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Cinecrítica / Las locuras de Jim y Carrey

Max Rivera II

Crítica 2 1/2 estrellas de 5

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Hace muchos años, los dioses de la comedia cinematográfica se reunieron para armar un monstruo, que es lo que saben hacer. Ejecutaron lo que hasta hoy parece ser su obra más fina: una mezcla de perfecta ejecución física y la dosis exacta de patetismo, controlada por una inteligencia superior y contestataria. Los simples mortales conocimos a este portento con el nombre de Charles Chaplin, y lo supimos reconocer y premiar con riquezas y fama que superó a la de los Fabulosos Cuatro y el Fabuloso Uno con sus Fabulosos Doce.

Fueron buenos tiempos para los dioses de la comedia cinematográfica. El cine silente era tierra fértil para mimos y payasos, que florecieron en bello jardín monocromo.

Hoy, este edén ha sido olvidado. Sólo en las clases y ciclos de cine, o en las islas de DVD en remate de los supermercados, se evocan los nombres de Keaton, Langdon o Loyd. Atención en el departamento de jardinería, lleve gratis un Laurel en la compra de un Hardy.

Sin embargo los dioses les hacen reencarnar de vez en cuando. México tuvo a Tin Tan, estrella del humor físico que seguramente habría brillado mucho más sin las severas limitaciones que imponen los países y públicos subdesarrollados.

Hace cuatro décadas brilló en las marquesinas norteamericanas el nombre de Jerry Lewis, un payaso gesticulante al que le gustaba dirigir. Como los primeros comediantes de cine, el cuerpo entero era el arma con la que mejor mostraba su perfil. Director eficiente y comerciante astuto, a sus cintas sólo les faltó una visión política crítica que las convirtiera en documentos importantes para la historia de la humanidad.

Y hoy disfrutamos (aunque muchos aborrecen) a Jim Carrey, heredero de una tradición de mimos súper-flexibles que, como todos los buenos payasos, lloran por dentro.

Cuando los dioses de la comedia se juntaron para armar a Carrey, el encargado de la parte atlética fue generoso en su aportación. El del subconsciente eligió, sabiamente, darle en su infancia una historia de estrechez económica, pero con una familia cariñosa. El que estuvo encargado de proporcionarle expresión a su rostro, definitivamente se había puesto una atizada con Play-Doh.

Pero el dios del éxito financiero tenía entre manos la aportación más diabólica. Le iba a lanzar a Carrey más dinero que a ningún otro payaso en la historia. Cantidades tan enormes e inmanejables que dejan de dar risa y pueden sumir a las almas frágiles en depresiones terribles. Cantidades que despiertan la paranoia, haciendo indistinguibles a las amantes, los amigos, los aduladores y los ladrones.

A mí me gustan las cintas de Jim Carrey. No todas, por supuesto. Echo de menos y sé que no volveré a ver al demente inocentón de Ace Ventura y La Mascara. Me gusta el ánimo experimentador de The Cable Guy, El Hombre En La Luna y Eterno Resplandor de Una Mente Sin Recuerdos (una de mis tres cintas favoritas del año antepasado). Pago por ver los destellos de genialidad que aparecen en Mentiroso Mentiroso, Irene, Yo y Mi Otro Yo y Todopoderoso.

Y casi podría recomendarle, si es usted fan de Jim Carrey, que viera Las Locuras de Dick y Jane. Es la historia de un ejecutivo que cree que su estrella va en ascenso dentro de una corporación aparentemente sólida, pero descubre de la peor manera que la bonanza es fraudulenta, y que la inevitable bancarrota de la compañía va dejar a todos los empleados en la calle.

La familia del ejecutivo entra entonces en una espiral económica descendente que lo lleva hasta el punto más bajo: competir con los mexicanos indocumentados por los trabajos que, como apuntó el presidente Fox en uno de sus grandes hits del año pasado, no desean ni los trabajadores afro-americanos.

La cinta tiene algunos momentos de comedía física (o corporal) muy rescatables, pero son insuficientes para rescatar a la empresa, que luego de un arranque promisorio, ve bajar sus acciones por no definirse entre la farsa y la crítica? pues, seria.

Los realizadores de las Locuras de Dick y Jane pecaron de falta de ingenio y torpeza a la hora de armar la historia, que inicia como sátira, deviene en pastelazo y pretende cerrar con revancha social.

Había mucho de donde alimentarse. Enron, Worldcom y muchas corporaciones más son fuentes que manan chorros de inspiración para la comedia negra. Imagínese, para dar un ejemplo nacional, desperdiciar el potencial tragicómico de Banca Confía, el Fobaproa o Construcciones Bribiesca.

Las omisiones de la película son castigadas con dureza por los dioses de la comedia, que son mucho más estrictos que los del drama o la aventura. La penitencia es perder un año de Carrey, que promete desde hace tiempo convertirse en el instrumento de un dios cómico-político feroz y despiadado. Así sea.

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