La rueda del tiempo nos aproxima con rapidez al día dos de julio, fecha importante en la que habremos de resolver nuestra decisión sobre las candidaturas que los tres partidos mayoritarios, y dos de minoría, registraron ante el Instituto Federal Electoral con la intención de competir por la Presidencia de la República.
No es cuestión menor, igualmente, la elección de las centenas de diputados y senadores que han de colmar las curules y los escaños del Poder Legislativo Federal, ahora que han asumido en modo activo la importante función de cogobierno que les asigna la Constitución General de la República. De cómo se integren ambas Cámaras dependerá el grado de independencia con que ejerza sus esenciales funciones, y la calidad de los decretos y acuerdos que por ellas se aprueben.
El país no se encuentra tan bien como quisiéramos tenerlo, a pesar de la estabilidad económica que han propiciado los altos precios internacionales del petróleo. Nos preocupa el desequilibrio político y social que se derivó de los acontecimientos acaecidos en Pasta de Conchos, Coahuila y en Lázaro Cárdenas, Michoacán, así como el reflejo del multitudinario movimiento de la fuerza laboral latina en Estados Unidos: una delicada situación que podría tornarse verdaderamente frágil si escapara del control de los organizadores y diera pie al violento protagonismo coyuntural de los políticos republicanos estadounidenses de tendencias radicales y conservadoras.
Otras malas influencias desde el exterior son las escandalosas medidas populistas que han decidido emprender los regímenes socialistas de Cuba, Venezuela y Bolivia, con las cuales intentan ganar un triste retorno al que pensamos liquidado período nacionalista y expropiador de América Latina y al cual ahora se recurre como generador del humo mediático que demanda la incapacidad de sus gobernantes. No es gratuito pensar, entonces, que Andrés Manuel López Obrador y sus consejeros estimen que la tríada de trasnochados revolucionarios -Castro, Chávez y Morales- van a ser parte exitosa de la ola roja que lo puede impulsar a la Presidencia de México el próximo dos de julio.
Ya lo dijimos: Conjurar todas estas amenazas ante el proceso electoral no está en manos del actual presidente de México, pero sí algunas y siempre condicionadas a que use los recursos de la praxis política para ello. Si los mineros piden la cabeza del secretario del Trabajo, que tan mala cala dio en ocasión del accidente de Pasta de Conchos y peor en el pésimo operativo del desalojo de Sicartsa, en Lázaro Cárdenas, Michoacán, ¿por qué no negociar esa demanda a cambio de obtener tranquilidad en el hoy conflictivo y alebrestado sector laboral? ¿A qué esperar una insospechada complicación que torne más difícil e inabordable el estado de cosas?... ¿A qué la terquedad? Ver para después creer...
EMILIO HERRERA...
Me sorprendió leer ayer en El Siglo de Torreón la participación del viaje final de mi querido amigo Emilio Herrera, a quien debo muchas horas de interesante conversación y de lectura, ya por su conocimiento de la vida, por sus columnas periodísticas, por sus libros y sus artículos. Fuimos amigos en los últimos tiempos: buenos y leales amigos. Me hizo el honor de presentar un libro de mi autoría en 1948 y periódicamente me llamaba por teléfono sólo para decirme que le había complacido alguna de mis colaboraciones editoriales.
Cuando coordiné la colección “Siglo XX, escritores coahuilenses”, para la Universidad Autónoma de Coahuila nos empeñamos en que escribiera el ensayo crítico de la obra de la novelista lagunera Lilia Rosa y lo hizo con gusto. Pero lo ubico más atrás como embajador cultural en una de las misiones culturales que Torreón enviaba en los años cincuenta a Saltillo y a Parras de la Fuente organizadas por el Liceo de la Laguna y posteriormente por el Grupo Cauce.
Expreso mi sentimiento de pésame a Torreón, a El Siglo, a los sigleros, a los muchos amigos que tuvo Emilio en vida, a doña Elvira, su querida esposa y a sus hijos, hijos e hijas políticas y nietos. Varias veces “disfrutamos felices yantares y libaciones” en Saltillo, en Parras, en Torreón, junto a Homero del Bosque Villarreal, entrañable amigo de toda la vida. Hará dos o tres años María Elena y yo encontramos a Emilio y a Elvirita, su gentil esposa, a la salida de una misa en la iglesia de San Pablo en Saltillo y nos comprometimos: “Tendremos que volver a vernos”.
Que la frase sirva ahora, querido Emilio: Allá, más allá, nos vamos a encontrar alguna vez con la misma alegría fraterna de siempre...