La pregunta en este momento no es ¿quién ganará la Presidencia el dos de julio? Sino ¿qué tendría que pasar para que no ganara López Obrador? Los resultados de las elecciones del Estado de México el domingo pasado y las encuestas de intención de voto presentadas esta semana por El Universal y Reforma, muestran que la contienda por la Presidencia podría haber concluido. No sólo porque López Obrador se encuentra por arriba del 40 por ciento de la intención de voto y con diez puntos de ventaja sobre Felipe Calderón (y 18 puntos por arriba de Madrazo), sino porque esa distancia se ha venido ensanchando recientemente y todo indica que seguirá creciendo en las próximas semanas. En el último mes “El Peje” creció entre tres y cuatro puntos porcentuales; Calderón descendió entre uno y dos puntos. Tan pronto como la opinión pública, particularmente el votante indeciso, perciba el triunfo de López Obrador como “inevitable”, seguramente habrá de sumar su voto a la corriente triunfadora (el votante indeciso no sufraga por alguien que va a perder). Ello provocará una ampliación de la brecha que separa al líder de sus adversarios.
Las esperanzas de los panistas están cifradas en dos posibilidades. Por un lado, en la peregrina contingencia de que López Obrador tenga un resbalón de proporciones catastróficas que provoque un desplome en las encuestas. Una variante de esta opción es que el debate televisado entre los candidatos resulte tan adverso al tabasqueño que constituya un giro de 180 grados en las tendencias de voto. Ninguna de estas opciones parece demasiado promisoria. Como ya he señalado en otras ocasiones, López Obrador ha sobrevivido a cualquier cantidad de resbalones personales (desde compararse con el Papa hasta cuestionar la marcha ciudadana contra la inseguridad), por no hablar de los escándalos en su partido (videos). Nada de esto le ha hecho alguna mella significativa. Resulta difícil creer que a estas alturas le encuentren un “cadáver en el clóset” capaz de tumbarlo de la contienda.
Y por lo que respecta al debate, si bien es cierto que Calderón obtuvo un impulso importante en su encuentro televisivo con Santiago Creel y Alberto Cárdenas, en la disputa por la candidatura del PAN, también es cierto que López Obrador es un orador más taimado y con más experiencia que aquellos contrincantes. A los asesores de “El Peje” nos les tomará ningún trabajo desarrollar una estrategia de “control de daños” para el debate, arropando a su candidato en una media docena de consignas con arrastre popular.
La otra opción es mucho más seria. El llamado “cuarto de guerra” de Calderón está apostando a la posibilidad de un voto útil a favor de Felipe de parte de los votantes que emigren del bando de Madrazo. La hipótesis es correcta, pero no necesariamente la conclusión. Según las encuestas de El Universal y del Reforma, casi un 30 por ciento de los que declaran una intención de voto a favor de Madrazo podrían cambiar su decisión. Pero según El Universal, la tercera parte de estos electores desilusionados terminaría no votando por alguno, otro tercio sufragaría por López Obrador y otro tanto por Calderón. Dicho de otra forma, los votantes desencantados del PRI se repartirían por igual entre los dos contendientes, sin beneficiar a alguno en particular, con lo cual la tesis del voto útil resulta poco verosímil. En términos numéricos el panorama es aún más claro. Si Madrazo se desploma en términos electorales y alcanza un 17 o 18 por ciento (un escenario catastrófico), ello significa que habría perdido ocho puntos porcentuales de su actual intención de voto de 25 por ciento. Pero sólo alrededor tres de esos puntos serían captados por Calderón. Una cifra demasiada pequeña como para paliar la actual brecha de diez puntos que lo separa de López Obrador.
Muchas personas parecen estar llegando a la misma conclusión, para bien o para mal. La élite empresarial del país hizo todo lo que pudo para evitar que López Obrador venciera a sus contrincantes, pero ahora, una vez que el triunfo parece inevitable, están buscando los puentes para establecer relaciones con el siguiente régimen. En los últimos días distintos grupos de la Iniciativa Privada cabildean la manera de acercarse al candidato perredista. Desde luego no son millonarios en razón de sus convicciones, sino en función de su capacidad para ser fieles a sus intereses.
Súbitamente muchos miembros destacados de los grupos de poder, han descubierto (y afirmado) que México no se irá al despeñadero por tener un presidente de izquierda. Otros, simplemente han aceptado con resignación lo que parece un triunfo inevitable de AMLO. En cuestión de días el priista Emilio Chuayffet, el panista Ernesto Derbez, o el ex presidente Zedillo han reconocido el probable triunfo del perredista. E incluso Carlos Salinas hizo un llamado para alertar sobre el riesgo de un populista en Los Pinos, con lo cual no hizo más que confirmar la llegada inminente de López Obrador al poder.
Todo ello ha terminado por sedimentar en la opinión pública, y particularmente entre las élites, la noción de que esta elección presidencial ya está decidida. El único que al parecer no se ha enterado es el propio López Obrador. El martes reprendió severamente al presidente Fox diciéndole que se callara. No es una frase afortunada. Primero, porque el presidente está en todo su derecho de hacer recomendaciones de política económica. Segundo, porque Andrés Manuel debería ser el más interesado en que los mexicanos mantengan un mínimo de respeto por la institución presidencial. Se puede criticar al mandatario y disentir de sus palabras y actos, pero a nadie conviene que otros actores políticos lo manden callar de manera ofensiva o que lo califiquen de Chachalaca Mayor. Coincidamos o no con el presidente en turno, es importante conservar ciertos márgenes de cortesía republicana con aquel que fue elegido por la mayoría de los ciudadanos. Es extraño que López Obrador se empeñe en ensuciar la silla en la que probablemente estará sentado durante seis años.
(jzepeda52@aol.com)