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Cinecrítica / Historia de violencia, tiburones y sardinas

4 estrellas de 5

Por Max Rivera II

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Hace algunos años se publicaba en la revista Proceso una tira de monos llamada Boggie El Aceitoso, dibujada por el argentino Roberto Fontanarrosa. Boggie era un enorme guardaespaldas, asesino a sueldo y golpeador de pocas pulgas. En una de las historietas se encuentra bebiendo en un bar junto a un colega. El otro se jacta de su habilidad con los puños y las armas, y se compara a sí mismo con los tiburones. Los escualos, dice, se saben el tope de la cadena alimenticia y es tanta su seguridad y arrogancia que atacan incluso a los portaaviones.

El tipo le asegura a Boggie que podría elegir al azar a cualquiera de los presentes en el bar y ponerle una golpiza. Para su demostración escoge a un individuo diminuto y empieza a provocarlo. De manera inesperada, el chaparrito toma del brazo al bravucón y lo lanza contra mesas y paredes, una y otra vez, hasta reducirlo a un guiñapo sanguinolento.

El vencido, totalmente confundido, pregunta a Boggie qué fue lo que ocurrió. Boggie le revela que el hombre diminuto es campeón internacional de karate. El otro le reclama que no haya hecho nada por ayudarle. Boggie le responde que él sí reconoce a los portaaviones.

Esta pequeña historia de violencia sirve para ilustrarle el tema de Una Historia Violenta, la excelente película de David Cronemberg que está hoy en cartelera. La cinta trata, en pocas palabras, sobre un portaviones que lleva tanto tiempo viviendo entre sardinas, que se cree sardina.

Viggo Mortensen interpreta al hogareño dueño de una cafetería, en el centro de un aburrido pueblito gringo. Su bella y rubia esposa con sus bellos y rubios hijitos completan el cuadro de felicidad doméstica, que se ve perturbada un día por la irrupción de dos ladrones asesinos en la cafetería.

Ante la amenaza, el hombre pide tranquilidad, tratando que los asaltantes se vayan pronto con el dinero. Pero cuando los maleantes revelan su naturaleza sanguinaria, Mortensen reacciona con rápida y letal eficiencia, despachándose a los sorprendidos malhechores, que creían que sólo despachaba café.

La hazaña llama la atención de los medios, que retratan al hombre como héroe local. Por mala fortuna, la cobertura periodística también le trae la atención de antiguos socios, que empiezan a aparecerse en el pueblito para cobrarle cuentas con veinte años pendientes.

El tema del asesino desmemoriado encubierto no es nada nuevo. Lo vimos con Schwarzenegger en El Vengador del Futuro, con Geena Davis en Memoria Explosiva y con Matt Damon en The Bourne Identity. La variante en esta cinta es que el asesino no pasó por un lavado de cerebro, sino que se forzó a sí mismo a olvidar lo que fue.

Y tenemos también el factor Cronenberg. El director canadiense lleva años al borde de demostrar su genialidad, sin acabar de cuajar. El señor tiene una filmografía impresionante, que va desde Telépatas, hasta Crash, pasando por Zona Muerta y La Mosca y Mrs. Butterfly. Pero le falta ?esa? película, esa muestra indiscutible que lo coloque entre los grandes sin dejar lugar a dudas.

Una Historia Violenta podría haber sido la cinta, si tuviera más Cronenberg. Le falta más del humor retorcido, del horror latente, de la sexualidad enferma. Tiene de los tres elementos, pero no en dosis Cronenberigianas. El director, como su protagonista, oculta su verdadero yo para ser aceptado por los espectadores pueblerinos. El auténtico Cronemberg, como el asesino encubierto, es alguien de quien hay que alejarse corriendo.

En esta historia, el director sacrifica estilo con la intención de hacer llegar a más gente su mensaje, que no es mensaje, es pregunta. ¿Qué tan alejados estamos del animal que resuelve sus problemas con violencia? No tanto como quisiéramos. ¿Se le puede invocar a voluntad? Pienso que si, aunque para la mayoría de nosotros resultará un animal torpe, a falta de entrenamiento o de talento nato. En caso de ser necesario ¿cuántos problemas se resuelven con violencia? Desgraciadamente, todos.

El comportamiento bestial tiene poca utilidad cuando no se vive en estado de emergencia. La solución que hemos encontrado, como sociedad, es institucionalizar la violencia y dejársela al estado, con la única intención de mantener el orden. Que tanto estado como sociedad incumplimos es otro boleto, pero las reglas ahí están. Va entonces mi deseo de año nuevo para usted y para mí: que en su camino sólo se crucen sardinas, y que como sardinas nos portemos.

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