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Buenos deseos/Paideia

Gabriel Castillo

El Año Nuevo nos lleva, casi irremediablemente, a revisar lo que hicimos en el que terminó, a valorar nuestros éxitos y fracasos, a considerar los asuntos pendientes y, desde luego, a expresar nuestros deseos, que normalmente son buenos en esta temporada. Después de los agitados días de posadas, de compras navideñas, de convivencia con familiares y amigos, los últimos días del año nos ofrecen más tranquilidad para la reflexión, para el recuento, para la definición de nuevos objetivos.

Cada quien en su ámbito, con la gente que ama, que estima, y según las posibilidades, construye el mejor entorno posible. Pero no siempre las condiciones son favorables para lograrlo, en un país con tan grandes contrastes, con tantas carencias en amplios sectores y tanta opulencia en unas cuantas familias. Ojalá -y este es un buen deseo-, el próximo año se empezaran a dar las condiciones para elevar los niveles de bienestar de la población mayoritaria y disminuir las profundas desigualdades sociales. Habrá que convertir el deseo en proyecto y luchar por él, al lado de otros con quienes haya coincidencia.

Precisamente no se trata de quedarnos en la expresión de buenos deseos, sino en desarrollar las actitudes y aptitudes necesarias para concretarlos, para hacerlos realidad. Si partimos de considerar los deseos como algo que surge de una carencia, de una insatisfacción, de una necesidad, de una aspiración, lo que sigue es identificar éstas en lo personal, lo familiar, lo profesional y lo social, para después jerarquizarlas y hacerlas compatibles unas con otras, buscando cubrirlas complementariamente. Lo que a veces nos falta es el ingrediente de la pasión, pues es el que hará la diferencia respecto a si los deseos se cumplen o no. A la expresión de los deseos deberemos agregar la lucha apasionada por lograrlos, el actuar con pasión para encaminarnos a su cumplimiento.

Tengo, como todos para el presente año, deseos relacionados con lo personal, lo familiar y lo profesional que veo factibles de cumplir o de alcanzar. Pero también los tengo en lo social, los que me parecen más difíciles de lograr, pues tienen que ver con transformaciones que no están en mis manos llevar a cabo. Por ejemplo, deseo que el derecho a la alimentación, a la salud y a la educación sea una realidad para todos los niños mexicanos, pero entiendo que es un problema estructural complejo, que requiere la modificación de esquemas de inversión para atender esos rubros y, por lo tanto, hace falta que se muestre la voluntad política de los actores que tienen a su cargo las decisiones en materia de gasto público.

Deseo también que todos los trabajadores de mi país tengan un salario digno que les permita cubrir sus necesidades básicas, que incluyan una vivienda decorosa para su familia y las posibilidades de recreación y cultura, pero me queda claro que esto no será posible sin un cambio en el modelo económico que en México ya tiene más de veinte años afectando a la clase trabajadora.

Deseo que en el campo la situación mejore verdaderamente, para que los hombres jóvenes no tengan que emigrar hacia Norteamérica, abandonando a la esposa e hijos, enfrentándose a riesgos en el trayecto que incluyen la muerte y la frustración de los sueños familiares. Esto se hace más necesario hoy ante la amenaza del muro de la ignominia en la frontera y la agresiva propuesta de Ley antiinmigrante en Estados Unidos.

Los anteriores deseos y otros de corte similar pueden empezar a cumplirse si el próximo año la gente se decide a votar masivamente por un cambio real. Lo ocurrido en Bolivia en días recientes nos confirma en la idea que las aspiraciones traducidas en deseos y convertidos estos en proyectos, se pueden concretar en una nueva realidad. Cómo no emocionarnos al ver las imágenes de los indígenas bolivianos festejando, con la felicidad reflejada en el rostro, el triunfo de su líder y hermano de raza Evo Morales en las elecciones presidenciales.

Pero lo más interesante en ese proceso es que no sólo los indígenas votaron por el rechazo al modelo neoliberal, sino lo hicieron también otros sectores decepcionados con sus resultados y deseando probar una nueva ruta para el desarrollo de su país.

En México estamos en la antesala de un cambio verdaderamente importante con el muy probable triunfo de la izquierda. Y esto no es solamente un buen deseo, sino un escenario posible a partir de las recientes experiencias latinoamericanas y europeas, así como por los malos resultados de los últimos gobiernos prianistas. Quienes hemos militado en la izquierda por muchos años y hemos conocido hombres y mujeres que han dejado su vida luchando por un país mejor, confiamos en que nuestro deseo de cambio, que sabemos es compartido por millones de mexicanos, ahora sí se convierta en realidad.

La condición necesaria para que ello ocurra es que salgamos a votar masivamente el próximo dos de julio de este 2006, venciendo al abstencionismo y, consiguientemente, a la derecha. La condición suficiente será que defendamos el voto e instalemos en el Gobierno a quien hayamos elegido, pero además que estemos permanentemente vigilantes que se cumpla con el programa de la izquierda y que no se traicionen los ideales y aspiraciones de las mayorías. Sólo nos queda pugnar y trabajar para que los buenos deseos se vuelvan realidad.

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