¿Qué tan alto? ¿Qué tan rubio es? Preguntaba nuestro Benito Juárez, obsesionado con la figura del intruso e iluso Maximiliano.
Cada cual sus obsesiones, la del Peje por ejemplo, es Vicente Fox. Imita su estilo, su audacia.
Como él macha sus cantaletas: el cambio, la corrupción, la alternancia. Como Fox cuando andaba en campaña, amenaza, insulta, fanfarronea.
Cuando AMLO consiguió la Jefatura de Gobierno, al igual que Fox dijo ¡hoy! ¡hoy! ¡hoy! Y sin detenerse a analizar y priorizar las necesidades de esta capital, ni de escuchar el mandato de la ciudadanía que clamaba por seguridad, transporte público, ordenamiento urbano y tantas obras urgencias, puso manos a la obra y nos embarcó en los costosísimos pero apantalladores dobles pisos del Periférico, mientras focalizaba su atención en el sujeto de sus obsesiones, el presidente de todos los mexicanos.
Y supongo yo que con objeto de atraer la atención hacia él mismo, aprovechó cualquier micrófono para retarlo, para criticarlo y descalificarlo: “Mírenme, soy el pequeño David y me atrevo contra el gran Goliat”.
Ahora, en plena campaña y en uso legítimo de las palmas del martirio que le impuso el desafuero que él mismo se procuró con sus bien calculados desacatos a la Ley, AMLO va por la República gritando cual obseso, consignas contra Fox, inspirado seguramente en lo que en su momento hizo Fox para combatir a Labastida.
Por su parte, Felipe Calderón y el otro (el de reputación impresentable cual debe ser el candidato del partido que agrupa al mayor número de delincuentes) más que por darle un poco de vuelo y talento a sus campañas, viven obsesionados con Andrés Manuel y no alcanzan a hacer otra cosa que reaccionar a las baladronadas de su enemigo, responder a sus pueriles desafíos e intentar descalificarlo; con lo que sólo han logrado incrementar su popularidad y ponerlo en boca de todos.
¡Allá ellos! Mis obsesiones -que yo también las tengo ¡caray!- tienen qué ver con escuchar cualquier día de éstos, en el tono y el gesto natural de quien habla con la verdad y no con el desaforado y chachalaco tono que nos recetan los candidatos; alguna propuesta medianamente razonable y bien aterrizada.
Tengo la obsesión de escuchar a un candidato (por supuesto sólo pienso en Felipe y Andrés Manuel, porque lo que es el de la reputación impresentable, lo único decente que podría hacer es callar y si acaso huir mientras todavía puede) que se comprometa a escucharnos, a obedecernos y que nos ofrezca trabajar para devolvernos el sentido de justicia, de verdad y honestidad que nos saquearon durante siete décadas; porque al menos antes teníamos a orgullo de ser pobres pero honrados. Ahora sólo somos pobres.
adelace@avantel.net.