Un viejo educador dice: “los jóvenes no se rebelan contra la autoridad; se rebelan contra la falta o el exceso de la autoridad” y seguramente tiene razón. En la vida cotidiana, el exceso o abuso se manifiesta en sistemas dictatoriales, donde no hay más razón ni verdad que la del tirano; la ausencia ocasiona caos social, ingobernabilidad y anarquía. Tal vez algo de esto último nos esté sucediendo.
La esperanza de alcanzar mayor vida democrática nos motivó a ejercer el voto de castigo ante la ilusión generada, por primera vez en muchos años, de un nuevo compromiso de Gobierno que, entre otras cosas, prometía: libertad, honradez y transparencia; cambio de rumbo hacia un México más justo y equitativo; nuevo pacto social más equitativo. Pocos de esos objetivos hemos alcanzado.
Cierto que, como nunca, la lucha por el poder se ha llevado al extremo, incluido el bloqueo de propuestas de cambios en leyes y políticas, siempre tratando de evitar el reposicionamiento de quienes las proponen; así sucedió con los proyectos de reforma en cuestiones hacendarias, administración paraestatal y política social. Hoy, vivimos mayor inseguridad, narcotráfico y pobreza.
Si esa lucha por el poder paralizó en buena parte a nuestro país, también la administración federal muestra graves deficiencias en el ejercicio de autoridad, tanto en política interna como externa. Ejemplo nacional: el fracaso en la atención a las distintas fuerzas y los grupos de Oposición; internacional: los desafortunados “tumbos” diplomáticos con Cuba y Estados Unidos de Norteamérica.
La falta de autoridad en los distintos niveles de la administración pública se refleja en la vida cotidiana, consecuentemente rebasando los límites de orden y respeto a las leyes y a las instituciones. Le escribo algunos casos:
La exoneración a Arturo Montiel, cuando el Congreso del Estado de México aprobó la cuenta pública del año 2005, a pesar del dudoso destino de mil 500 millones de pesos; así, quedó libre de toda responsabilidad, ante la sorpresa de partidos de la Oposición que protestan inútilmente y los mexicanos, quienes debemos “tragarnos” el coraje y frustración.
Los seudoprofesores de Oaxaca destruyen bienes muebles, bloquean calles e impiden el normal desarrollo de las actividades turísticas, comerciales y sociales, atentando contra el capital del estado y privando a muchos ciudadanos, especialmente a los más pobres, de ganarse unos pesos. Ante eso, la autoridad declara que: “no emprenderá acciones” contra las turbas salvajes, en una clara manifestación de incapacidad; ahora amenazan invadir empresas de comunicación privadas y dicen que no cederán hasta que renuncie el gobernador. ¿Eso es democracia?
Marta Sahagún amenaza a Jesús González Schmal, presidente de la Comisión Especial, quien investiga a sus hijos por tráfico de influencias advirtiéndole: “su fuero tiene un límite”, haciendo referencia a que pronto dejará la protección de la Cámara y podrá ser sometido a las leyes y/o al abuso de poder.
El “Gober Precioso”, Mario Marín, continúa en el cargo y con el paso de los días logra enfriar la embestida política con spots de reposicionamiento, con altos costos pagados por los ciudadanos.
Las muertes, sanguinarias e infrahumanas, debidas a la guerra entre narcotraficantes ya no son noticia; no sorprenden los asesinatos, acaso descubrir las nuevas formas de ensañarse con el enemigo, desde acribillados hasta decapitados y/o descuartizados. En general, todos casos irresueltos por incapacidad, y/o temor y/o negligencia, ¿o una mezcla?
Tuvimos una clara advertencia con los “macheteros de Atenco” y el fallido propósito de construir un nuevo aeropuerto para el monstruoso Distrito Federal; cancelaron la obra con distintas manifestaciones anárquicas, incluyendo manifestaciones armadas plenas de impunidad, de indígenas y campesinos azuzados por políticos siniestros; o los desplantes del autonombrado “subcomandante Marcos”, quien ha perdido buena parte de su bandera, pero continúa “paseándose” por el centro y sur de México, en franco reto y agravio a autoridades y leyes nacionales.
El inicio de la campaña política para la Presidencia de la República, de Andrés Manuel López Obrador, fue con la lucha contra el poder titubeante y terminó ganándola por la inseguridad de la contraparte; no hubo desafuero y sí publicidad e impulso gratuitos, que ahora le permiten mantener al país en la zozobra, violando sus propios acuerdos, declaraciones, compromisos y pisoteando el derecho de las mayorías.
Es justo aceptar que muchos de los problemas ya existían antes que Fox iniciara su mandato, pero igualmente es bueno reconocer lo mucho que hay por hacer y no hizo, ante el desconcierto y el asombro de los mexicanos, provocándo desencanto y desesperanza, manifestados con un nuevo voto de castigo.
Le pregunto: ¿aparecerá un líder capaz de ejercer correctamente la autoridad del puesto de primer mandatario de la nación?; un inspirador para el cambio, promotor de la paz y el bien; sobre todo, orientador del esfuerzo al beneficio común de los mexicanos. Veremos.
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