Calificación: cuatro estrellas de cinco
Campos de esperanza ?minada?
Luego de que los aviones se estrellaron contra las torres gemelas, la reacción inmediata de casi todos los que se encontraban adentro, fue la de huir de los edificios. Así fue como se salvaron la mayoría de las personas de los pisos inferiores al impacto, alrededor de 16 mil personas de ambas torres. Que sobrevivieron, en buena medida, por desobedientes.
Pues la instrucción que recibieron de personal del 911, y de muchos oficiales que entraron a inspeccionar los daños, fue la de no moverse de sus lugares y permanecer tranquilos. Los sobrevivientes hicieron caso a los rumores sobre el posible derrumbe, e ignorando las instrucciones corrieron hacia las escaleras. Muchos de los 2,600 muertos confiaron en que las autoridades sabían lo que hacían. Hay una lección en esto.
Al inicio de Campos de Esperanza, una familia judía de la Hungría ocupada, discute en la mesa los rumores sobre las atrocidades Nazis en los campos de concentración. El padre descalifica los chismes, y pide a hijos, tíos y amigos que conserven la calma. A las pocas horas saldrá rumbo a uno de esos campos, a realizar trabajos forzados, cree. El hijo adolescente apenas está preocupado. En ese momento le importan más los poderosos mensajes que las hormonas que suelen liberar en los chicos de su edad.
A la mañana siguiente, mientras se dirige a trabajar en la fábrica, un policía colaboracionista detiene el autobús y pide a todos lo portadores de estrellas de David en la solapa, que bajen y esperen junto al camino. Así va haciendo con cuanto camión pasa. Luego de unas horas ha retenido a más de cincuenta hombres. Él sólo. Les ordena que lo sigan y los lleva en caravana a una oficina de registro. Algunos aprovecharán sus descuidos para escaparse. Pero el adolescente y la gran mayoría de los detenidos le siguen y obedecen.
También hay una lección en esto.
Bueno. Desde ahora le digo que toda comparación que se haga con los Nazis y el Holocausto, debe guardar las justas proporciones. Pocas cosas tienen parangón al nadir de la vileza que representan los actos del nazismo. En tono humorístico puedo decirle que Kamel Nacif o George Bush representan al mal encarnado, aunque usted y yo sabemos que ese lugar sólo le corresponde por derecho a Adolf. En fin, que los paralelismos son editoriales disfrazados, y la buena exageración siempre lleva un afán didáctico.
Quedamos en qua la exageración como caricatura es un recurso valido. Pero el reto que enfrenta el cineasta que quiera retratar el Holocausto Judío es exactamente contrario. Aquí es imposible exagerar, y lo urgente es matizar. La monstruosidad Nazi debe suavizarse, porque de no hacerlo, resultaría una película imposible de ver. La diferencia entre películas sobre el Holocausto reside, entonces, en los aspectos que decidieron atenuar.
Y esto es lo que hace diferente a Campos de Esperanza, del director Lajos Koltai, que decidió, prácticamente, desaparecer a los nazis de la escena.
Luego de que el jovencito es capturado, inicia un tétrico tour con paradas de meses en algunos de los lugares más tristes de la historia. Los oficiales nazis aparecen como meros guardias aduaneros en garitas donde se lee Auschwits o Buchenwald, y el contacto diario con los prisioneros lo realizan colaboracionistas nativos. Por supuesto que siguen figurando los alemanes, pero se ven muchas más swásticas en películas de Indiana Jones que en Campos de Esperanza.
Por lo que deduzco que es una omisión intencional. El tema de la cinta no es el sadismo Nazi, del que hay bastante en el segundo tercio de la película, sino el estado mental al que llegan el joven prisionero luego de pasar un tiempo recluido. Atrás queda cualquier intención de rebeldía (los casos reales de resistencia judía durante el Holocausto son desesperantemente pocos), o de camaradería. Los días se suceden fríos y solitarios, y la crueldad de la situación se acepta como si se tratara de un fenómeno natural, un temblor, un meteoro.
Creo que el mensaje de Koltai (extraído de la novela semia-autobiográfica del laureado escritor Imre Kertész), es que los seres humanos somos capaces de acostumbrarnos a lo que sea, y que la fuerza que nos sostiene no es la esperanza, sino la inercia. Pero el mensaje va más allá, rumbo a una conclusión inusitada. Durante el viaje del joven judío, la paleta de la fotografía va cambiando de anaranjados cálidos a casi monocroma, en un simbolismo facilón que no desmerece el poder de la cinta, como tampoco lo disminuye la fotografía preciosista o la música melosa. No, ningún embellecimiento le quita fuerza a la conclusión de la cinta: que para el joven la experiencia del campo de concentración fue algo así como un spa.
Un spa espiritual. Como un retiro. Una experiencia que lleva a la purificación, a la obtención del nirvana. ¿Le parece absurdo? Piénselo bien. Otra vez con las debidas proporciones, quienes hemos experimentado una enfermedad debilitante, o la convalecencia larga de un ser querido, situaciones que inflingen estrés e incertidumbre prolongados, sabemos que las consecuencias no son todas negativas.
Hay una revaloración de la vida y de las propias fortalezas. De la ayuda de los demás. De lo que importa y lo que no. Es una situación que a la vez que nos oprime, nos libera. Que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos, y sobretodo, a conocer a Dios. Aprendemos que hay tanto que agradecerle, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo. Y sobretodo, agradecerle que no nos haya matado todavía.
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