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Aquí, de mirones

Afonso Villalva P.

No sé si usted ha percibido esa extraña sensación de encontrarse en una fiesta, reunión social o de trabajo, o cualquier otro tipo de aquelarre, en el que todo mundo parece tener información que usted desconoce, parece como si usted hubiese llegado tarde o padeciese la pérdida irreparable del dato preciso para entender por una imperdonable distracción; y parece, además, estar tan avanzado el resto del grupo que le rodea en la información de marras, que hasta los chistes les causan la misma gracia o sonrisa de complicidad.

Es una sensación desagradable que nos hace sentir algo que raya entre la exclusión, la falta de pertenencia y la insensatez supina.

Por evidentes razones, los de al lado se niegan o, al menos, le dan poca importancia al hecho de su impotencia e ignorancia respecto de lo que pasa a su alrededor, y toman un placer raro en esa ventaja de tener información que usted no posee.

No sé, tampoco, si se ha percatado que usted, yo y la gran mayoría de la gente que decidimos formar un porvenir trabajando y pagando impuestos -por oposición a vivir cobrando y disfrutando del erario público-, nos encontramos en esa situación desconcertante en la que vemos que el mundo entero se despelleja por el petróleo y el resto de los energéticos -que, según los expertos, será tan escaso y codiciado en algunos años-.

Mientras nuestros presidentes, diputados, senadores, aspirantes y suspirantes, centran desde hace años sus vidas, nuestros patrimonios, y nuestros destinos, en su lucha muy personal por hacerse de puestos públicos, en su refriega por tener patente de corso para esquilmar y enriquecerse, en su intento de ocultar sus abusos con el manto de los abusos ajenos, en practicar la jugarreta socarrona e inútil de la frase hueca, trillada, lanzada al vacío con voz impostada, desde lo alto de una caja de jabón y con acento revolucionario.

No entiendo cómo, pero han pasado al menos quince años sin que nuestro petrolero país intente siquiera tomar un rol protagónico en las discusiones, mucho menos en ventajas comerciales para posicionar nuestros productos o en oportunidades para invertir en lo nuestro y salir a los mercados internacionales en busca de nuevas oportunidades.

No entiendo, por ejemplo, cómo perdimos la oportunidad de compartir la aventura con Cuba y hacernos su socio en la exploración, extracción y demás procesos que la empresa más grande de América Latina, es decir, Pemex.

Ésta pudo haber utilizado como ingreso alternativo para su financiamiento, para su modernización, para tener la posibilidad de competir y arrebatarse un trozo más grande del mercado internacional, con los correspondientes beneficios de inyección de recursos frescos al país.

Pudo ser también Argentina, Venezuela misma, o cualquier otro territorio cuya cercanía y similitud cultural hacían apenas lógico que pudiese ser una oportunidad nuestra.

No entiendo en qué parte de su largo peregrinar por pueblos, escuelas públicas, plazas históricas y rancherías, nuestros candidatos y funcionarios electos perdieron la agenda que les obligaba a hacer cirugía mayor al modelo de Pemex, específicamente por lo que respecta a la invasión cancerígena de su sindicato.

No entiendo dónde perdieron el diccionario para entender, verdaderamente, que significa eso de “en beneficio de la Nación”.

Es al menos incomprensible, que una vez más hayamos pasado los años y la vida contemplándonos en spots televisivos sin sentido y repletos de un egocentrismo infantil y electorero, en vez de haber profundizado en nuestros deberes e impulsar nuestra industria hacia mejores horizontes.

Hacia la cúpula del sector, hacia una frontera muy lejana de la estulticia de todos los que, al menos en los últimos quince años, impidieron o fallaron en generar un nuevo modelo de inversión que efectivamente hubiese beneficiado a nuestra industria, a nuestro crecimiento económico.

Es probable que los demás, los otros países que sí han sido diligentes, se rían de nosotros, como en esas fiestas que comentaba, y seguramente harán bien, aún cuando nos hierva la sangre y el orgullo vencido, pues no nos hemos enterado que los únicos dueños del mañana son aquellos que en los últimos años se han dedicado a detectar las oportunidades y trabajar decididamente para beneficiarse de ellas.

Generar mecanismos de inversión que nos lancen al sueño de tener alguna vez una economía de primera categoría, no es ceder la rectoría del Estado, ni traicionar la soberanía, es un simple acto de inteligencia y madurez.

No obstante, como no es perceptible en el horizonte que exista ese liderazgo informado, decidido y visionario, nos tendremos que conformar con seguir discutiendo bobadas ocurridas en un hotel capitalino, ocupando el prime time, el tiempo de ministros, diputados, delegados, presidentes, voceros y toda la parafernalia de la burocracia, en nimiedades.

Mientras en nuestras narices y en la cocina de nuestra casa, el resto del mundo se prepara para sobresalir, para ser rentable, para crecer y sobre todo para tomar el control de oportunidades que pudieron haber sido nuestras, pero nos quedamos aquí, de mirones nada más.

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