Crítica 4 estrellas de 5
Bond en su laberinto
En la primera cinta del 007, Sean Connery observa emerger del océano a la impactante Ursulla Andress, con bikini obsoleto y curvas eternas. En Casino Royale, es Bond quién hace la sugerente aparición marítima, frente a los ojos de una bellísima latina, a la que seduce, pero con la que no se acuesta. Hay una obvia y crucial diferencia.
Desde los títulos de inicio debimos sospechar que algo extraño pasaba. En la excelente animación de los créditos se juega con las figuras de los cuatro palos de la baraja, con pistola y hombres peleando? pero ninguna silueta de mujer desnuda. Peor aún: Bond finalmente se lleva a la cama a una mujer, aunque primero tuvo que decirle que ¡la ama! Casi la lleva antes al altar.
Esta actitud respetuosa ante las mujeres es quizá el más drástico cambio en la serie, pero no el único. La violencia se volvió más cruda y más atlética, entre Tarantino y Jackie Chan, digamos. Y los planes malignos de los villanos se basan en la corrupción oficial y bursátil, o sea, son perfectamente realizables, nada que no alcanzarían los ejecutivos de Halliburton o los dueños de televisoras mexicanas, si fueran malévolos.
El nuevo Bond, Daniel Graig, pasa la prueba con honores (cuídate Sean). La serie por fin se siente nueva. La vulnerabilidad sentimental de Bond es refrescante, aunque posiblemente vaya desapareciendo en próximas entregas. Por lo pronto, esa debilidad y el menor refinamiento del agente (a veces franca vulgaridad), por fin nos da motivo a los simples mortales para identificarnos con el 007.
Casino Royale es una cinta sumamente divertida, que quedó veinte minutos excedida para ser perfecta. En esos últimos minutos se crea una confusión anticlimática (necesaria para la secuela, supongo) y se comete el pecado de quitar de las manos de Bond un par de esperados ajusticiamientos.
Es emocionante ver que este exitoso regreso del agente inglés fue orquestado por puros veteranos de la serie, productores y director. Hace algunos años pensé que el 007 necesitaba la mano de directores acelerados como John Woo o Michael Bay. Estaba equivocado. Bond no requería cirugía cosmética, sino del corazón.
Para una experiencia muy diferente, no se pierda el Laberinto del Fauno, la hermosa cinta de Guillermo Del Toro, que por desgracia también se queda corta al final. La promesa inicial de Del Toro, de mezclar una fábula fantástica con una política, acaba por no cuajar del todo en ninguna de las dos vertientes. Le faltó arrojo al tapatío, y quizá tiempo, para poder empatar con mayor claridad e intención el alucinante mundo de su fantasía, con la horrible realidad del franquismo. Si las hadas lo hubiesen guiado un poco más lejos, Del Toro habría encontrado en el centro de su laberinto el tesoro más preciado: la mejor cinta que un mexicano ha hecho en suelo extranjero.
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