Crítica 4 estrellas de 5
El Vuelo 93 pasa por el pantano y no se mancha
Durante el sexenio de Ernesto Zedillo se pretendió eliminar la historia de los Niños Héroes de los libros de texto gratuitos. También se quiso borrar al Pípila. Recuerdo que el argumento fue que ambos episodios de la historia nacional son de difícil comprobación, y se sitúan más bien en terrenos de la leyenda (al eliminar a los Niños Héroes, ignoro qué pretendían hacer con los monumentos). Esta pretensión fue rechazada por muchos sectores de la sociedad y se percibió como un agravio, principalmente por el ejército y el magisterio. Al final hubo que meter reversa y los libros modificados se archivaron o destruyeron. La medida quizá se pensó cómo un acto de responsabilidad científica, pero resultó ser una irresponsabilidad social.
Y es que los Niños Héroes no están en nuestra historia, en plazas, calles y estampitas porque hayan existido, sino porque son necesarios. Aunque hoy vivimos tiempos de relativa paz (con todo y narco-ejecuciones, Ulises Ruiz y la APPO), no podemos descartar que algún día vuelva la guerra. Quizá contra los mismos de 1847, quizá contra otro extraño enemigo. Y cuando llegue ese día, el símbolo de los Niños Héroes estará listo para usarse como bandera, como grito de batalla.
Esa es una forma de verlo. Pero hay otra, más inmediata, más íntima. La historia de sacrificio y amor a la patria era indispensable para la Señora Escutia, la Señora Márquez, la Señora Montes de Oca y las demás madres de los jóvenes. Si a alguien le importaba que la muerte de los cadetes no hubiera sido en vano, era a ellas.
Vuelo 93 es una película trascendente porque logra ajustarse a esta última visión de la historia. El gran logro del director Paul Greengrass es que eleva a la cinta por encima del patriotismo y la propaganda, y se limita a hacer un recuento de los hechos, escalofriante por tener casi la apariencia de un documental.
Al llegar a este punto, estaba listo para comentarle que el caso del Vuelo 93 de la United Airlines es uno de los puntos más controversiales de la historia oficial del 9/11; que lo más posible es que la fuerza aérea lo haya derribado sobre aquel descampado de Pennsylvania; que muchas teorías en la Internet aseguran que ni siquiera existió el vuelo; que las llamadas telefónicas pudieron ser actuadas; que los pasajeros fueron drogados y asesinados en un hangar? en fin, un montón de elucubraciones, pero? ¿sabe que? la película no se lo merece.
Vuelo 93 se mantiene ecuánime y respetuosa, tanto de los muertos como de nuestra inteligencia. Inicia con los terroristas leyendo el Corán en un cuarto de hotel, y completando sus rituales de preparación para lo que viene. No los acompaña de música ominosa ni los muestra con fanáticos enloquecidos (que seguramente eran, aunque no lo parecieran). Luego vemos a la tripulación del avión y los demás pasajeros, y digo ?vemos? porque no llegamos a conocerlos más de lo que se conocieron entre ellos, un grupo de extraños que no sospechaba que morirían juntos.
Al mismo tiempo somos testigos de la complicada labor diaria de los controladores de vuelo en diferentes partes de los Estados Unidos, que está a minutos de complicarse endemoniadamente. A toda la primera mitad de la cinta se aplica de manera perfecta la definición que hacia Hitchcock del suspenso: ?Un hombre esta leyendo sentado en su sillón favorito. Bajo el sillón hay una bomba a punto de estallar. El hombre no lo sabe, pero el público sí?. Y la sensación es aún más intensa, porque la explosión del sillón la vimos en vivo, y queramos o no, afectó nuestra vida.
El Vuelo 93 despegó con retraso del aeropuerto de Newark. Los pasajeros contemplaron una última vista de Nueva York con sus dos torres. Cuatro minutos después se estrellaría el primer avión. En los controles de vuelo civiles, y luego en los militares, priva un absoluto desconcierto. El vuelo estrellado llevaba media hora sin transmitir respuesta. Temían su secuestro, pero no imaginaban su último destino. En los reportes iniciales de CNN escuchan que una avioneta es la que golpeó el edificio, más al poco tiempo Ben Sliney, director de la FAA (que se interpreta a sí mismo en la película), deduce lo ocurrido y ordena que se detenga todo el tráfico aéreo del país, más de cuatro mil aviones. Pero ya es tarde.
No sé cual haya sido su reacción (la de usted) cuando ocurrieron los atentados, pero la cinta logra ponernos en el mismo canal: estupefacción y horror. Luego de que los terroristas secuestran el Vuelo 93, algunos pasajeros logran contactar a autoridades y parientes por medio de los teléfonos del avión. Con esas llamadas se ha reconstruido la secuencia de los acontecimientos, de cómo los pasajeros se enteraron que el avión no fue secuestrado para exigir rescate, sino para usarse como proyectil. Y decidieron defenderse.
Y en esa reconstrucción reside la belleza de la cinta. La misma historia, que contada por Bush es propaganda odiosa y sucia manipulación, en la puesta en escena de Greengrass se vuelve drama poderoso y creíble. No creo en los héroes de Bush, que murieron por el petroleo de Iraq. Creo en los norteamericanos desesperados, que lucharon por salvarse, por volver a sus casas. Esta historia no es para los actos cívicos del día de la bandera o los gritos de guerra. Es para las madres, para los hijos.
Un amigo mío (esto es cierto), trabaja para la United Airlines en San Francisco, despachando gasavión. A ese aeropuerto habría llegado el Vuelo 93. El 11 de septiembre por la mañana le pidieron a él y a sus compañeros que se fueran a su casa. Por televisión se enteró de lo ocurrido. Hasta cuatro días después habría de restablecerse el tráfico aéreo. Cuando llegó el primer vuelo, los trabajadores de la United hicieron fila para recibir a los pasajeros que llegaban, y la bienvenida formal se volvió aplausos y lágrimas. Cuando me lo contó, en 2001, no entendí bien esa reacción. Ahora entiendo. Ahora entiendo.
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