¿De qué se ríe el señor
Felipe?
¿De qué se ríe el señor Felipe? ¿De qué se ríe? Supongo que sabe que aún no ha ganado; que el proceso electoral todavía no termina; que es el Tribunal Federal Electoral (Trife) quien tiene la última palabra. Supongo que tampoco ignora que existe la posibilidad, aunque remota, que el resultado del conteo se revierta e, incluso, que la elección se anule si las presuntas irregularidades denunciadas se confirman. ¿De qué se ríe, pues, el señor Felipe?
De qué se ríe si sabe que, en caso que el Trife falle a su favor, va a ser declarado próximo presidente de México con la aprobación de menos de un cuarto del total de los ciudadanos registrados en el padrón electoral y con apenas un tercio de quienes acudieron a las urnas y que, si bien esa cantidad de sufragios podría ser suficiente para que el Tribunal lo proclame vencedor, no lo será para garantizar la gobernabilidad de una nación. Una nación, por cierto, que el mismo señor Felipe, durante su campaña, intentó dividir con su propaganda de miedo. Creo que es consciente además que los odios y fobias que sembró en algunos de sus simpatizantes con sus denuestos hacia los demás contendientes, despertaron los mismos sentimientos contra él en varios de los seguidores de sus contrincantes y que éstos, como muchos otros ciudadanos, le van a exigir que aclare las dudas sobre el caso Hildebrando y demuestre que tiene las manos limpias, en verdad.
De qué se ríe el señor Felipe cuando aparece triunfalista si, como asegura, conoce a fondo la realidad con la que se enfrentará a partir del primero de diciembre, si la autoridad judicial electoral declara su victoria. Que además de la inmensa antipatía hacia su persona plasmada en las urnas, tendrá que lidiar con un Congreso dividido y afrontar los graves problemas que azotan desde hace décadas a la sociedad mexicana; problemas que, al igual que los gobiernos priistas, la actual Administración foxista, emanada de su partido, ha sido incapaz de resolver. Entonces, ¿de qué se ríe el señor Felipe?
De qué se ríe si, como es de suponerse, sus asesores le han informado que existe un amplio sector de la población que rechaza el modelo económico neoliberal impuesto en México a principios de los años ochenta y que ha sido promovido también por su partido, el PAN, e impulsado por los grandes intereses empresariales, nacionales y trasnacionales, que apoyaron su candidatura. De qué se ríe si ya sabe que muchos mexicanos no estamos dispuestos a soportar los arrebatos intolerantes de la derecha y el conservadurismo de uno de los grupos políticos que lo respalda. No entiendo, pues, de qué se ríe el señor Felipe, si somos muchísimos los que no votamos por él.
Ni santo ni Satán,
sólo otro demagogo
Como persona, no conozco a López Obrador; como político, no me agrada. Considero que es un demagogo como muchos de los que buscan el poder. Juega sucio, es soberbio, manipula información, descalifica a los que no simpatizan con él y los llama enemigos del “pueblo”, cree poseer la verdad y pregona que el único camino para que México crezca es él. Es decir, con sus matices, hace lo mismo que casi todos los que pretenden ser Gobierno. Su retórica huele a PRI. Por lo tanto, como a los demás demagogos, no le compro sus discursos, no le creo sus promesas y rechazo por completo la idea que, como dice, sea un “rayo de esperanza” para el país. Por eso no voté por él.
Sin embargo, no creo que, como dice la propaganda panista, López Obrador sea un peligro para México. Al menos, no creo que él por sí solo, lo sea. Más bien, López Obrador pertenece a un grupo de la élite política que pelea por alcanzar el poder -ese que el PRI se vio obligado a compartir al final del siglo pasado- y que está dispuesto a todo por conseguirlo. Esa pugna facciosa entre partidos y políticos es lo que pone en peligro a México. López Obrador no es más que una parte de ese perverso juego. En todo caso, tan peligroso es él como los que lo satanizan.
No debe sorprendernos que hoy López Obrador no reconozca una posible derrota, menos con un resultado tan apretado. Las leyes mexicanas establecen que quien no esté conforme con el proceso electoral tiene todo el derecho de impugnar. Entonces, que lo haga, que interponga los recursos legales y presente sus pruebas. Pero que tome en cuenta también que todas las acusaciones que ha hecho contra el IFE no pueden quedar en bravuconadas; es su responsabilidad comprobar sus dichos y denuncias de cara al Tribunal y a la ciudadanía.
Puede también arengar a sus seguidores y motivarlos a que se manifiesten pacíficamente, pero no debe olvidar que más de tres cuartas partes del electorado no están con él, que México tiene más de 100 millones de habitantes, que el “pueblo” no son sólo los casi 15 millones que le dieron su voto, y que la mayoría de los ciudadanos no estamos dispuestos a aguantar intransigencias y necedades. Entró al juego, avaló sus reglas, entonces que las respete y que espere y acate el fallo del Tribunal. Pero que no amenace y condicione, porque somos mucho más los que no estamos con él.
Reflexión electorera
Quedó evidenciado una vez más que los políticos están muy por debajo de las expectativas, necesidades y el comportamiento de la mayor parte de la ciudadanía. La participación pacífica y copiosa del dos de julio demostró que muchos mexicanos están dispuestos a creer en la democracia electoral, a pesar de nuestros políticos ramplones y sus patéticas campañas. Pero el sufragio ejercido, no puede ser un cheque en blanco, tampoco un sueño de opio; es, en todo caso, un beneficio de la duda y una oportunidad única de tender un puente ancho y transitable en ambas vías entre sociedad y gobierno. Quienes buscan el poder, deben entender ese mensaje; si no, que se miren en el espejo de Roberto Madrazo y su vapuleado partido.
Hoy, los ciudadanos debemos exigir que toda sospecha sobre la elección se disipe para que quien resulte triunfador, lo sea sin ninguna duda. Pero debemos también mantener esa cordura mostrada hace dos domingos y no caer en el juego de quienes se empeñan en polarizar a la nación para mermar nuestra capacidad de ejercer una verdadera democracia. Dejemos que ellos se hagan pedazos, pero nosotros mantengámonos unidos, los que trabajamos honradamente, los que día a día nos levantamos para construir un mejor país donde quepamos todos. Después de sus pleitos, hagámosles saber que sin nosotros ellos no son nada y que, a fin de cuentas, tendrán que obedecernos.
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