Para muchos la situación política del país no tiene más fondo que la conducta tozuda de un político, lo que confirma su talante populista, negándose a reconocer un resultado electoral que señala claramente su derrota en las pasadas elecciones. Como esto es así, el Tribunal Electoral ratificará a su oponente y todo tendrá que regresar a la normalidad y la certidumbre, sobre todo para que la vida económica no se vea alterada. En una palabra, se dice que las instituciones del país están muy sólidas para resistir el vendaval. Afortunadamente, creemos, frente a esta visión extremadamente simplista del problema, también hay quiénes piensan que, aparte de la coyuntura de la disputa política desde luego, el asunto tiene mucho más fondo. En mayor o menor grado, analistas y ciudadanos en general aun cuando no están de acuerdo con la lucha lopezobradorista en bloque, concuerdan en que las instituciones no son lo suficientemente sólidas como pensamos, y en buena medida ello se debe a que ya no son las adecuadas para las actuales condiciones del país. Por ello se habla de un nuevo pacto, en el que se involucre lo económico, en el rediseño de las instituciones políticas, sociales y jurídicas.
De manera que además de preguntarnos si AMLO es un demócrata al no aceptar el supuesto triunfo del adversario, habría que preguntarnos también si el resto de los actores políticos, medios de comunicación, las instancias gubernamentales, organizaciones sindicales y patronales, en fin, el conjunto de las instituciones políticas y sociales son democráticas, y en buena medida tendríamos que concluir que estamos viviendo en una democracia sin demócratas, que le estamos exigiendo más de lo que estamos dispuestos a dar. Es decir, que con relación a épocas pasadas, solamente hemos avanzado un poco más desde lo formal a lo real. Aquí está una clave del problema.
Nadie puede negar la institucionalidad electoral democrática que nos hemos dado como resultado de las luchas que por décadas se libraron en este país; pero tampoco se puede negar que incluso en este ámbito falta perfeccionarla, sobre todo para hacer efectivo lo de la equidad en la disputa. Pero yendo más allá del ámbito electoral, con los acontecimientos recientes es inevitable que muchos se pregunten si este es el tipo de democracia que necesitamos o a la que aspiramos, qué tan efectivo es este método para resolver las disputas políticas, pero, sobretodo, para llegar a acuerdos sustantivos que abonen en la convivencia social, poniendo sobre la mesa la discusión de los intereses reales.
Aquí es donde los cuestionamientos son más pertinentes, porque siendo la democracia un sistema cuya naturaleza es la inclusión, en la realidad se observan tendencias oligárquicas en lo político y económico que la anulan. Habría que mencionar también en este sentido el enorme papel que juegan los poderes fácticos, que ya rebasan la capacidad de los poderes públicos para limitarlos. Así es muy difícil que una democracia prospere. Aquí está otra clave. Llegados a este punto vemos que falta un buen trecho para avanzar, y lo primero que hay que reconocer es que el haber arribado a un mejoramiento de la institucionalidad de la democracia electoral, no es un punto de llegada, sencillamente es una etapa más, si bien importante, en esta búsqueda.
No debemos perder de vista tampoco que la democracia, con sus imperfecciones, se asienta en nuestro país en tiempos muy incómodos para la permanencia y la estabilidad de ésta, porque tiene que demostrar que además de proporcionar un piso mínimo para ejercer los derechos políticos, como es el voto, debe ser una fuerza de carácter sustancial para generar acuerdos que incidan de manera efectiva en la convivencia social, así como en la seguridad y el bienestar de las personas. Ha sido ampliamente documentado que estas expectativas generadas por la democracia no han sido satisfechas, y hoy mucha gente espera que su participación electoral signifique algo más que cambio de equipos de Gobierno, sino de sus condiciones de existencia. Cuando ello no es así, los problemas de gobernabilidad, de legitimidad y de representatividad, van minando las condiciones de la estabilidad democrática. Estas son las cuestiones que están en el fondo de la disputa actual.
Sin duda alguna los politólogos y científicos sociales siguen y seguirán escribiendo profundas reflexiones sobre los diferentes tipos de democracia existente en nuestras latitudes, pero una expresión reiterada hace unos días por un premio Nóbel de economía, Gary S. Becker, señalando que en países como el nuestro se ha asentado un ?capitalismo de compadres? es muy revelador, quizá más de uno dude en calificarlo de populista cuando se entere que el señor Becker es un convencido neoliberal. Reiteramos, es un señalamiento que se había hecho unos años atrás, pero nosotros seguimos aquí buscando en la superficialidad sin entrar en la esencia de los problemas de nuestra democracia. Hay tareas.
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