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Cinecrítica / Munich

4 estrellas y media de cinco

Por Max Rivera II

El Siglo de Torreón

TORREÓN, COAH.- Son algunos de los primeros versos que tuvimos que forzar en la memoria. Los cantamos de manera mecánica cuando estamos en primaria o en actos cívicos. Con euforia en mítines y partidos de futbol. Castigamos con multas, burla y desprecio a quién los confunde en público. Surgen como respuesta automática de grupos grandes que, en situaciones de alegría o de tristeza, requieren un instrumento de rápida cohesión.

Pero pocas veces nos damos cuenta de la promesa mortal que hacemos al cantarlos, del cheque en blanco que le giramos a la nación, al son de Bocanegra y Nunó.

¿Qué tan dispuesto está usted a exhalar su aliento en aras de la patria? Depende, podría responder. Aplicando el principio de reciprocidad ¿qué tanto ha hecho su patria por usted? Aparte de darle identidad, historia y cultura, que habría obtenido en cualquier otro lado si la casualidad en otro lado le hubiera mandado nacer? ¿qué le ha dado La Nación?

En su respuesta está la clave de la paz, las guerras y el comercio. Su respuesta separa a los civiles, los migrantes, los negociantes, los políticos, los soldados, los héroes, los traidores y los locos.

Hace 33 años, durante los juegos olímpicos de Munich, una matanza de atletas y secuestradores sacudió al mundo, pero sobretodo hizo que los centros del medio oriente retemblaran. La organización palestina Septiembre Negro tomó cautivo al equipo olímpico israelí y demandó la liberación de compañeros presos. Durante la tentativa de huída en el aeropuerto, un catastrófico operativo de la policía alemana terminó en la masacre de terroristas y rehenes. El desastre fue motivo de fiesta para los cerebros más primitivos de ambos bandos, que de inmediato echaron a andar los engranes del golpe y el contragolpe. Munich, la nueva película de Steven Spielberg, sigue a los miembros de una célula secreta del gobierno de Israel cuya misión fue exterminar a los autores intelectuales, los palestinos responsables de planear el secuestro de los atletas.

El equipo está encabezado por Eric Bana, un ex guardaespaldas de la primer ministro israelí, que junto a cuatro especialistas en bombas, falsificación de documentos, pistolas y limpieza de rastros, recorre el mundo localizando y eliminando a los árabes de su lista. Esta lista de blancos fue proporcionada por el gobierno de Israel y la información sobre la localización de los mismos es pagada a una familia de espías franceses, por lo que cada asesinato requiere un doble salto de fe para justificarse.

Esto, que suena como el argumento para un episodio de Misión Imposible o la nueva aventura de James Bond, es una oportunidad que Spielberg aprovecha de manera magistral para plantearnos un dilema moral tras otro y cuestionar las raíces mismas del conflicto Palestino-Isralí.

El director toma una postura de mediación entre los bandos que debe haber enojado a infinidad de judíos en Hollywood, a cambio de congraciarse con los dos o tres palestinos que trabajan ahí. Estoy exagerando, claro, porque la intelectualidad judía que vive lejos de la tierra prometida suele tener posturas políticas racionales y moderadas.

Racionalidad y moderación, señales universales de la madurez, tan diferentes del patriotismo fanático, que es balbuceo infantil de la humanidad. Spielberg concluye que el conflicto sólo sirve para perpetuarse a sí mismo, y que la ofensa del enemigo es el pretexto perfecto para mantener en el poder a las facciones más extremistas y beligerantes de cualquier gobierno. No en balde la cinta acaba con una imagen de las torres gemelas.

Spielberg es un narrador extraordinario. Las partes de suspenso funcionan con precisión Hitchkockiana, manteniendo el interés y subrayando la importancia de los intermedios de reflexión ética. En la cinta, durante momentos cruciales de acción y decisión, los personajes se miran en espejos y cristales. Este recurso visual acentúa el cuestionamiento sobre los motivos que los impulsan y nos recuerda la dudosa validez de la venganza, ese mal espejo de la justicia.

El mayor orgullo que tienen los países suelen ser los muros que han logrado levantar. El conflicto entre Israel y Palestina, como casi cualquier otro conflicto entre naciones, al desnudarlo de dioses y pasiones queda reducido al culto a los bienes raíces.

Fíjese en lo que canta la próxima vez que llame a los enfants de la patria al hogar de los valientes, para apresurarse a matar al extraño enemigo que ha osado poner sus plantas en nuestros sagrados metros cuadrados. Nada tienen de malo los símbolos de nuestra identidad, pero el verdadero canto de la humanidad sólo surgirá cuando callen todos los himnos.

mrivera@solucionesenvideo.com

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