Alemania vibrará

Gemma Casadevall

Alemania vivirá a partir de mañana exclusivamente para el futbol, luchará por estar a la altura del lema del Mundial 2006, 'El mundo, entre amigos', y también por las expectativas de repunte económico depositadas en él.

Berlín

EFE

Unos 33 mil millones de telespectadores en total se calcula que seguirán en todo el mundo las retransmisiones de los 64 partidos, el primero de los cuales será el Alemania-Costa Rica, en Munich, y unos tres millones de visitantes, nacionales o extranjeros, lo vivirán en directo en toda la geografía alemana.

Que la selección de Jürgen Klinsmann triunfe o se estrelle en el Mundial, del que es anfitrión, parece algo hasta secundario, en proporción con las inmensas cifras que se manejan en el torneo de la FIFA, el más comercializado de la historia.

Alemania es mero anfitrión, puesto que la parte del león se la llevará la FIFA (mil 800 millones de euros, principalmente procedentes de patrocinadores y derechos de televisión).

La incidencia real del Mundial en la economía alemana no es para lanzar cohetes: la Cámara de la Industria y Comercio Alemana estima que aportará un crecimiento del 0.33 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), porcentaje que los expertos más optimistas suben el pronóstico al 0.5 por ciento.

Este impulso se concentrará, además, en unos pocos sectores -hostelería y turismo, aparatos electrónicos y consumo-, pero que dejará al margen del acontecimiento futbolístico al resto.

Sin embargo, no hay nubarrón económico, ni siquiera meteorológico -hasta ayer, la climatología castigó a bastantes de las selecciones concentradas en el país- capaz de apagar la ilusión con que los alemanes y los visitantes han saludado el torneo.

Un cuarto de millón de personas aclamó a "O Rei" Pelé ante la abarrotada Puerta de Brandeburgo, protagonista más venerado de la pre-fiesta inaugural con que Berlín se sumergió ayer ya de pleno en la pasión futbolística.

El espectáculo

La emoción se trasladará mañana a Munich, cuando la ceremonia inaugural oficial de 20 minutos, a las 09:00 horas (14.23 GMT), incluido el saludo del presidente de Alemania, Horst Koehler, dé paso a lo que el aficionado realmente quiere ver -futbol y goles- y se quede segundo término todo lo demás.

El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, y el del comité organizador, el "kaiser" Franz Beckenbauer, se pusieron de acuerdo y renunciaron a recargar el espectáculo con discursos farragosos.

Alemania quiere presentarse al mundo como abierta, moderna y flexible y, ya desde su primer minuto oficial de vida mundialera, romper con su imagen de país ortopédico y lento de reflejos.

También aspira a que no le salga rana el lema "El mundo, entre amigos", lo que implica lograr que el visitante, y no sólo las selecciones, se sientan bien acogidos, seguros y cómodos en un país cuyo pasado convierten en titular cualquier provocación neonazi.

Seguridad

El anfitrión alemán ha diseñado un dispositivo de seguridad robusto, en que intervienen desde aviones AWACS de la OTAN hasta 250 mil policías nacionales y 320 colegas de otros países.

El gran desafío global es el terrorismo internacional, por supuesto, pero el resto de amenazas sobre el Mundial no deben minimizarse: desde disturbios de "hooligans" por las calles alemanas a neonazis, utilizando el Mundial como pantalla de propaganda.

Alemania no quiere manchas en su expediente en un Mundial que se fraguó bajo el gobierno roji-verde de dos hinchas, el canciller Gerhard Schroeder y el ministro de Exteriores Joschka Fischer, en cuyo equipo había otro buen puñado de apasionados del fútbol -por ejemplo, el titular de Interior, Otto Schily-.

Los honores de anfitrión pasaron a manos de una mujer, Angela Merkel, a quien por mucho que se empeñe en demostrar conocimientos futbolísticos no se la ve al borde del colapso en un estadio.

La canciller conservadora representa, asimismo, a la Alemania que despega, tras años de estancamiento y de sentirse humillada como potencia económica convertida en lastre del crecimiento de la UE.

La confluencia del Mundial y el despegue económico es mera coincidencia.

Pero si, para el 9 de julio, con el fin del Mundial, resulta que todo ha salido bien y, encima la selección de Klinsmann se lleva la Copa de oro macizo de 18 quilates, Alemania sentirá renacer su orgullo de potencia internacional y futbolística de primer orden.

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