El tema de los candidatos independientes, ha vuelto a relucir a raíz de una sentencia del Poder Judicial Federal que reconoce el fundamento constitucional de tal figura.
Sin embargo, las candidaturas independientes suelen valorarse mediante enfoques ilusorios, ante la falta de una reglamentación en la Ley ordinaria que concrete su funcionamiento y en virtud del ejercicio autodenigratorio al que somos tan afectos, que nos lleva tanto a denostar al sistema de partidos al que en forma despectiva calificamos de partidocracia.
Es cierto que los partidos políticos nacionales dejan mucho que desear, pero son instituciones reales y su mejoramiento está a nuestro alcance, en tanto que hasta el momento, las candidaturas independientes son mera expectativa que de no considerarse en su justa dimensión, plantean el riesgo de funcionar como un elemento malsano, en cuanto a que nos distraiga de la tarea urgente de mejorar los partidos.
José Woldenberg, ex consejero presidente del Instituto Federal Electoral, señala con toda razón que un ciudadano sin partido, para ser considerado como candidato, tendrá que contar con una base de apoyo social, una plataforma política, un ideario y recursos económicos, lo que de manera inevitable implica una estructura equiparable a la de un partido, llámese como se le quiera llamar. Pretender que las candidaturas independientes, puedan surgir al margen de las miserias y virtudes del medio social, es absurdo.
Por otra parte y en virtud de un principio elemental de igualdad, las candidaturas independientes una vez reguladas por la Ley, tendrán que ser asimiladas a exigencias semejantes y equivalentes a las de los partidos, en lo tocante a requisitos y obligaciones a cumplir en orden a su registro y funcionamiento, lo que sin duda supondrá riesgos, errores y defectos semejantes a los que tienen lugar en la Constitución y operación de los partidos.
Por ello es ocioso esperar demasiado de las candidaturas independientes que por añadido, implican el riesgo de fomentar el caudillismo que por experiencia histórica, corre a contracorriente del desarrollo de las instituciones y en detrimento de éstas.
Sin perjuicio del avance que puedan lograr las candidaturas independientes en nuestra legislación ordinaria, resulta primordial en nuestra vida pública la mejoría y fortalecimiento de los partidos, y ello es posible merced a un esfuerzo en la búsqueda de la identidad y la apertura.
Por identidad, se entiende el conjunto de elementos que determinan lo que un partido es, en cuanto a su integración como grupo humano, ideología y comportamiento, y su correspondencia entre lo que ese partido es en verdad y lo que dice ser en el discurso.
Por apertura, se entiende la aceptación de la realidad política y social y como consecuencia, implica aceptar la existencia de personas e instituciones que sostienen formas de pensamiento diversas a las propias, a las cuales, se les reconoce como protagonistas de una vida pública común.
La identidad y la apertura son la base de la propuesta, que constituye la oferta política de cada protagonista ciudadano o partido. Es evidente que una propuesta institucional siempre tendrá mayor eficacia en términos de apertura, porque al fin y al cabo, las candidaturas independientes, giran en torno a una figura personal y por consecuencia, son más proclives al capricho autoritario de un eventual caudillo.
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