Las campañas de los cinco candidatos a la Presidencia de la República no prenden. Hace un mes que terminó la famosa y poco respetada tregua navideña y que la larga carrera por la sucesión por fin se oficializó con los registros de los aspirantes en el Instituto Federal Electoral (IFE), pero la mayoría de la población permanece ajena e indiferente a los mensajes y actos realizados por los políticos contendientes. Ni siquiera “la otra campaña” zapatista encabezada por el subcomandante Marcos -hoy delegado Zero- ha llamado la atención que se esperaba.
Algunas voces públicas encuentran las causas de este alejamiento en el desencanto y frustración que ha generado en la sociedad mexicana el autoproclamado “Gobierno del Cambio”, dirigido por Vicente Fox Quesada. Otras, culpan a los medios de comunicación por informar sólo “lo malo” de las instituciones de los Tres Poderes de la Unión.
Unas más, atribuyen la apatía de la población a los problemas que actualmente le aquejan: el desempleo y la inseguridad, sobre todo. Y también hay las voces que hallan en la escasa cultura política de la generalidad de los mexicanos, las razones de la indiferencia. Las más críticas se van directo contra las figuras de los contendientes, cuyo bajo perfil y falta de propuesta, sumado a un poco de todo lo anterior, no motiva una mínima simpatía fuera de los partidos y facciones.
Sea lo que sea, el divorcio entre políticos y sociedad es evidente y las campañas, al menos en su primer mes, no logran salir del sopor, lo cual debe causar preocupación en un país que aspira a consolidar el régimen democrático, ya que éste es inconcebible sin la participación de toda la ciudadanía. Y si bien las elecciones no son la democracia, sí representan el ejercicio inicial de la misma. Además, qué legitimidad pueden tener los gobernantes si no son capaces de despertar la confianza de por lo menos la mitad del electorado.