Don Luis es el primero de su casa en levantarse, y no por gusto, sino porque así lo exige su trabajo. Cuando el cielo sigue de luto, don Luis ya empieza la rutina del día. Checa tarjeta, se pone su casco de seguridad y empieza a trabajar sin preguntarse cuándo será el momento en que por fin pueda jubilarse. Sus hijos le piden que por favor ya no trabaje, que ellos se las arreglarían para ayudarlo, pero don Luis no les hace caso. Con una disciplina comparada a la de un buen torero, día a día se esfuerza por realizar de la mejor forma sus labores y para darle a su familia una vida mejor.
Mientras don Luis suda por el calor de los hornos de la fundición, Jesusa se baja del microbús y camina hacia la casa de la señora que la acaba de contratar. Sabe que ese día le tocará trapear, lavar los baños, planchar la ropa y hacer la comida, entre muchas cosas más. Hay ocasiones en que su patrona se porta un poco grosera con ella, pero a Jesusa no le importa, pues lo único que quiere es conservar el trabajo para ayudar al sostenimiento de su familia.
Jesusa está hincada lavando los pisos, cuando de pronto alguien toca la puerta. Rápido abre creyendo que es su patrón, pero es el cartero. Jesusa quiere sacarle plática, pero el cartero tiene tanto trabajo, que simplemente le sonríe y le dice adiós al tiempo de arrancar en su ruidosa motocicleta.
Va el cartero por las calles de la ciudad, cuando le llama la atención que un reportero espera afuera de un edificio con la grabadora en mano. A pesar de hacer mucho calor, el reportero viste con camisa de manga larga y corbata. Entre el sudor y la desesperación, aguarda a que le concedan la entrevista deseada. Basta con verlo unos minutos para saber que está completamente apasionado por su profesión.
Después de un rato, el reportero consigue la entrevista con el comerciante más exitoso del año en la ciudad. Al preguntarle la clave de su éxito, el comerciante contesta: ?La receta para el éxito en los negocios es una: el trabajo. Si usted quiere alcanzar sus metas, la única manera para lograrlo es dedicar cada día al cumplimiento de las obligaciones siempre tratando de esforzarse más de lo necesario?.
Esto sucede todos los días en nuestra ciudad. Miles de personas se entregan diariamente a su trabajo para poder encontrar sustento y, a la vez, para contribuir al desarrollo de la comunidad. A todas horas podemos ver a alguien trabajando. Vemos al panadero, al taxista, al obrero, al cajero del banco, y sin embargo, desde hace unos meses tengo una enorme preocupación: ¿los funcionarios públicos realmente trabajan igual que un ciudadano común y corriente?
Aunque a veces nos lamentamos al sentir que los políticos se dedican a la difícil y ardua labor de no hacer absolutamente nada, el optimismo que aún vive en mí me obliga a pensar que nuestros gobernantes, al igual que los barrenderos o las secretarias, se despiertan cada mañana con la certeza de que ese día tendrán que aprovecharlo para el cumplimiento de una promesa lanzada al viento en tiempos de campaña.
Nuestro estado es grande y si no me cree lo invito a ver el mapa de la República Mexicana. Para poder presumir a Coahuila como una de las entidades más productivas del país, es necesario que todos, incluidos los funcionarios públicos, ?sudemos la gota gorda? por conseguir un verdadero crecimiento. El desarrollo de una comunidad, es cierto, depende de los seres humanos que la conforman. Sin embargo, para alcanzar ese desarrollo debemos tener a un Gobierno capaz de conducirnos hacia el logro del bien común. Si los funcionarios públicos se caracterizan por su honestidad y por su gran interés de lograr con su trabajo el bien de la comunidad, los ciudadanos los imitaremos y, motivados por el buen Gobierno, nos uniremos a la construcción de un Coahuila mejor.
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