4 estrellas de 5
Por Max Rivera II
El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- De los muchos recuentos que hay sobre la conquista de México, me parece más emocionante el de Bernal Díaz del Castillo, un soldado que se aunque se declara inculto y se disculpa por las deficiencias de su prosa, se avienta el relato más potente del titánico choque de culturas, colisión que aún nos tiene atarantados.
Las historia que narran, por ejemplo, Cortez o Sahagún, surge desde la institucionalidad de la corona o de la iglesia, y la posteridad es al público al que se dirigen. En cambio, la narración de Bernal tiene el encanto del vulgo y da la impresión de memorias que un padre lega a sus hijos.
Entre paréntesis, el episodio en que Moctezuma Xocoyotzin cautivo es obligado a jurar obediencia a los reyes de España, en palabras de Bernal, es síntesis futurista, destilado perfecto de la historia por venir. Es pues, la semilla. Pinta en cuatro párrafos el corazón de una raza naciente, con una ambientación perfecta y un final sorpresivo. Bernal, adelantado a su tiempo, reúne sensibilidad de niña y testículos de acero, requisitos indispensables para un oficio que nacería cuatrocientos años después. El soldado español no lo sabía, pero era director de cine.
Entonces, cuando una historia es demasiado grande para ser contada de un modo coherente en un espacio de tiempo limitado, lo más conveniente es centrarse en lo que acontece a unos pocos individuos y confiar en la capacidad del auditorio para extraer, de lo particular, lo universal.
En El Nuevo Mundo, la cinta más reciente de Terrence Mallick, el afán de simplificar la historia es llevado en momentos al extremo del solipsismo. Para contarnos la historia de la colonización en las costas de Virginia y el conflicto entre ingleses y nativos americanos, Mallick usa como guía los pensamientos, frecuentemente inconexos, de tres protagonistas. Esta particular forma de hacer avanzar la historia es constante en la filmografía de Mallick, como recordará si vio La delgada Línea Roja. De que encuentre el estilo atractivo o irritante, dependerá su disfrute de la cinta.
La historia narrada El Nuevo Mundo, aunque trascendente, se desarrolla en una escala limitada. No se acerca, para nada, a la espectacularidad que tuvo la conquista de México, con escenarios pasmosos y miles de extras. Eran tiempos en que las superproducciones se hacían por estos rumbos, no en el norte.
Los ingleses llegaron a las costas de Virginia en 1607, desorganizados y desmoralizados. Pese a encontrarse sumamente vulnerables, tienen la fortuna de que su encuentro con los naturales se da de manera pacífica, en una de las mejores escenas de la cinta. Mallick logra darnos a los espectadores, ojos que lo hemos visto todo, una mirada nueva de juguetona fascinación. No es un logro menor.
John Smith es uno de los capitanes ingleses. En una expedición para buscar comida, Smith es capturado por los Powatan y llevado a su aldea, donde habría sido ejecutado de no salir Pocahontas en su defensa. Smith se pasa entonces unas semanas de ensueño hippie, enamorándose de la sencilla cultura de los nativos y sobretodo, de Pocahontas. Muchos historiadores descalifican las versiones románticas sobre la relación entre Smith y Pocahontas. Yo digo que si la historia no se parece a la leyenda, peor para la historia.
Smith vuelve al destartalado fuerte que construyeron sus connacionales y se encuentra con una pesadilla Dickensiana. El hambre y el terror se han adueñado de los colonizadores, y el invierno amenaza con destruirlos. Se salvan gracias a la ayuda de los Powatan, que tienen un arranque caritativo que es error táctico. Cuando los Powatan se dan cuenta que los ingleses no tienen intenciones de irse las relaciones se agrian. Pocahontas es exiliada de su comunidad y recibida por Smith, pero el inglés debe irse al poco tiempo, y deja a la joven sola en el fuerte, que con la llegada de más colonos se ha vuelto Jamestown. Entre los recién llegados viene el gentil John Rolfe, que se prendará de ella y la hará su esposa.
Son los involucrados en este triangulo amoroso quienes prestan los pensamientos que escuchamos en la cinta. No es una narración propiamente dicha. Son frases cortas, a veces ingenuas, casi infantiles; a veces profundas, con la carga de años que aún les faltan por vivir. Oscilan entre la cursilería y la inspiración divina. Mallick comanda el lento avance de su historia con la solemne parsimonia, un poco ridícula, un poco mágica, de un director de orquesta.
Porque El Nuevo Mundo es una cinta que se carga tanto en el elemento visual, que pasa a ser musical. Al recordarla en este momento, no me parece que la vi, sino que la escuché. Si deja que Mallick lo atrape con su sinfonía salvaje, tenga cuidado, que es un viejo mañoso. Se vale de las mejores artes de Wagner y Mozart para manipularlo. Procure llevar ropa cómoda. Y no me haga caso, pero unas copas encima también ayudarían.
Esa especie de borrachera sensorial que produce la cinta invita a la libre asociación de ideas. No me da tiempo de explicarle, pero pensé en Danza Con Lobos, Orlando, 2001, Koyaanisqatsi y Cabeza de Vaca. Películas disímiles, a las que acaso une un tema: el descubrimiento accidental de paraísos, y después, la urgente necesidad de destruirlos.
mrivera@solucionesenvideo.com