EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Amigos/Diálogo

Yamil Darwich

Uno de los grandes tesoros del ser humano es la amistad; aquella que por sincera se autopreserva y, dado el caso, sirve de soporte para los momentos contrastantes de la vida.

Durante los días 30 de junio y el primero de julio, un grupo de amigos de la infancia y la adolescencia se reunirán con el pretexto de festejar 35 años de haber terminado los estudios de bachillerato; la realidad: saludarse y juntos recordar lo que para muchos fue la etapa más feliz como seres humanos.

Sin duda, el sentido gregario es el punto de unión de grupos sociales; también la identificación en la forma de pensar, intereses comunes, especialmente aquéllos favorecedores del desarrollo intelectual y afectivo, o el reto de vivir la vida. Del amor fraterno han escrito poetas y filósofos, siendo reconocido como uno de los energéticos más poderosos.

Grandes amistades inician en la infancia, con juegos representativos de retos a vencer, ensayos de lo que la vida presentará en la adultez; ser del equipo de los vencedores siempre ha creado unión, aunque formar parte de quienes sufren algún tipo de dolor liga, muchas veces con mayor fuerza.

Estos amigos cifran alrededor de cincuenta años, sin duda han iniciado el descenso en “la curva de la vida”. Tienen –la mayoría– inteligencia ponderada con experiencia física, que tamizadas por la vida ofrecen –si hay valores– las mejores oportunidades para servir a la Sociedad y aportar cosas de valor trascendente. Quienes piensan en sólo ganar dinero están equivocados. Déjeme explicarle la razón de escribirle esto:

A esos muchachos de entonces les dieron fuertes elementos de cohesión: el método educativo que vivieron; visión a comentarles por pensar que, en estos tiempos, nos puede dejar una buena reflexión en relación al cómo estamos preparando a nuestros hijos para enfrentar con éxito su vida adulta.

El Instituto Francés de La Laguna era un colegio semimilitarizado, sólo había alumnos varones y tenía una educación con clara ideología judeo-cristiana. Tiempos en que los Hermanos Lasallistas eran numerosos, -nunca suficientes- todos educadores por instrucción profesional y sobre todo con verdadera vocación.

La educación integral era perseguida en serio; así, luego de una jornada de seis horas y media de clases efectivas, dedicadas a cumplir los planes del estado y un poco más, atendían otro tipo de necesidades de desarrollo humano: las del cuerpo, por medio de actividades físicas y deportivas con programas formales, y las del espíritu, con actividades artísticas y culturales.

En los años sesenta y setenta, cuando recién iniciaba la educación superior en la Comarca Lagunera, las escuelas preparatorias y los bachilleratos se liaban en verdaderos torneos culturales, artísticos y deportivos; la oratoria y declamación, el teatro, la promoción de las artes plásticas, concursos de literatura, bandas de guerra y desde luego la competencia deportiva eran foco de atención comunitaria y servían como formidables palancas para la superación personal. Desde luego que fomentaban la amistad verdadera. ¿Recuerda los torneos de basquetbol en la Escuela Centenario o del Gimnasio de Gómez Palacio?

Por cierto: aquellos muchachos no contaban con derroches en tecnología educativa; tan sólo los apoyos suficientes en laboratorios básicos, tal vez algún proyector de transparencias y pare de contar. Aún cuando existían campos de futbol con “zacatito”, no les era extraño jugar en otros de tierra; las canchas de basquetbol, al aire libre y de pisos de cemento, nada de auditorios con duela, eran utilizadas frecuentemente en torneos que no requerían marcadores electrónicos ni vestidores y regaderas. Nadie se murió o lesionó gravemente.

Los profesores estaban verdaderamente a favor de lo que creían –profesaban- y aseguraban la cobertura de los programas educativos; sobre todo, cuidaban el aprovechamiento académico y el aprendizaje efectivo. Poco se hablaba de derechos sindicales y mucho de obligaciones laborales; de hecho, no era extraño, ante el estudio deficiente, llegara la amonestación y castigo con estudio en horas extra, durante las tardes o fines de semana y nadie se sorprendía por tales remedios académicos; sobre todo, ninguno de los reprendidos –algunos frecuentemente, como yo– quedó con algún daño en su “delicada psique”, según algunas teorías educativas modernas. Los “profes” acudían a esas jornadas extraordinarias sin considerarlo injusto y no hablaban de pagos extraordinarios, explotación laboral o “desgaste emocional de los educandos”.

En ese ambiente, donde la motivación para el estudio era promovida por los profesores con “firmeza en los labios y dulzura en el corazón”, los estudiantes terminaban enamorándose “del colegio”, sobrándoles tiempo para acudir a “las misiones”, programas de servicio a las comunidades desprotegidas, entendiendo con la práctica lo que significa filantropía, solidaridad y subsidiaridad. El colmo: los días de asueto y vacaciones se buscaban entre sí, para divertirse juntos.

Les entretenían cosas simples: pasear por la Avenida Morelos, a pie o en el coche de los padres –porque muy pocos tenían uno propio– y tampoco ninguno se insoló o se perdió; tomar algún refresco, helado o café con sus compañeros y algunas amigas; ir al futbol de segunda división, fueran seguidores del “Laguna” o el “Torreón” -entonces casi no había fanáticos de los tigres, rayados o chivas-; ver televisión, comúnmente en blanco y negro, en la sala de la casa, aprovechando para comentar los sucesos del día. Le pido haga memoria de aquellos tiempos: sólo había dos y luego tres canales, sin repeticiones instantáneas o efectos de imágenes computarizadas, continuamente con deficiencias técnicas de transmisión. Quedaba tiempo para estudiar, dialogar y estar en familia; en suma: mayor calidad de vida, aunque con menor tecnología.

Así como vivieron esos jóvenes, hoy adultos, era la forma de prepararse para abordar la universidad. Hoy, muchos de ellos son personas de éxito: profesionistas, comerciantes, industriales, todos promotores de la productividad; también religiosos, músicos, pintores, periodistas y hasta políticos. La gran mayoría con un común denominador: comprometidos en el desarrollo regional, servicio a su comunidad y propósitos de bien común; algunos también han logrado éxito económico.

Me niego a aceptar aquello de “todo tiempo pasado fue mejor”, prueba de ello es que algunos murieron por enfermedades hoy plenamente curables o controlables, aún cuando creo, tuvieron una vida más feliz, de adolescencia compartida, con mejor formación integral; por ejemplo: todos hicieron su servicio militar en la escuela. También rechazo eso de “los tiempos cambian” cuando sólo sirve para justificarse.

Algo anda mal en la educación dada por los adultos de hoy a los jóvenes; lo confirmo cuando leo sobre las riñas de juniors en “los antros”, casos preocupantemente frecuentes de depresión y hasta suicidio; la pérdida de fe, no sólo religiosa, sino por la vida misma; superficial preparación académica e indiferencia ante el conocimiento. Vemos a muchos adolescentes prefiriendo las escuelas “fáciles y de pocas horas y exigencia”, con padres distraídos; desgraciadamente, en general, son menos felices y más sofisticados. Lo invito a que pensemos en el tema y luego particularicemos en nuestros casos. ¿Qué estamos haciendo por nuestros hijos?, o mejor aún: ¿qué no estamos haciendo? ydarwich@ual.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 222214

elsiglo.mx