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Con esto de la democracia...| Las laguneras opinan

Mussy Urow

Escribo estas líneas antes de saber cómo transcurrió el tan esperado viernes primero de diciembre. Como bien dice el refrán, ?no hay fecha que no se cumpla ni plazo que no venza?, de modo que hoy ya todos estaremos enterados ?dejando atrás las mil y una especulaciones- de lo que sí ocurrió ayer en San Lázaro o en cualquier otra parte, ya que después de la muestra del pasado martes, todo puede ser posible. Independientemente de lo que haya sido, la vida en México sigue, porque vivimos en una democracia soportada por ?instituciones firmes y republicanas?, ¿verdad que sí? A casi todos los políticos, sean de cualquier partido, les encanta decir esto, sobre todo cuando se amolda a sus intereses, excepto a AMLO, quien solía pensarlo cuando las encuestas lo favorecían, pero después acabó mandándolas democráticamente al diablo.

Precisamente en las semanas previas a la toma de protesta del presidente electo Felipe Calderón Hinojosa, me ha llamado la atención el uso y abuso desproporcionado de la palabra ?democracia? en todos los medios de comunicación masiva. El sexenio presidencial que oficialmente concluyó anoche a las 0:00 horas, se distinguió particularmente por el excesivo gasto en publicidad; a escasas dos semanas de entregar la Banda Presidencial, el Gobierno de Vicente Fox seguía anunciando con abrumadora frecuencia los ?cambios? promovidos durante su sexenio, todos ellos emanados de su gestión: quien ya tiene una casa propia, cuyos hijos sí desayunan antes de ir a la escuela, los que ya se pueden operar de lo que sea o conseguir cualquier medicina sin que les cueste nada y rubricados por la frase: ?Con esto de la democracia??.

Pobre palabra, qué manoseada, desprestigiada y arrastrada; como si fuera cualquier producto reciclable que se aplica a una serie de situaciones a conveniencia del que la utiliza.

En nuestro país comenzó a asociarse principalmente a la alternancia de diferentes partidos políticos, primero a nivel municipal o estatal y finalmente, en el federal. En efecto, ése es un aspecto de la democracia, pero de ningún modo suficiente para afirmar que vivimos en una. La verdad es que aún estamos lejos.

Se manejan tantas acepciones de la palabra democracia como sean las necesidades o personal interpretación del que la emplea: ya hemos visto cómo funcionó en la Ciudad de México cuando Andrés Manuel decidió hacer uso de su derecho a expresarse; o cómo la siguen utilizando los ?maestros? y la APPO en Oaxaca.

Una definición que parece bastante acertada dice lo siguiente: ?En una democracia no es la gente la que decide, porque para decidir hay que estar informado y resulta imposible que toda la gente tenga la información pertinente de cada cosa. En una democracia la gente escoge o elige a las personas que decidirán por ellas?.

En México, por lo menos ni Usted ni yo tuvimos absolutamente nada qué ver en la selección de las personas que los partidos políticos nos presentaron para que ?eligiéramos democráticamente.? Además, todos cargamos nuestra atención hacia los candidatos para presidente; casi nadie se fija mucho en los diputados y/o senadores. Pero de todos modos da lo mismo. Apoyados por los siempre diligentes medios masivos de comunicación y cantidades verdaderamente insultantes de recursos económicos, los candidatos se promovieron, se llevaron a cabo las elecciones, se impugnaron algunas casillas, se resolvieron y dictaminaron las controversias, pero ni remotamente quedaron satisfechas las inconformidades. Es más, las ?pataletas? ya sobrepasaron todo nivel de ridículo imaginable y por estos días gravitan peligrosamente en los linderos de la anarquía; por lo menos en Oaxaca y en San Lázaro.

A pesar de todos los pesares, debemos suponer que los mexicanos ya tenemos a un nuevo y legítimo presidente; que México es un país libre y soberano y que la vida sigue. Así dicen. Eso queremos creer. Pero todos sabemos que estas frases son verdades a medias.

Sin tomar en cuenta a los más de 20 millones de mexicanos marginados por la pobreza extrema, todavía ocurren en nuestro país demasiadas injusticias e irregularidades. No puede decirse que vivimos en una democracia cuando instituciones como los bancos pueden cobrar cualquier cantidad por comisiones sin que haya nadie que los controle; cuando la Secretaría de Hacienda concede subvenciones fiscales a quienes más tienen y obstaculizan o frenan la devolución legal de impuestos de los contribuyentes cautivos. Cuando en el IMSS se siguen dando incapacidades a empleados irresponsables y se carece de los medicamentos más indispensables; cuando nuestros impuestos, despilfarrados por los candidatos, finalmente paran en los bolsillos de las grandes empresas de televisión y radio; cuando a México lo mantienen atado los monopolios públicos y privados. Honestamente, ¿parece que vivimos en una democracia?

A escasos días de que Felipe Calderón Hinojosa tome la protesta como el presidente constitucional de México, los nuevos diputados y senadores (que nosotros no seleccionamos pero de los que tuvimos que elegir para que decidan el futuro del país por nosotros) se siguen comportando como siempre: escudándose en su fuero, haciendo el más vergonzoso de los ridículos, ofreciendo una imagen que más parece de las ?Pandillas de Nueva York?, declarando unos contra otros, delimitando sus territorios como lobos y hienas y ?vendiendo caro su amor? al mejor postor. ¡Qué vergüenza! ¿Y ésos son los que van a decidir por nosotros? A menos de que un milagro haya transformado las neuronas de todos ellos entre ayer y hoy, sólo nos queda seguir renovando nuestra esperanza, que es algo que los mexicanos sabemos hacer muy bien.

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