Fue una amistad muy singular la que llevé con don Emilio Herrera Muñoz, de poca frecuencia personal en el trato, pero de mucha correspondencia escrita, en la que abordábamos tópicos diversos; sus cartas, que conservo, son verdaderos tratados de convivencia humana, reflejo de ese humanismo manifiesto en sus escritos y en su actuar altruista.
A pesar de los muchos años de amistad ?desde mediados de la década de los sesenta? no pudimos vencer en nuestro trato ni el don y el usted, pero ello no fue obstáculo para que al correr del tiempo el aprecio mutuo se acrecentara. De esto nos habla una misiva que le dirigí en diciembre de 1994 que dice así:
?Muy estimado Emilio. Ya ve, me atreví a no usar el don cumpliendo con una petición suya expresada tantas veces y porque en una de sus Rimas de los Jueves dedicó usted a Pancho Ledesma los versos sobre la Catedral de León, dedicatoria en tono familiar que me halagó sobremanera y, aunque quise de inmediato expresarle mi agradecimiento, preferí esperar hasta este mes para incluir también mis saludos navideños como lo vengo haciendo desde hace muchos años.
Por sus Crónicas de Viaje seguí sus pasos por España, relatos en los que se transparenta su amor por esa tierra y le hacen a uno sentir su emoción, su avidez de conocer y reconocer todo cuanto va descubriendo y transmitir sus emociones, con esa difícil sencillez tan propia del que tiene el don de la palabra oral o escrita.
Hurgando papeles me encontré con un recorte de nuestro periódico El Siglo de Torreón, de antigua data, en el que en fotografía aparecemos el profesor Javier Lazalde, usted, el teniente Compeán y éste su amigo que le escribe. Imagínese, fotografiarme en medio de dos personajes de la talla intelectual de Javier y don Emilio, a quienes ya desde entonces admiraba por su sapiencia, por sus conocimientos universales antes de esa ocasión nos habíamos reunido en la librería El Renacimiento y como por entonces no lo conocía, le pregunté si el autor de Mirajes era usted. De hecho nació nuestra amistad?.
¡Qué recuerdos! Es curioso cómo conocemos a personas para que ése sea el inicio de una amistad que, como en nuestro caso, ya va para treinta años y como, por el trato y deferencias mutuas, va en crecimiento. Mi respecto es suma de sentimientos de diversa índole, admiro al poeta, al escritor ?aquél que expresa lo que uno quisiera expresar? y al hombre, al que lo es en toda la extensión de la palabra, como esposo, como padre, como ciudadano, como amigo, con todos sus atributos morales, espirituales e intelectuales, al hombre del cual se siente orgullo ser su amigo.
En una carta fechada el 28 de septiembre de 1988, para finalizarla me obsequió las primicias de un soneto, diciéndome: ?por cierto, hace un par de días me exigieron papel y lápiz los renglones que le adjunto, en pobre reciprocidad a su envío del soneto El Tiempo de Fray Miguel de Guevara, el cual no conocía, más que nada como curiosa coincidencia en cuanto al tiempo ?¿quién a nuestros años no piensa ya en el tiempo?? no porque valgan nada. Están los pobrecillos tal cual salieron al primer intento y ni siquiera sé si con ellos llegaré a hacer algo, ni si se dejarán o no?.
Así nació ese soneto, al que posteriormente pulió y abrillantó. Lo dejó tal cual, como en primicias lo escribió don Emilio Herrera Muñoz, a quien, por muchos motivos, recordaremos siempre con afecto.
EL TIEMPO
Comienzan a pasarme cosas raras:
como que no me alcance el tiempo, digo,
para matar el tiempo con mi amigo
el que lo caza viéndose a las caras.
Al tiempo ?me aconseja? tú lo paras
si lo sabes, amigo, tu enemigo;
oblígalo a que sea sólo testigo
de lo que haces, que sepa que lo encaras.
Entre las manos se me van los años,
trate de amigo o enemigo al tiempo,
porque el tiempo no pasa, sólo está.
Tan sólo espero no haber hecho daños,
ni convertido el tiempo en pasatiempo,
ese tiempo que en mí, sí que se va.
