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Archivo adjunto| La Pinza

Luis F. Salazar Woolfolk

Ante las explosiones ocurridas la madrugada del lunes pasado en la Ciudad de México, llama la atención que una insistente corriente de opinión en los medios de comunicación, resalte que se trata de acciones que no quisieron ocasionar daños a la integridad física de las personas, en función de la previa advertencia hecha por los propios responsables de los atentados a los teléfonos de emergencia.

La postura intenta paliar los efectos dañinos del activismo de una izquierda que desde hace tiempo se quitó la máscara de la democracia y el pacifismo, pero que nos perdona la vida a condición que el país en su conjunto, sociedad y Gobierno, nos sometamos a su capricho. ¡Gracias!

Desligar estos atentados del conflicto post electoral de acuerdo al principio ?las apariencias engañan?, resulta fácilmente rebatible bajo otra premisa según a cual, sólo los necios no se dejan llevar por las apariencias.

Además del activismo Peje-perredista que cuestiona la legitimidad misma del Gobierno llamado a iniciar el próximo primero de diciembre, la gira del fantasma del EZLN que profetiza que Felipe Calderón no concluirá su mandato y el discurso incendiario de la APPO que desde Oaxaca asegura que de no caer Ulises Ruiz el presidente electo no pasará, son factores que acreditan la impaciencia de la autoproclamada izquierda mexicana, que no desea esperar seis años más a una nueva oportunidad de acceso al poder por medio de las urnas y está dispuesta a arrebatarlo aquí y ahora por cualquier medio.

El reto para el Gobierno Federal es enfrentar la violencia, maniatado por la culpa ajena de la represión del pasado. Los viejos priistas frotan sus manos esperando ver al Gobierno de la alternancia entre la espada de la agresión al Estado y la pared de la política represiva, que en la era priista se justificó como mal necesario.

Los cinco membretes que reivindican la autoría de los atentados desde la clandestinidad, en coincidencia con las operaciones abiertas de los falsos demócratas que tremolan ideologías afines, revela que la izquierda mexicana tradicionalmente dispersa está unida hoy por hoy, en un sistema de vasos comunicantes que responde a un solo mando o al menos a un solo objetivo: el derrocamiento del Gobierno constitucional para ocupar el vacío.

López Obrador y sus secuaces no están locos. Responden a una forma de operar basada en la ideología marxista-leninista, que el siglo pasado esclavizó a Rusia y a Europa Oriental durante décadas a un costo que el Premio Nobel de Literatura de 1970, Alejandro Soltzenitzin, calculó con apoyo documental, en cincuenta millones de vidas humanas.

La izquierda mexicana que presenció el inicio y conclusión de la Guerra Fría sin ver cristalizado su anhelo de tomar el poder, viene por lo que cree que le pertenece. En el pasado no lo pudo lograr por la vía de las armas, pero hoy emplea la estrategia de pinza por medio de un brazo político falsamente democrático y otro descaradamente violento.

Correo electrónico:

lfsalazarw@prodigy.net.mx

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