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ASÍ COMIENZA MI ADICCIÓN...

Gaby Vargas

Con excepción de los comics, nunca he leído nada por placer. Es más, me parece la cosa más aburrida del mundo. No comprendo cómo los adultos o las nerds del colegio se pueden pasar horas leyendo un libro. ¡Qué flojera! ¡Qué pérdida de tiempo! Busco las versiones más cortas de La Ileada, La Odisea, El Quijote, El Popol Vuh y demás literatura clásica obligatoria para tramitar las tareas. Cumplo 18 años; Pablo mi novio, me regala un libro que se llama Corazón de Piedra Verde, de Salvador de Madariaga. Si bien no recuerdo, qué me motiva a abrir sus páginas, queda grabado en mí de manera perenne, el asombro, el deslumbramiento que me produce viajar en el tiempo, descubrir un mundo mágico de amores y desamores, acercarme a las sutilizas de la psicología humana y verme reflejada en muchos de sus párrafos como en un espejo. En el libro encuentro puesto en palabras, mil cosas que he sentido, que he vivido y que no sé cómo nombrarlas ni describirlas. Los aztecas, antes tema necesario para pasar la materia, ahora los veo con una lente de aumento, con microscopio, que sin darme cuenta, formo parte de ellos, de su vida; se me acercan, los comprendo y aprendo a querer. No puedo soltar el libro. Espero con ansiedad poder liberarme un poco del mundo para acomodarme plácidamente y sumergirme en sus páginas. A veces, soy incapaz de contenerme y en una escapada a mi cuarto, leo de pie el desenlace de alguna trama. Me siento cómplice de algo. Termino el libro verde de pasta dura, recuerdo en donde estoy y lo que traigo puesto. Con la mano lo acaricio, me lo llevo al pecho y por primera vez, comprendo la magia y el amor que se le puede tener a un libro. La frase tantas veces escuchada "un libro es como un amigo" cobra sentido. Ahí comienza mi adicción. Cuando escucho esa frase de que el mexicano no lee, por un lado lo entiendo, especialmente si tomamos en cuenta las mil opciones que un joven encuentra para entretenerse a través de los medios y la red. Sin embargo, también me da tristeza que no hayan descubierto este vicio tan adictivo, placentero y sin consecuencias como es leer. Estoy segura que en el momento que lo hagan, quedarán atrapados para siempre en su nicotina. Inicia el año de 2006 y como nuestros propósitos suelen ser los de siempre, ¿por qué no agregar el leer más? Darnos ese ratito en el día o por las noches en una deliciosa posición horizontal para sumergirnos en silencio en un mundo a temporal, ajeno a la realidad exterior y a salvo por un breve tiempo de todo. Hagamos el ejercicio de apagar la televisión para disfrutar de ese rato, sin el peso de tratar de conciliar el sueño tras habernos enterado de las últimas violencias y catástrofes en el mundo. Leer nos conecta, nos multiplica el mundo, nos acerca a nosotros mismos, nos expande la mente, la memoria y el gozo. Motivemos a nuestros hijos a que lean. La peor forma es imponerlo. La mejor es a través de ver en nosotros esa pasión por hacerlo; de escuchar historias, cuentos y lugares encantados, que surgen de los libros y de la imaginación. Limitemos el tiempo en el que tienen acceso a los juegos electrónicos porque también crean adicción. Una adicción estéril y negativa que los desconecta, los aleja de sí mismos, de la realidad y les llena de violencia la mente y la imaginación. Ahora mismo, pienso en los libros que leeré a lo largo del año, si Dios me da vida y siento la misma ilusión que a los 18 años cuando descubrí este placentero vicio, ojalá quienes hemos descubierto esta pasión logremos contagiar a otros y así dejemos por fin de decir que el mexicano no lee... Queridos lectores, ¡Feliz año!

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