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Ciudadana sí, pueblo no

Adela Celorio

Me niego a ser pueblo de nadie. Me niego a formar parte de esa masa sin cara y sin nombre llamada pueblo, que condenada al infierno de la pobreza, a la carencia de libros y de pan, a la confusión y al manipuleo; entiende más de pasiones que de razones.

Me niego a ser pueblo, carne de cañón, número del bulto para el acarreo, las huelgas y los machetes. Me niego a ser pueblo, capital político cultivado y multiplicado por varias generaciones de distinguidos priistas que sin aceptar que hoy lo único que les corresponde es hacer mutis con la cola entre las piernas y por la puerta de atrás; insisten en continuar su labor de desmantelamiento moral y económico de los mexicanos: ejemplos en pequeña escala los Madrazos, Montieles y Marines que todavía andan sueltos.

Me niego a formar parte de ese pueblo al que sexenio tras sexenio, algún candidato promete que ¡Ahora si! ¡Faltaba más! ¡Pero cómo no!

Que él -el prometedor en turno- sí puede sacarlos de pobres, aunque nunca les diga cuándo ni cómo va a lograrlo y al finalizar el sexenio lloren frente a las cámaras de tele -¿alguien recuerda todavía las lágrimas de cocodrilo de López Portillo en su último informe?

El pobrecito pedía perdón a “su” pueblo por el empeoramiento de su situación.

Definitiva, contundentemente me niego a ser parte del pueblo, de “los jodidos” según Azcárraga Milmo, para quienes su empresa producía la televisión que hoy confunde a un pueblo masa, masacote, masajeado, que lo mismo forma en las filas del PRI o del PRD, que en las de sus líderes “morales” como Elba Esther, Gómez Urrutia y tantos otros que ostentan sin pudor riquezas perfectamente explicables.

Me niego a ser pueblo de nadie; y aquí y ahora en pleno uso de mis facultades -aunque no sean tantas las tales facultades- declaro que soy ciudadana con todos los derechos, pero también con todas las obligaciones que la ciudadanía conlleva.

La primera de todas es dar la cara. Nada de que nos ponemos un pasamontañas y “todos somos Marcos”. Yo soy ciudadana con cara, con nombre y con voz para demandar integridad moral y transparencia a aquellos en quienes deposito el poder que la ciudadanía me confiere.

Soy ciudadana con domicilio comprobable, registro federal de causantes y credencial de elector que me compromete a analizar con microscopio al candidato al cuál voy a favorecer con mi voto.

Después de pesar y medir, creo que se lo daré al candidato que ofrezca reconocer el poder de sus mandantes -que no sus mandaderos- y respetar sus mandatos.

Deberá contar con autoridad moral respaldada en el respeto absoluto por la Ley y estar dispuesto a terminar con la impunidad que es el caldo de cultivo del tráfico de influencias.

Aunque mi voto, duro como dicen ahora, se lo doy desde ya a los ciudadanos; únicos capaces de empujar juntos y fuerte para construir el país que las nuevas generaciones necesitan.

Voto por una ciudadanía responsable y madura, capaz de reconocer que los privilegios económicos, la riqueza y la ostentación; son el resultado de sociedades inequitativas, inmaduras y rapaces. Voto por una ciudadanía convencida que los abusos de poder, el afán de lucro y la falta de escrúpulos, no forman parte del código genético de los mexicanos.

Pero la moneda está en el aire y la democracia es respeto a la decisión de la mayoría; y eso sí les digo, que al día siguiente de la elección, me pondré de pie para saludar con respeto y ofrecer todo mi apoyo a quien en mayoría, los ciudadanos hayan decidido confiar su poder.

adelace@prodigy.net.com

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