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AMLO: Auge, caída y repunte

Jorge Zepeda Patterson

Hace dos meses los especialistas habrían apostado pesos por tostones, convencidos que López Obrador sería el ganador de los comicios. En marzo parecía que la carrera por la Presidencia ya había terminado. Obviamente estábamos equivocados. Luego del inesperado vuelco a favor de Calderón, muchos creen que otra vez está decidida, pero ahora en el bando contrario. Tengo la impresión que podríamos estar equivocados de nuevo. Hay signos de que los vientos comienzan a cambiar de humor una vez más.

La caída de López Obrador obedece a un cruce de factores. El “cállate chachalaca” en contra del presidente fue el inicio de su debacle; su inasistencia al primer debate fue otro elemento en su contra. Estos dos errores facilitaron el mensaje de sus adversarios que pintan al tabasqueño como alguien autoritario y no democrático. Justamente el golpe de gracia procedió del bombardeo de las campañas negativas del PAN. Pero éstas no habrían provocado el daño devastador que generaron, si no hubiese sido porque encontraron un caldo de cultivo propicio en los errores de López Obrador.

Un respetado intelectual de izquierda llegó a decirle a López Obrador que Federico Arreola en la pantalla podría causarle más daño que Bejarano en el video. No anda muy equivocado. Al margen de las virtudes del ex director de Milenio para recaudar fondos, no resultó muy buena idea convertirlo en vocero extraoficial para programas periodísticos. Su tono cínico, soberbio y confrontador confirmó los peores adjetivos que le endilgan al candidato perredista. Proponiéndoselo o no, durante las semanas previas al debate, cuanto López Obrador se ausentó de los medios, Arreola fue la figura más visible para efectos prácticos de todo el equipo de campaña del perredista. Una pésima estrategia para atraer votantes. Arreola puede ser un eficiente “cerrador” de negociaciones empresariales, pero resulta muy poco carismático como rostro de la campaña.

Por último, la obstinada negativa de López Obrador a reconocer errores, su tendencia a descalificar encuestas adversas y su rechazo a corregir estrategias, terminaron por confirmar una imagen de rigidez e intolerancia.

Y a pesar de todos estos agravantes, López Obrador aún podría ganar las elecciones. O mejor dicho, todavía es demasiado temprano para asumir que ya las ha perdido. Para empezar, hay signos de que su caída ya se ha detenido. La más reciente encuesta de El Universal, hace una semana, lo coloca a cuatro puntos atrás de Calderón, una distancia menor a la que reportan otras empresas a finales de abril. La consultora Saba, asesora del sector privado que hace un levantamiento cada dos días, había reportado un descenso persistente de López Obrador desde mediados de marzo hasta tocar fondo a principios de mayo. Pero a partir del seis de mayo muestra un repunte significativo. Al arrancar el mes Calderón lo superaba por 12 puntos; el 18 de mayo la ventaja se había reducido a la mitad (www.sabaconsultores.com).

¿A qué motivos podría obedecer este repunte? Por un lado, es probable que el efecto de las campañas negativas esté comenzando a provocar “rendimientos decrecientes”. En la curva de impacto, hay un punto de retorno en que las críticas llegan a saturar el ambiente e incluso a revertirlo, una vez que ha pasado la novedad. El exceso de “saña” puede estar provocando no sólo hartazgo, sino también un principio de empatía con el personaje atacado.

Por otra parte, desde hace una semana López Obrador abandonó su exilio de los medios de comunicación y acudió a distintos foros televisivos, en general con buen desempeño. En todas las entrevistas buscó ofrecer una imagen de solidez y responsabilidad, con el propósito de contradecir la imagen que se la ha endilgado de constituir un “peligro para México”.

Pero quizá el factor más importante tiene que ver con la realidad social que vive el país. Más allá de la espuma que generan las técnicas de persuasión y si por un momento silenciamos el ruido de las campañas, resulta un hecho que el candidato de los “pobres” posee una enorme clientela social. Las mismas razones que explican que América Latina se haya pintado de presidentes de centro-izquierda, son las que impulsan en México una polarización que favorece a un abanderado de los intereses de “las mayorías”. A lo largo de todo el continente la globalización ha ampliado brechas sociales que los desprotegidos intentan paliar con su voto.

El caso de Atenco de alguna manera volvió a recordar esa realidad. Si bien es cierto que la opinión pública favoreció la intervención de la autoridad en contra del grupo radical e intransigente de los macheteros, también es cierto que las arbitrariedades y violaciones sexuales por parte de los policías indignaron a una buena parte de la población. Sobre todo aquella que recuerda en carne propia las arbitrariedades de un sistema de justicia que siempre opera en contra suya y a favor de los poderosos. Para estos sectores pudo haber sido un recordatorio de que, más allá de los dimes y diretes de los anuncios de campaña, existe una identidad entre ellos y el populismo del tabasqueño.

Esto no significa la existencia de una determinación histórica que vaya a imponer el triunfo de López Obrador. No hay duda que perderá si persiste en sus errores. Más bien significa que pese a estos errores, el personaje increíblemente sigue siendo un contendiente. En ese contexto de empate técnico, el debate del seis de junio será muy importante. Pero más aún lo serán los diversos imponderables que en las próximas seis semanas podrían afectar las consideraciones de un electorado que, hasta ahora, se ha mostrado sumamente volátil. Una elección de pronóstico reservado: se recomienda no apostar

(jzepeda52@aol.com)

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