Crítica 3 estrellas de 5
Por Max Rivera II
El Siglo de Torreón
TORREÓN, COAH.- Empecemos por las cosas que si son lo que parecen. La película Layer Cake es un thriller muy eficiente donde, como en todos los buenos thrillers, es más divertido cómo suceden las cosas, que las cosas que suceden por sí.
Es una cinta sobre traiciones y tráfico de drogas, en que las situaciones tienden a complicarse gracias a la bipolaridad típica de los hampones cinematográficos, esa doble personalidad que los hace parecer pragmáticos hombres de negocios en un momento y bestias sanguinarias desatadas al siguiente.
Y es la historia de un traficante de cocaína que se siente una inteligencia superior entre cavernícolas avariciosos, y está a punto de ejecutar la maniobra más desafiante y peligrosa de todas: salirse del negocio.
Lo que no parece No Todo es Lo Que Parece, y si es, es una película con moraleja. Allá, hasta el mero final, nos espera un mensaje disuasivo de la vida criminal. Casi podría ser recomendable para los hijos pre-adolescentes, de no ser porque en el camino aprenderían a mezclar éxtasis y armar pistolas.
Tampoco es una cinta fácil de seguir. La trama se complica de manera progresiva mientras lo que aparentaba ser una sencilla operación de compra-venta de drogas implica segundas y terceras intenciones de quién se va involucrando. Por eso mi recomendación de llevar una libreta para tomar notas y quedarse al final para compararlas con las de otros confundidos espectadores. Pero no se desanime de verla, es realmente entretenida. Lo de la confusión es un valor agregado de la cinta, para hacer más divertido el camino a casa.
Voy a plantearle la primera parte de la cinta. Daniel Craig interpreta a un traficante de drogas que se precia de su educación y presume de su cultura y suficiencia para manejar el negocio. Se conduce con la arrogancia de quien escribe manuales y casi se siente listo para recibir una certificación ISO 9000 en procesos criminales.
Cuando le avisa a su jefe y compañeros que piensa retirarse de traficante y vivir de sus ahorritos, recibe un encargo de despedida. Su última misión consiste en localizar a la hija drogadicta del jefe de su jefe, y enmendarle una operación desastrosa a un traficante menor. Ambas tareas, aparentemente desconectadas, son potencialmente letales. Su peligrosidad se acrecienta porque se salen del área en que nuestro ?héroe? se ha especializado.
A partir de ese momento se desatan intrigas y puñaladas por la espalda que no pienso describirle. Aparentemente porque no quiero arruinarle sorpresas. En realidad porque posiblemente me perdí en una de las muchas vueltas de tuerca y seguro me equivocaría. Ya ve, no todo es lo que parece.
La película fue dirigida por Matthew Vaughn, el mismo que produjo Cerdos y Diamantes y Lock, Stock and Two Smoking Barrels, estilizadas cintas del director Guy Ritchie. Aunque comparten la temática del bajo mundo inglés, la cinta de Vaughn tiene menos sentido del humor y resulta más amenazante en todo momento. De alguna manera es como si Ritchie fuera el sabelotodo vanidoso que cree conocer el medio, mientras que Vaughn encarna a la fuerza bruta, el ambiente traicionero, listo para darle una desconocida brutal.
No conozco a traficantes de drogas, que yo sepa, y espero no conocerlos. Mi conocimiento del mundo criminal viene del cine y de reportajes hechos por periodistas tan duros como los criminales. Por lo que he visto, el éxito en el tráfico de drogas es un concepto que ha cambiado desde los tiempos de Vito Corleone. Aunque la constante sean las absurdas cantidades de dinero que pueden hacerse, los códigos de ética y lealtad se han desvanecido. Es muy diferente sentirse parte de una familia a ser miembro de una organización.
Si antes el éxito se conseguía creciendo bajo el ala de un mismo grupo, hoy la caza de oportunidades y la venta de uno mismo al mejor postor parecen ser la mejor formula. Igual que en cualquier otro negocio del mundo globalizado, pero con la ventaja de tener a los clientes más cautivos que existen.