En la niñez e inocencia no nos importan los años, vamos subiendo peldaños con alegre indiferencia y ante una concurrencia de chiquillos y chiquillas soplamos a las velitas ?que apenas son unas cuantas- y de todas las gargantas brotan las risas sencillas...
Apenas el domingo pasado celebramos el Día del Niño, fecha en que festejamos no un cumpleaños, sino la presencia de esos pequeños seres que con sus risas y travesuras llenan de luz y alegría a los hogares, por eso mismo a los abuelos nos hacen felices y nos apenan con sus llantos. Bendito Dios que nos ha dado el privilegio de tenerlos en nuestros brazos.
Y ahora, el próximo martes nueve del presente mes festejaremos a nuestras madres y esposas en el Club Campestre La Rosita, en donde como es costumbre en el Club Sembradores de Torreón, se pondrán todos los medios a nuestro alcance para que ese día sea de felicidad para la jefa de la casa.
Qué recuerdos de nuestra vida en el hogar materno nos traen estas dos fechas, en una, cuando fuimos el centro del festejo y en otra cuando tempranito, todavía en ropa interior, acudíamos a la recámara de nuestros padres a expresarle a mamá todo nuestro amor, toda nuestra devoción.
Y en los festejos escolares: los cantos a la madre, los bailables infantiles y el imprescindible recitador del Brindis del Bohemio, aquella poesía que escribió en el exilio en 1915 el poeta Guillermo Aguirre y Fierro, en la que relata el encuentro de seis bohemios que entre risas y libaciones fueron expresando sus sentimientos más íntimos, la lealtad a la patria, a los castos amores, o como Arturo ?el bohemio puro, de noble corazón y gran cabeza; el que sin ambajes declaraba que sólo ambicionaba robarle inspiración a la tristeza ?que en su brindis hace una exaltación del amor a su madre ausente.
¡Oh, cuántos recuerdos en el Día de la Madre! Y entre esos recuerdos surge en la mente mi oración a Jesús, que dice así: Cuando contemplo tu rostro, Señor, me viene el recuerdo del rostro de mi madre, porque en él veía, como en el tuyo veo, los signos indelebles de la bondad...
Cuando alzo la vista hacia tus ojos, Señor, recuerdo la mirada de mi madre, porque en ella había reflejos de la ternura de tu mirada.
Cuando veo los rasgos de tu boca, pienso que sus labios, como los tuyos, sólo expresaron palabras de amor y comprensión...
Cuando miro tus manos, Jesús mi Señor, recuerdo las manos amorosas de mi madre, porque de ellas recibía tu bendición... ¡En el corazón de mi madre, estás Tú!