La mañana de abril se hace presente desde temprana hora, a través de la ventana. Son míos por este rato, un pedazo de cielo, y las copas de cuatro grandes árboles que han estado allí desde hace muchos años, como mudos testigos. Conocen mis sueños, mis logros, y también mis íntimos dolores.
Abril tiene unas mañanas preciosas, al filo de las seis son templadas, y a las ocho se hacen acompañar de unos vientecillos traviesos, que entran a juguetear con mis palabras.
Estamos celebrando días de reflexión, momentos para poner en orden la valija de viaje antes de seguir adelante. Ahora que he vivido de cerca la muerte de Jesús, me pregunto si el camino andado, me lleva a merecer un pedazo de cielo, acaso tan pequeño como el que ahora visualizo, a través de la ventana.
En días pasados Robin Sharma, autor del libro conocido en español como El Monje que Vendió su Ferrari, entre otros títulos, dio una conferencia en la Ciudad de México, la cual registró un lleno histórico, según personas bien enteradas. El joven escritor Julián Mantle, abogado de profesión, es la versión moderna y orientalizada de Francisco de Asís. Deja posición económica, ingresos, confort y vida glamorosa, por la sencillez de estar en contacto con la naturaleza última de la vida. Renuncia a todas las comodidades del mundo occidental, y se dedica a divulgar su verdad. Cada uno de sus textos resultan una invitación a regresar a lo simple, a retomar contacto con la naturaleza, y a medir el grado en el cual nuestras acciones van a tener trascendencia, cuando hayamos partido. El mismo expresa su costumbre por revisar obituarios de los distintos periódicos, y nos hace la pregunta: ?¿quién llorará cuando tú mueras??, punto importante de reflexión en estos días.
Y, efectivamente, si nos tomamos un pequeño tiempo para repasar, aunque sea someramente, los obituarios de cualquier edición periodística, observaremos que los puntos que se exaltan en ellos, con respecto a la persona fallecida, son los que tienen que ver con la forma como influyó en la vida de otros. Esto es, la manera en la cual su vida modificó el entorno social dentro del cual le tocó vivir. No habla de cuánto dinero tenía en el banco, del modelo de vehículo que acababa de comprar, o de las veces que había viajado a Las Vegas. Todo lo contrario, la partida física de una persona dimensiona lo finalmente trascendente de su existencia; el modo como, el hecho de que haya vivido al lado de quienes vivió, haya constituido para ellos una oportunidad para ser mejores, cada cual en su propio entorno, en una reacción en cadena que tanto urge en estos momentos.
No pocas veces descorazona abrir los ojos al mundo y darnos cuenta de que el mal cunde como mala hierba por doquier. Ese afán de ser, de tener, y de dominar, infiltra las acciones de unos y otros, y abate al que se niega a sucumbir a su poderosa vorágine. Cuando estamos convencidos de que ya no puede haber más mal, un nuevo hecho nos sacude, y nos cuestionamos seriamente qué hay, o bien, qué falta, dentro del corazón de esos individuos que masacran fríamente almas, vidas, familias y sociedades.
Es entonces el momento de hacernos un plan general de vuelo; revisar las herramientas con las cuales estamos construyendo la vida propia y de los hijos; reflexionar acerca de lo acertado de nuestros pasos, y en su caso, tener la valentía para desandarlos y volver a empezar.
Hoy es el cristianismo quien celebra la fiesta de la Resurrección de Jesús; el triunfo sobre la muerte; el valor último del ser humano a través del bien. Remanso espiritual en el trajín diario; ocasión para detenernos por un momento frente al espejo, observar detenidamente la figura reflejada, y tratar de reconocerla. Buscar si esa imagen proyecta lo que nosotros nos propusimos alcanzar con el idealismo de nuestros años de juventud, cuando lo que es en verdad trascendente, no se confundía entre falsos velos.
Termino las setecientas cincuenta palabras, de cada domingo y algo más. Grave defecto que no logro corregir, siempre me excedo de la cuota. Los vientecillos ahora juegan con las copas de los árboles; igual hacen los zanates: tanto unos como otros, creen que el árbol es suyo, porque logran agitar sin dificultad las ramas más pequeñas. Los troncos, en su honda sabiduría, sólo sonríen al sentir su peso; igual sonríen al mirarme, sintiéndolos míos por un rato, a través de la ventana.
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