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Antidiplomacia/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Reza un viejo refrán popular: “Genio y figura hasta la sepultura”. Pero ello no debe ser motivo para oponernos a modificar nuestra conducta cuando nos encontramos en una posición de autoridad.

Esta concreta reflexión viene a colación con motivo de los exabruptos y bravuconerías del presidente de Venezuela Hugo Chávez, tanto en la tribuna de la Organización de las Naciones Unidas, como en la ciudad de Nueva York.

Desde esa palestra Chávez afirmó que “ahí olía a azufre”, porque antes había estado haciendo uso de ella el presidente George W. Bush, al que comparó con el mismo demonio. Pero además, lo tachó de alcohólico y sostuvo que se encontraba en la Casa Blanca tan sólo por ser “hijo de papá”, así como que era un ignorante de la política.

Es posible que cosas como ésas y aún peores acostumbremos coloquialmente a decir de Bush todos los días. Sin embargo, un jefe de Estado que se precie de serlo no debería actuar así y menos en un foro internacional.

Después de esas “linduras” dichas por Chávez no nos deberíamos de asombrar que se haya negado a reconocer a Felipe Calderón como presidente electo de México y de lo que en otro momento le ha dicho al presidente Vicente Fox.

Si en un foro como el de la ONU que es centro de armonización de las naciones se atrevió a decir lo que dijo, qué se puede esperar en su propio país. Pues hasta que se atreva a cantar “México lindo y querido”.

Tan sorprendente es ver a un presidente ofender de esa manera a nivel internacional, como que haya quienes aplaudan esas conductas antidiplomáticas. Los aplausos que le dieron a Chávez los asambleístas de la ONU duraron 40 segundos. Los que le brindaron a Bush, en su intervención, sólo 15.

No nos debe de extrañar que el mundo ande de cabeza con tantos que consideran esas actitudes como correctas y que la ONU se encuentre inmersa en una crisis tal, que en el mismo salón principal de esa organización personajes como Chávez o como Evo Morales se lancen a la yugular de otro mandatario.

El mundo de la diplomacia es para nosotros los ciudadanos comunes un mundo extraño que responde a sus propias reglas.

Alguna vez, en Río de Janeiro, tuve la oportunidad de convivir largo y tendido con varios embajadores y secretarios de Relaciones Exteriores del continente.

Por lo general, son personas cultas, preparadas en el conocimiento de los problemas internacionales, muy atildadas y sumamente prudentes.

En el trato personal con ellos uno debe manifestarse ignorante de todo a fin de permitir que se explayen.

“Ya fueron ustedes al Plataforma Uno”, nos preguntó en aquel entonces el embajador de México en Argentina, a lo que mi querido amigo Alonso (acostumbrado a tratar con ellos) respondió: “No señor. No hemos ido”. Yo voltee a verlo como diciendo: ¡Cómo no, si anoche salimos de ahí a las tres de la mañana!

Pero Alonso me lanzó una mirada fulminante para que no dijera nada y después me explicó que de esa manera le dábamos oportunidad al embajador de que contara su experiencia.

No me agrada esa forma de pasar por tonto e ignorante. Pero así se las gastan en ese mundo tan lejano y extraño para nosotros.

Sin embargo, ni en nuestro mundo ni en el de la diplomacia se puede permitir que una persona insulte a otra públicamente. Ni que la denigre o se burle de ella denunciando sus defectos, como si el otro no los tuviera también.

Los voceros de la Casa Blanca simplemente desdeñaron esas actitudes y dijeron que debería ser el pueblo de Venezuela el que calificara la forma en que se comportaba su presidente.

Diplomáticamente lo mandaron al carajo, pues la forma más dura de atacar a aquel que profiere un insulto es ignorarlo.

Y no obstante las voces, como la de Jorge Castañeda, que claman por un rompimiento de relaciones entre México y Venezuela, con motivo de las declaraciones de Chávez respecto a Calderón, quizá lo mejor sea ignorarlo por el momento y esperar al resultado de las elecciones de diciembre en las que el presidente venezolano se juega su permanencia en el poder, para tomar otro tipo de acciones.

Ya le corresponderá a Calderón la decisión de qué hacer con el orate de Chávez de diciembre en delante.

Por ahora es preferible que Felipe insista en que Fox resuelva el asunto de Oaxaca antes de que se vaya.

Aunque si no cumplió su promesa de arreglar Chiapas en “quince minutos” poco se puede esperar de él.

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