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Animal político/La élite de los partidos

Arturo González González

Durante el sexenio que está por terminar, los partidos políticos mexicanos han puesto especial empeño en alejar a los ciudadanos de todo lo concerniente a la administración pública.

El desencuentro, sectarismo, interés personal y de grupo, la discusión estéril, descalificación y, en consecuencia, el sobajamiento de la actividad política, han sustituido al acuerdo, consenso, debate, compromiso con la sociedad y la seriedad de la función, durante estos seis años. Y aunque las generalizaciones comúnmente no son apropiadas, en este caso se puede afirmar, sin temor a la equivocación, que sólo unos cuantos funcionarios federales con cargos de elección popular escaparon, al menos parcialmente, de la vileza con la que la política se ha manejado en este periodo sexenal.

El Congreso de la Unión, tanto el Senado como la Cámara de Diputados en sus dos legislaturas, se agotó prácticamente en las pugnas entre las bancadas y al interior de las mismas, lo que impidió una discusión profunda y real de cuáles son las reformas a las leyes y a la Constitución que México necesita para impulsar su desarrollo.

Un severo golpe a la credibilidad y honestidad de los integrantes del Poder Legislativo lo representó la aprobación de la Ley de Radio y Televisión, mejor conocida como Ley Televisa, la cual, pese a todas las críticas y cuestionamientos de varios sectores de la sociedad, pasó por las dos cámaras. Curiosamente, el tema de la nueva normatividad para los medios electrónicos de comunicación, asunto que involucra los fuertes intereses del poderoso duopolio televisivo nacional, logró lo que las reformas llamadas por los propios partidos estructurales, no consiguieron: poner de acuerdo a la mayoría de los diputados y senadores.

A la incapacidad del Congreso se sumó la inmovilidad del Gobierno Federal. Si bien es cierto que la Oposición en San Lázaro mantuvo una cerrazón casi sistemática respecto a las iniciativas del Ejecutivo, éste mostró una clara torpeza a la hora de intentar la negociación con las fracciones parlamentarias, lo que echó por la borda cualquier posibilidad de diálogo y consenso. Vicente Fox responsabiliza completamente a la Oposición en el Legislativo de los fracasos de su Administración. Prometió como candidato crecimiento económico del siete por ciento, terminar con la corrupción en las instituciones, disminuir sustancialmente la pobreza, abatir la inseguridad, entre otras maravillas. No obstante, luego de casi seis años como presidente, los avances son pocos: el alza anunciada en el PIB no se ha dado, la corrupción está lejos de ser erradicada, la miseria continúa y la inseguridad, contrario a haberse controlado, se ha disparado, sobre todo en los últimos dos años -basta ver lo que sucede en Tamaulipas, Guerrero, Chihuahua, Nuevo León y Michoacán.

Pero la culpa de todo esto la tiene la Oposición en el Congreso, dicen Fox y Acción Nacional; a lo que aquélla responde que el único culpable es el presidente y su corte blanquiazul; y así se van los partidos políticos descalificándose, obstruyéndose, metiéndose zancadillas y burlándose de la gente. A fin de cuentas, los miembros de esas agrupaciones saben que van a seguir en donde están y que continuarán perteneciendo a esa élite de ciudadanos que detentan el monopolio del poder bajo el argumento de la representación popular, cuyo objetivo primordial, aunque su retórica hueca diga lo contrario, no son los intereses nacionales sino los de su grupo y su persona.

Por si fuera poco, los ciudadanos ahora tienen que soportar una larguísima campaña electoral en la que aparece todo menos propuestas claras, factibles y argumentadas. Con un cinismo que raya en la ofensa, los candidatos a la Presidencia de la República y sus equipos derrochan una cantidad obscena de recursos para tratar de convencer al electorado de que sus contrincantes tienen las manos más sucias, son menos honestos o que carecen de experiencia. Y en esa guerra, nadie ha salido sin heridas. La porquería fue arrojada al abanico y a todos alcanzó.

Ahora vienen a decirle a los votantes que, en este escenario de podredumbre, deben dar su sufragio al aspirante “menos malo”. ¿Así de patética es la democracia a la que México aspira? ¿con eso se conforma la sociedad mexicana? ¿es eso lo único que merece: escoger entre tres, cuatro, cinco o diez candidatos pertenecientes a esa élite que no quiere perder sus privilegios políticos y económicos y que usa los sagrados conceptos del bien común y el servicio público como meros lemas propagandísticos?

Los partidos han secuestrado a la democracia y no están dispuestos a liberarla. En los procesos electorales pueden darse con todo pero nunca llegarán a matarse, se necesitan unos a otros para montar la gran farsa y mantener el control de la República. Gane quien gane el dos de julio, seguirán enfrascados en sus luchas por colocarse en o cerca del poder, sin importarles el bienestar de la mayoría de la población, a la cual, en tres o seis años volverán cínicamente a pedir su voto. Esto continuará sucediendo hasta que el ciudadano de a pie no asuma el lugar que le corresponde y haga valer su derecho de forjar su propio destino individual y colectivo.

Correo electrónico:

argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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