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Cinecrítica / La Provocación, partido para Woody

Calificación: Cuatro estrellas de cinco

Por Max Rivera II

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Según el discurso del PAN, resulta que ya no existen la derecha ni la izquierda, y por lo tanto, no hay un centro para que se ubique Madrazo, conciliador. Y aún más extraño me parece que pretendan que no existen las clases sociales. Sólo Dios y la justicia deben ignorarlas, pero de ahí en más, hasta los recibos del agua las tienen claramente marcadas.

Entiendo, eso sí, la repugnancia que les genera el concepto de ?lucha de clases?. Y más allá de Marx, la lucha de clases fue relegada porque impone serias limitaciones al marketing político. Los productos, digo, los candidatos, no pueden dirigirse a un solo nicho, necesitan compradores en todos los estratos. Mientras un voto siga valiendo sólo un voto, todos somos el objetivo.

Pero poco tiene que ver la lucha de clases con el proceso electoral que vivimos y mucho menos con La Provocación, la nueva película de Woody Allen. Para esta cinta y otras favoritas como Howard?s End o Godsford Park, encuentro más apropiado proponerle un nuevo término, el ?cachondeo de clases?. Las tres cintas, de lo más brillante e inteligente que he visto, comparten su tesis con la más tonta de las telenovelas: que la vía más corta para brincar entre estratos sociales es la cama.

En La Provocación (Match Point en ingles, referencia deportiva que desaparece en el título castellano), un joven y prometedor tenista, interpretado por Jonathan Rhys Meyers, se retira de las competencias para trabajar como instructor en un exclusivo club de Londres. El tipo, de humilde origen irlandés, fue bendecido con la apariencia de un anuncio de loción de Calvin Klein y una conveniente inquietud por cultivarse en las artes. Es un devoto creyente de la suerte, y en recompensa la diosa fortuna no sólo le sonríe, hasta le pellizca socarrona un glúteo. Pronto aparece en el club el hijo de un riquísimo empresario, al que le simpatiza el instructor y su interés por la opera. Lo invita al palco de la familia.

En menos de lo que dice La Traviata, la hija del empresario se ha prendado del instructor. A Papá y Mamá les agrada el muchacho, y pronto arreglan las cosas para facilitarle el ascenso. Se abre entonces la perspectiva de departamentos de lujo, puestazo en una de las empresas del suegro, chofer y cuenta de gastos, además de una novia bonita, tan bonita como Emily Mortimer puede ser. Los problemas de Rhys Meyers inician cuando aparece la prometida de su cuñado, la sensacional Scarlett Johansson, otra arribista, pero con la mala suerte de no caerles bien a sus posibles papás políticos.

Pronto se hace evidente para el público, nunca para los hermanos, que a los gitanos que han traído a casa ya les anda por leerse las manos entre ellos. En el aspecto físico, la elección que se le presenta al tenista es como la de Brad Pitt ante una Angelina Jolie vestida para la alfombra roja y una Jennifer Aniston acabada de levantar. Pero en el aspecto financiero, es el penthouse o el abismo.

Scarlett no resiste la oposición de su suegra y se retira de la carrera. Rhys Meyers llega hasta el altar. Pero la relación entre los amantes no termina ahí. Por el contrario, se irá complicando de manera terrible.

En La Provocación se nos muestra un Woody Allen casi irreconocible. No aparece en la película, ni en persona, ni como narrador, ni con algún alter-ego, un personaje que refleje su personalidad neurótica. No es raro que Allen haga dramas sin una pizca de comedia, la novedad es verlo libre de la influencia de Igmar Bergman, su querido genio sueco.

La realización de La Provocación es sobria y elegante, como esa aristocracia inglesa de correcto hablar y pensar. Quizá exageré al decirle que la cinta no tiene humor. Durante largos ratos la disfruté con una sonrisa en la boca. Se trata de un humor sordo, negro, malicioso, que nace del contraste entre los buenos modales y las bajas pasiones, del refinamiento externo y la vulgaridad interior.

Allen nos recuerda la sentencia de Balzac: detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen. O durante, o después. Estamos frente a la mejor cinta de Allen en lo que va del nuevo siglo. No es una historia de salidas fáciles, sino de moralejas inmorales.

Nos hace cuestionarnos si será mejor pertenecer al pueblo elegido de Dios, o al de la diosa fortuna. Si es más redituable un crucifijo o un trébol de cuatro hojas. Como en Crímenes y Pecados, Woody nos recuerda que la pasión se va, pero el confort queda.

mrivera@solucionesenvideo.com

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