La situación política y social por la que atraviesa México en estos momentos es preocupante. A los viejos conflictos, grandes pendientes que también ahora deja la Administración de Vicente Fox Quesada, se le han sumado otros de igual importancia. Con estos problemas puede decirse que quien gane las elecciones del dos de julio próximo, tendrá a partir del primero de diciembre un polvorín entre sus manos.
De los añejos asuntos, destacan dos: la desigualdad socioeconómica y la presencia de grupos guerrilleros en varias entidades de la República. Ambos están relacionados y hasta cierto punto, el segundo se alimenta del primero.
La pobreza de la mayoría frente a la riqueza de unos cuantos, es un problema fundamental de la nación mexicana cuyo origen se remonta hasta la Conquista y la Colonia, en donde el régimen de castas mantuvo a la población nativa hundida en la miseria y la ignominia, mientras los criollos y españoles gozaban de las riquezas de estas tierras y todos los privilegios posibles.
Una vez lograda la independencia, y posteriormente con la Reforma, la leyes reconocieron la igualdad jurídica de los mexicanos y se extendieron los derechos políticos a prácticamente toda la población, situación que nunca se tradujo en los hechos debido al abismo existente entre ricos y pobres. La clase media no existió hasta después de Porfirio Díaz y la Revolución Mexicana, la cual planteó un nuevo régimen político y social, emanado de una Constitución que estableció importantes avances en materia de derechos sociales. No obstante, una dictadura de partido que duró siete décadas impidió un desarrollo económico equitativo: millones de personas siguieron viviendo en la pobreza.
Con el triunfo de Fox en el año 2000 y la derrota del partido de Estado, si bien nadie pensó que de la noche a la mañana se iban a acabar los problemas, por lo menos se abrigó una esperanza de que por fin este país iba a tomar un rumbo hacia el progreso material de las mayorías y la consecuente disminución de la brecha entre ricos y pobres. Pero no fue así. Poco más de la mitad de la población está en la miseria, mientras un solo mexicano posee una fortuna que lo coloca en el tercer lugar de los hombres más ricos del mundo.
Esta realidad de profundos contrastes ha encontrado sus válvulas de escape en la emigración hacia Estados Unidos, las remesas enviadas por los que se van y el asistencialismo gubernamental. Pero con esto, la situación no mejora, simplemente se deteriora menos rápido.
Por otra parte, aunque poco se habla de ellos ahora en los medios de comunicación, están los grupos armados como el EPR, el ERPI, las FARP y por supuesto el EZLN. Estas agrupaciones insurgentes, visibles desde mediados de la década pasada, son de alguna manera herederas de las organizaciones subversivas y clandestinas de los años sesenta y setenta como las guerrillas de Rubén Jaramillo, Arturo Gámiz, Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, la Liga Comunista 23 de Septiembre y las Fuerzas de Liberación Nacional.
Dichos ejércitos irregulares han canalizado, a través de la actividad política-guerrillera, parte del descontento social que hay en México por la desigualdad prevaleciente, con su dosis, claro está, de ideología radical de izquierda. Y aunque su presencia pudiera tacharse de marginal, es real y no se descarta que pudieran encontrar en los sectores cada vez más marginados, un campo fértil para crecer y convertirse en una amenaza mayor para el Estado mexicano; a fin de cuentas, fue ahí precisamente donde pudieron surgir.
Los zapatistas, por ejemplo, han logrado enarbolar la bandera de justicia social y dignidad para los pueblos indígenas al grado de mantener desde hace más de diez años una presencia intermitente pero constante en la vida pública. Nadie puede negar que se han convertido en un símbolo de la resistencia de las etnias aborígenes de México y parte de Latinoamérica. Su “éxito” parcial (la supervivencia y la simpatía de muchos) no es gratuito: independientemente de que las maneras de Marcos gusten o no, detrás de la lucha hay un reclamo justo.
Pobreza y guerrilla, pues, son dos ingredientes viejos de la realidad actual mexicana, ambos peligrosos y dignos de toda atención, pero soslayados irresponsablemente por los Gobiernos, incluyendo el que está a punto de terminar. Sobre los ingredientes nuevos, escribiré la próxima semana.
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