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Cartas de Durazo/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

En mayo de 2000 Alfonso Durazo Montaño renunció al PRI, partido al que había pertenecido desde 1973, cuando contaba apenas 19 años. Se marchó seis años después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, a quien acompañó durante cinco años como secretario particular, así en su tiempo de líder de ese partido, como cuando se convirtió en secretario de Desarrollo Social y candidato presidencial. De ese crimen, dijo al dejar su militancia, “derivan muchos de mis sentimientos cruzados respecto al PRI. Hasta antes de su ejecución no me cuestioné más allá de los límites convencionales las contradicciones del sistema”.

Agregó que “hasta entonces, mi condescendencia con sus errores fue mayor, pero la lección de su muerte me obligó a revisar mis complicidades con el sistema, confundidas o justificadas por una institucionalidad pervertida, que diseñó la cohesión del partido sobre la incondicionalidad de sus agremiados”. Y concluyó su carta de renuncia con una sentencia fulminante: “decir hoy que se es priista representa prácticamente una autoincriminación”.

Apenas se fue del PRI, Durazo se incorporó a la campaña de Vicente Fox, que se aproximaba al triunfo electoral y a punto de ser declarado presidente electo le ofreció el mismo cargo de confianza que le había deparado Colosio. Al tomar posesión Fox lo confirmó en ese puesto y tiempo más tarde le agregó las responsabilidades de la vocería presidencial y la coordinación de las funciones de comunicación social. Se hallaba en el centro de las decisiones en la casa presidencial hasta que, en la primavera de 2004, hace dos años, su visión “para entender los acontecimientos” y su “razonamiento”, quedaron “cada vez más fuera de toda lógica al interior de Los Pinos”.

Escribió entonces una carta de renuncia que distó de ser un trámite burocrático y adquirió gran fuerza política, capaz de surtir un efecto trascendental: poco después de publicado ese escrito la señora Marta Sahagún de Fox declinó de modo formal sus pretensiones por suceder a su marido.

Durazo había prevenido a Fox del grave inconveniente de que su antecesora en la vocería expusiera insistentemente esas aspiraciones:

“Valoro que si bien hay condiciones para lograr la continuidad del PAN como partido en el poder, no existen, en cambio, condiciones propicias para la candidatura presidencial de la primera dama. Ciertamente, el país ha avanzado políticamente tanto, que está preparado para que una mujer llegue a la Presidencia de la República; sin embargo, no está preparado para que el presidente deje a su esposa de presidenta”.

Abundó sobre el tema el político sonorense al decir que “de ese coqueteo político derivan muchos de los desencuentros que hoy conoce el país. De hecho, las reacciones más agudas contra el Gobierno están conectadas con lo que muchos consideran una actitud permisiva del presidente a las eventuales aspiraciones presidenciales de su esposa, cuyos apoyos al titular del Ejecutivo vulnera, contradictoriamente, su autoridad”.

Insistió, desde otro ángulo: “la equidad es una condición de los sistemas democráticos que, evidentemente, en este caso no quedaría satisfecha. No obstante la gravedad del señalamiento, ese no sería el problema mayor: por razones históricas es nula la tolerancia de los mexicanos a tentaciones dinásticas. Por tanto, no me extrañaría que las reacciones llegaran incluso a la violencia política. Diría algo más: sus eventuales aspiraciones presidenciales pueden tener posibilidades políticas pero no tienen ninguna posibilidad ética”.

Durazo se refirió también, aunque con menos claridad y contundencia, al intento de desaforar a López Obrador, iniciado semanas antes con la respectiva solicitud de la Procuraduría General de la República. No cuestionó la sustancia de la decisión (pues creía que el jefe de Gobierno de la Ciudad de México había desacatado una orden judicial) y estuvo de acuerdo en que “nos urge poner fin a las impunidades de todo tipo”. Estipuló, sin embargo, que “no todo lo que está bien es conveniente”, no en este momento al menos. Es necesario ver los riesgos ocultos de la dinámica de confrontación que estamos viviendo y dosificar la apertura de frentes...Hay iniciativas que no obstante su validez violentan coyunturalmente todos los esfuerzos de coordinación y acuerdo político y nos llevan a perder, como país, lo más por lo menos. Además, no todos creen que atrás de este espectáculo jurídico-político que estamos padeciendo la situación es moralmente transparentes”.

El destinatario de la carta reaccionó con despecho. Comparó a Durazo con Judas Iscariote no sólo por atribuirle traición, sino porque aquél fue uno entre doce. Ya entusiasmado con la minimización de la renuncia dijo que su ex colaborador era uno entre cientos de miles de integrantes del personal público. Y tenía razón, sólo que este uno, “el señor que se marchó” dijo como si ignorara su nombre, como si lo hubiera olvidado, era su brazo derecho.

Retirado una vez más a su natal Sonora, Durazo se abstuvo de opinar sobre el desempeño del Gobierno al que sirvió. Ni siquiera se lamentó públicamente de la vigilancia política de que se le hizo objeto. Ahora ha subido de nuevo al escenario. No es un oportunista, pero su acercamiento a López Obrador es oportuno. Crece la sensación de que si en la incertidumbre propia de la contienda electoral democrática hay espacio para una certeza, corresponde a la posibilidad de triunfo de López Obrador y en esa causa quiere ahora militar.

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