Hay de dos: o darse por vencido o seguir la lucha. Los datos no son alentadores. El Barómetro Global de la Corrupción 2006 de Transparencia Internacional nos da un nuevo coscorrón. Hablan los ciudadanos. En el último año uno de cada tres mexicanos ha tenido que recurrir en su vida cotidiana a la “mordida”. Se trata de servicios públicos básicos: educación, salud, acceso al sistema de justicia, etc. Nos situamos en el mismo lugar que Bolivia como campeones en el continente en ese difícil trance de corromper para sobrevivir. Pero ese no es el dato más grave. Una mayoría de ciudadanos, 43 por ciento, consideran que el Gobierno mexicano no lucha contra la corrupción sino que la fomenta. Se ha perdido al principal aliado: el ciudadano.
Súmese a ello que hace un par de meses el Índice de Percepción de Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional ratificó lo que temíamos: nuestra calificación no ha mejorado. Seguimos igual, en una escala del uno al diez obtenemos 3.3, seguimos reprobados. Todo ello coincide con los datos recabados por la Tercera Encuesta Nacional de Corrupción y Buen Gobierno de Transparencia Mexicana. Conclusión: el ciudadano no está percibiendo mejoría en ese ámbito. Por esos números uno podría concluir que no ha habido ningún avance. Falso. La Ley Federal de Acceso a la Información Pública, el IFAI y los institutos locales son un gran avance. Las recientes propuestas tanto del comisionado presidente del IFAI, Alonso Lujambio, como del propio nuevo titular de la Secretaría de la Función Pública de homologar la legislación para establecer mínimos en las condiciones institucionales de los organismos estatales y del federal, así como en la calidad de la información que ellas están obligadas a entregar es el próximo gran paso. Pero eso no resuelve la brutal derrota que se registra entre el ánimo de los ciudadanos. Algo va mal.
Fox tuvo el arrojo de impulsar la Ley de Acceso a la Información. Además se comprometió públicamente a que su gestión fuese evaluada de acuerdo a los estándares internacionales, en particular el IPC. Lo hizo en Praga en el otoño de 2001. Pero en paralelo tuvo dos áreas ciegas: se ofuscó con los “peces gordos” y pensó que la alternancia -la llegada de los ángeles al poder- solucionaría el problema. La realidad lo desmintió con rapidez. Hoy queda claro que además de la legendaria corrupción tricolor, está la azul, la amarilla, la verde, etc. Por supuesto que la alternancia -la sustitución de camarillas en el poder- inhibe la corrupción. Pero dista de ser suficiente. Por supuesto que la persecución de los “peces gordos” es un objetivo, es una obligación de Ley. Pero hay que tener claras las prioridades. Los millones que algún pillo se pueda haber llevado simplemente no pintan frente a los entre cinco y diez puntos porcentuales del PIB que perdemos anualmente por corrupción. Que los pillos queden detrás de las rejas, por supuesto, pero no perdamos el foco: los grandes pillos son muy irritantes pero impactan poco en el desarrollo nacional.
En contraste la llamada “pequeña corrupción” la que sufrimos todos los ciudadanos al tramitar una licencia o un pasaporte, o el naciente empresario al obtener los permisos para abrir un negocio, esa corrupción callejera y cotidiana afecta la vida de decenas de millones de personas, daña la productividad, el crecimiento económico y agrava la injusticia. Pillos de “cuello blanco” los hay en Estados Unidos, Alemania, Francia, Gran Bretaña o en España con sus líos inmobiliarios, todos países desarrollados. La gran diferencia radica en que en esos países la corrupción de la vida cotidiana es muy baja. Pillos por desgracia los habrá en todas partes, pero lo más importante es arrinconar la corrupción que sangra al desarrollo, a los más pobres, la que supone un impuesto regresivo que acentúa las diferencias. El DF., después de diez años de Gobierno de izquierda, es la entidad peor evaluada. Resultado, las diferencias crecerán. Querétaro, gobernada por la derecha, es la mejor evaluada: las diferencias disminuirán. ¿Quién es el más progresista?
La corrupción no es un asunto de venganzas personales o de premios partidistas. La corrupción explica en parte nuestra pobreza. Dentro de los múltiples dislates que cometió Fox no estuvo combatir a la corrupción por vía del acceso a la información. Ese será un mérito histórico. Pero la miopía generada por el ánimo de venganza le impidió ver las consecuencias de largo plazo de otros asuntos. Esos no generaban ocho columnas ni aumentaban su popularidad. Fox pensó que él y unos cuantos “peces gordos” detrás de las rejas bastaban. Abajo todos seguimos padeciendo el horror.
Ojalá y Calderón tenga más distancia. Ojalá observe lo sistémico y no busque los grandes campanazos. Las primeras declaraciones del nuevo secretario de la Función Pública van en ese sentido. Suena menos espectacular pero puede ser mucho más efectivo. Los mexicanos tendemos a buscar soluciones mágicas. No las hay en ningún ámbito, incluido el de la corrupción. Es un trabajo de largo plazo que involucra por supuesto a las autoridades encargadas del sistema de control, a las empresas, en ocasiones víctimas y en ocasiones victimarias y también a los propios ciudadanos. Mientras los ciudadanos estemos ausentes no habrá autoridad capaz de resolver el problema. De seguir por donde vamos la corrupción seguirá siendo una de las más potentes explicaciones de la injusticia nacional. ¿Qué hacemos? ¿Nos damos por vencidos o modernizamos nuestras estrategias? Lo que no se vale es gobernar por caprichos y después esperar resultados.