Crítica 4 estrellas de 5
Perderse gracias por fumar puede ser nocivo para su salud
Antes que nada, vaya una sincera felicitación a todos los involucrados en la realización del corto Karma, muy especialmente a mis amigos Fernando Santoyo y Carlos Muela. Si usted acaba de salir de abajo de una piedra y no se enteró del impresionante éxito de audiencia que tuvo esta producción lagunera el martes pasado en el Teatro Nazas, sepa que las filas para entrar serpenteaban frente a las puertas del ex-cine (reconvertido a cine por esa noche) y se extendían por la Morelos y la Rodríguez.
Este nivel de respuesta por parte del público es totalmente anómalo para una producción local de cualquier tipo, mucho más para un cortometraje realizado por chavos que aún están en la escuela. Vamos, Karma tuvo un poder de convocatoria que ya quisiera ahorita el Santos. ¿Cuál es la explicación a este inusitado fenómeno? Sencillamente, el Karma.
Aclaro: no significa que Santoyo o Muela sean personas de bondad rayana en la santidad. Aunque son muy buenos chicos, una recompensa de este tamaño sólo les vendría por virtudes de alturas Ghandi-Madreteresianas. No. Es más fácil de explicar. El éxito les llegó como premio al trabajo.
Ayudado por la alineación de algunas lunas y planetas desconocidos.
Fue un trofeo para los que hacen, la diferencia de los que dicen que van a hacer. Insisto. Cualquier trabajo realizado será mejor que un proyecto. He escuchado opiniones encontradas respecto al producto final, y me sospecho que muchas de las críticas negativas fueron matizadas por la envidia. Por otro lado, la envidia es buena, siempre que empuje a hacer algo.
Mi opinión tendré que reservarla para después, cuando haya visto el corto. Acostumbrado a cine-clubes y funciones de teatro semivacíos, la noche del estreno llegué con mi esposa e hijo faltando cinco minutos para el inicio de la función. Ya se imaginará mi sorpresa. En fin. Espero poder hacerme pronto de una copia (ustedes dos, no se hagan). Sólo después de verla podré emitir un juicio, Fer y Carlos, y prometo ser tan brutalmente sincero como me lo permita el cariño que les tengo.
Pero independientemente de sus méritos como director y fotógrafo, ojalá consideren dedicarse de lleno a la producción. Sin importar lo que finalmente se haya proyectado en pantalla, lo del pasado martes fue una hazaña de consecución de apoyos y recursos, sumados a una promoción cuya efectividad no puede explicarse sólo por spots y desplegados de prensa. Ustedes saben lo que hicieron, y si no lo saben del todo, averígüenlo. Eso, lo que un buen productor necesita tener, ustedes lo tienen. Además, en la producción está la lana.
Estos párrafos que quedan los aprovecho para urgirlo a que vea Gracias por Fumar. Lo urgiría a dejar de fumar, si usted fuese fumador y yo más ingenuo, pero sé que los consejos son inútiles y posiblemente le estimulen a fumar más.
De modo que, fumadores y no fumadores por igual, háganse un favor y vean la película del novel director, Jason Reitman, hijo del veterano realizador de comedias Ivan Reitman. Quienes lleven una vida libre de humo se sentirán reafirmados en su petulante virtuosidad. Los fumadores se divertirán sin sentirse sermoneados. Todos ganan.
Gracias por Fumar es una cotorra sátira donde los chistes se hacen a costillas de cuanta organización esté involucrada en las leyes del tabaco norteamericanas. Tabacaleras, cabilderos, congresistas, publicistas y ONG son blancos a partes iguales de la crítica mordaz e inteligente de la cinta. Todas tienen hipocresías que merecen ser exhibidas. En consecuencia, la cinta resulta ser más superficial de lo que el problema del tabaquismo amerita, y a la vez más profunda. ¿Cómo es eso posible?
Porque el personaje principal de la cinta, un cabildero que opera a favor de las tabacaleras, esgrime con muchísimo talento un argumento más poderoso que cualquier cuestión de salud pública: la libertad de elegir. No nos queda más que estar de acuerdo con que vale más vivir en una sociedad enferma, pero libre. Claro que el argumento tiene muchos huecos, y la gracia de la cinta es irlos tapando de forma descaradamente maniquea. Si se asegura de dejar afuera de la sala su propensión a la indignación fácil, tenga por seguro que se va a divertir mucho. Recuerde que es una comedia. Nada que ver con un documental de Michael Moore o el potente drama The Insider de Michael Mann.
Y aunque no sea su intención, la cinta casi me convence de que las tabacaleras no tienen la culpa de las muertes por cáncer y enfisema. A fin de cuentas, nadie obliga a los fumadores a prender sus cigarros. Quien fuma esta perfectamente consciente del riesgo. Aunque la nicotina es adictiva, pienso que la presión del grupo y la inseguridad adolescente son los verdaderos culpables de la adicción temprana, que es la más difícil de superar.
O peor aún, los propios padres fumadores. Mi padre, que murió por culpa del cigarro en buena medida (el colesterol y la grasa estaban en fila inmediatamente después), me dio dos lecciones valiosísimas que evitaron que yo adquiriera el hábito. Una ridícula y otra trágica. La primera fue siempre esconderse de mi y mi hermano para fumar. Incluso cuando era sorprendido, lo negaba con infantil vehemencia. La segunda lección fue, por supuesto, su agonía de meses.
Disculpe el giro melodramático, que nada tiene que ver con el alegre cinismo de la cinta. No fumo? ¿y que? Eso no me hace mejor persona. Aunque yo crea que si, usted sabe que no.
mrivera@solucionesenvideo.com