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Amigos o intereses

Juan de la Borbolla R.

Observando ciertas actuaciones históricas de los representantes del Departamento de Estado norteamericano pudiera dársele gran valor a esa frase que más de algún político de nuestro vecino país del norte se ha ufanado en proclamar: Estados Unidos no tiene amigos sino intereses.

Viendo los apoyos y desapoyos a Vicente Guerrero, Victoriano Huerta o Venustiano Carranza en México; Fulgencio Batista y Fidel Castro en Cuba, al Sha de Irán, a Saddam Hussein en Irak, etcétera, etcétera, acabamos por llegar a la paradójica actuación de las autoridades norteamericanas con respecto a la amenaza del famoso muro de la ignominia que pretenden construir entre ese país y el nuestro.

Por supuesto que no podemos establecer categóricamente la validez del principio antes mencionado como si absolutamente toda la actuación de las relaciones exteriores norteamericanas estuviera indefectiblemente marcada por él.

También podemos encontrar a lo largo de su historia países con los que el pueblo estadounidense y su Gobierno han mantenido una permanente relación de amistad por encima de intereses económicos, políticos o estratégicos, como pudieran serlo por ejemplo el Reino Unido una vez que se lograra la independencia de las originales 13 colonias.

Pero sí podríamos relacionar una importante propensión norteamericana a fijar objetivos por demás pragmáticos y en ocasiones poco congruentes en su relación con otros países, lo cual por ejemplo nuestra historia nacional puede dar infinidad de casos y que por otro lado le han supuesto a Estados Unidos entrar en problemas que en otras circunstancias de su hacer diplomático quizá se hubieran podido haber ahorrado, tal como por ejemplo la crisis de los misiles en Cuba, la toma de la embajada de Estados Unidos en Irán, la actitud beligerante de Irak o de Libia, las guerras de Corea y Vietnam, las invasiones a Nicaragua y Panamá y por supuesto las más recientes gravísimas provocaciones hechas por el régimen Talibán, en Afganistán.

Esa actitud pragmática y en ocasiones poco profunda respecto de orígenes históricos de afinidades o discrepancias en la actuación de Estados Unidos con otras naciones, encuentra por supuesto su complemento en otras actitudes también profundamente irracionales y viscerales de parte de algunas personas y gobiernos en contra de Estados Unidos de Norteamérica.

En esa actitud encontramos a quienes condenan de facto todo lo que suene a estadounidense simple y sencillamente por ese solo hecho, con una animadversión que a veces resulta verdaderamente ridícula.

Quizá a lo largo de toda la época conocida como la Guerra Fría y especialmente desde que se derrumbó ese otro muro ignominioso que separó a países europeos con motivo de la ideología marxista ahí asentada, Estados Unidos tiene enemigos irreconciliables que a la sola mención de su nombre se trastornan y profieren injurias en contra de ésa, por otra parte, gran nación.

En nuestro caso mexicano esa animadversión hacia lo norteamericano por parte de algunos personajes y políticos visceralmente antiyanquis viene de tiempo atrás, como si las guerras de intervención que cercenaron la mitad de nuestro territorio hubieran sido ayer.

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