Viaja de prisa y posee un pasaporte universal. Para ella no existen fronteras, y vive en todas partes. Para encontrarla basta ir a la casa del vecino o a la tienda de la esquina. Si vamos al supermercado seguramente nos toparemos con ella, lo mismo que si caminamos por las calles de la ciudad. Ella es la falsedad.
A veces es difícil distinguirla, sin embargo, en otras ocasiones su presencia es tan evidente que incluso nos incomoda. Yo he tenido la desgracia de toparme con ella en muchos lados, pero donde más la he visto es en la política.
Poner en tela de juicio lo que nos dicen los políticos sería hacerles un favor. Ellos son los únicos que se atreven a bajarnos el cielo y las estrellas cuando en realidad no son ni siquiera capaces de brindarnos una vida digna en un pequeño trozo de tierra.
La falsedad es inherente al quehacer político, por lo cual podemos llegar a la conclusión de que vivimos gobernados por la mentira.
Si el político dice que todo va bien, en realidad todo va peor que nunca. Si promete mejorar la calidad de vida, es que necesita votos. Si presume el alto aprovechamiento educativo, seguramente se ha vivido un retroceso en la formación escolar. Cualquier frase de un gobernante resulta mucho más creíble si la trasladamos a su opuesto, en lugar de interpretarla literalmente.
Entre las genialidades de Miguel de Cervantes Saavedra no sólo está el haber escrito el Quijote, sino también el haber dado vida a la siguiente frase: “La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño, ya es demasiado tarde”.
Los mexicanos jamás habíamos conocido tanta falsedad en la política como ahora. Tenemos a un presidente que llegó a la silla gracias a la mentira. Tenemos a unos políticos que aseguran con firmeza no haberse prestado jamás a prácticas corruptas aun a sabiendas que todos hemos visto videos en donde reciben dinero ilícitamente.
Como ciudadanos, debemos poner un freno a la falsedad política y una buena manera de hacerlo sería cortándole las alas al máximo representante actual de la mentira: Manuel Andrés López Obrador (MALO).
Los embustes de López Obrador, como todos, han viajado aprisa. Su popularidad es amplia al grado que ahora encabeza las encuestas rumbo a la sucesión presidencial.
Una de las muchas mentiras del perredista fue la de definirse como un rayo de esperanza, por cuyas acciones desaparecerán mágicamente las injusticias y necesidades de los más desprotegidos.
Su principal obra, la del distribuidor vial, fue realizada en su mayoría con recursos federales. La entrega de dinero a las personas de la tercera edad, es un medio fácil para generar simpatía, sin embargo, no se ha demostrado todavía que esa dádiva mensual haya redundado en una mejora de la calidad de vida de esas personas.
Hace semanas, durante una entrevista televisiva, Joaquín López-Dóriga le preguntó qué religión profesaba: “Soy católico, fundamentalmente cristiano porque me apasiona, me gusta la vida y la obra de Jesús, que fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, lo crucificaron”.
La respuesta del candidato perredista es en verdad preocupante, pues sólo un rasgo de locura lo puede llevar a compararse a Jesucristo. A través del tiempo nos ha demostrado creer ser un nuevo Mesías, dispuesto a aliviar la pobreza dando limosnas y endeudando al país.
Y hablando de Jesús, una estrategia que le ha funcionado bastante bien a Manuel Andrés es la de auto crucificarse. Cuando apareció el tema del desafuero, gritaba a los cuatro vientos que él descartaría todos los recursos legales para defenderse del posible desafuero, anunciando que incluso buscaría desde la cárcel la candidatura de su partido para la Presidencia.
Esa actitud le redituó bastante, así como lo fortalecerá también la crítica indirecta realizada recientemente por Salinas de Gortari. ¿Acaso el innombrable trabaja para él?
Político alimentado durante toda su carrera por la manipulación ajena, MALO tiene muchas posibilidades de convertirse en nuestro próximo presidente. Por increíble que parezca, sus contrincantes no han hecho nada para frenar las tendencias electorales. Mientras tanto, él continúa con sus mensajes, aunque huecos, efectivos. Llama a Fox “chachalaca mayor”, y eso arranca risas entre sus seguidores, y despierta también simpatías.
El tiempo ha demostrado que López Obrador no es ningún rayo de esperanza, ni un Mesías, ni mucho menos un hijo enviado por el Creador. Él es simplemente un político de viejo cuño, y con eso se dice todo.
Dar nuestra confianza a alguien como López Obrador, sería creer en la falsedad. Evitemos pues, enfrentarnos a una triste verdad cuando ya nada pueda hacerse.
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