objeción persistente y tenaz a las reformas propuestas por el Gobierno foxista, sin ofrecer alternativas de negociación a cambio.
En ese orden de ideas, la postura de Roberto Madrazo se desdibuja ante la imposibilidad de sostener un discurso radical en contra de la política de modernización de las estructuras políticas y económicas que ha estado en boga en los últimos quince años y al mismo tiempo mantener la unidad de su partido y la clientela electoral tradicional del PRI que se encuentra situada en el centro.
López Obrador da bandazos, después de haber mantenido un discurso agresivo en contra de los empresarios y banqueros e impugnar al Tratado de Libre Comercio y otras formas de libre mercado e inserción a la economía mundial. El rechazo social al candidato perredista lo ha hecho perder el equilibrio de su discurso, hasta el extremo de terminar por reconocer las bondades del Gobierno foxista y mandar a su principal asesor económico Rogelio Ramírez de la O., a elogiar al régimen salinista en otro tiempo considerado innombrable.
No faltan en este escenario, electores que aseguran que ninguno de los candidatos les satisface. Más allá de la pertinencia de esa apreciación y el derecho que tales ciudadanos tienen para opinar, se pone en evidencia que los mexicanos aún no tenemos suficiente práctica de elegir a nuestros gobernantes, después de toda una historia de imposiciones sucesivas que llegó a su fin en el año 2000.
Lo anterior porque los perfiles personales y la trayectoria que muestra cada candidato y los equipos de Gobierno previsibles en cada caso, están a la vista de los electores y en los tres casos reflejan si constituyen una garantía de estabilidad o son un peligro para el país, si ofrecen una opción de futuro hacia la democracia plena o suponen un regreso al pasado autoritario.
Se trata de candidatos idóneos en el sentido de que corresponden cada cual al fiel espejo de las tres fuerzas políticas del país que captan más del noventa por ciento de los votos esperados, lo que indica que de esta elección ni de ninguna otra podremos esperar un Gobierno perfecto, pero sin duda, de ella saldrá el Gobierno que lisa y llanamente, los mexicanos seamos capaces de producir.
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