Dos aclaraciones necesarias: ni una sola de las impugnaciones publicadas hasta hoy por el PRD y sus socios electorales me hace pensar que hubo fraude el dos de julio. Ni siquiera el singular comportamiento, tanto del Programa de Resultados Preliminares (PREP), como del posterior conteo de las actas. A pesar de ello, no veo problema alguno en que se diseñe un mecanismo para hacer un recuento de votos, ya sea de la totalidad o de una muestra científica de los paquetes electorales.
Dicho eso, exploremos la negativa de los panistas, encabezados por su candidato Felipe Calderón Hinojosa, a manifestarse a favor de un nuevo recuento de los sufragios.
1) Calderón no puede ir contra su obra. El candidato panista se cree uno de los padres del actual sistema electoral mexicano. Es cierto que la reforma electoral de 1996 le debe a él y a su partido parte del diseño que derivó en la constitución de un Instituto Federal Electoral ciudadano. Ese organismo y las leyes que lo rigen, mostraron su eficacia en la histórica votación de 2000. Ante lo que considera alegatos sin fundamento, Calderón no va a sumarse a un potencialmente costosísimo descrédito del IFE, por ello no va a pedir un nuevo recuento.
2) Los perredistas son insaciables. Calderón no tiene la certidumbre de que Andrés Manuel López Obrador y sus partidarios cumplan su palabra. Cabe recordar que pocos días antes de la elección, López Obrador dijo que a pesar de todo, consideraba como legítimo al proceso. Después del dos de julio se ha cansado de contradecirse. ¿Qué garantía tiene nadie de que en verdad López Obrador acatará lo que resulte del nuevo recuento? Si cede ahora, podría pensar Calderón, ¿tendría que ceder de nuevo? Esto podría llevar a una espiral destructiva para el propio Calderón.
3) Este escenario podría llamarse, ?¿y si nos hacen fraude?? Qué garantiza que un probable nuevo recuento, que quién sabe cómo se realizaría, en público o en privado y por quiénes, no sea oportunidad para que los perredistas logren de alguna manera influir en el recuento y éste sea, literalmente, manipulado por perredistas tan insignes como el hoy senador electo José Guadarrama, denunciado de tiempo atrás por sus trapacerías en el PRI. Entonces, pensaría Calderón, para qué nos arriesgamos.
3) ?Dura lex, sed lex?. Aunque se compruebe que el presidente Vicente Fox se pasó de la raya en sus declaraciones a favor del continuismo, que ciertos padrones del programa Oportunidades pudieron ser usados con fines electorales, que la cúpula empresarial le dio apoyos mediáticos indebidos, Calderón el abogado ya midió el caso y consideraría que el cúmulo de acusaciones y sus pruebas no configuran un expediente sólido, de ahí que confíe en que los magistrados del Tribunal Electoral lo desechen y cosa juzgada? a su favor.
Estos escenarios son mera especulación, pues Calderón no ha detallado el porqué de su negativa al nuevo conteo. Quizá la explicación más sencilla es que está escaldado: López Obrador les ha ganado varias.
Por ejemplo, cuando no cumplía con los requisitos de residencia en el Distrito Federal para ser candidato a jefe de Gobierno en 2000. Santiago Creel convenció entonces al PAN de que dejaran competir al perredista porque había que ganarle en las urnas y no en la mesa. Cuando recuerda esa disyuntiva, Calderón lamenta que el PAN haya cedido a brincarse la Ley, e incluso se burla sobre lo ?feo? que son los triunfos en la mesa: ?Ay qué pena?, le dijo recientemente a Carmen Aristegui (en el libro ?Uno de dos?) cuando ésta le recordó lo poco elegante que habría sido no dejar competir en 2000 a López Obrador.
?Ay qué pena?, puede ser que Calderón piense hoy sobre triunfar en la mesa sin un nuevo recuento.